Clarín

Reality: el morbo del pulgar abajo

- Jorge Trasmonte jtrasmonte@clarin.com

¿Qué es lo que tanto nos atrae de los realities? La gente pasa horas prendida a un grupo de famosos (o no tanto) haciendo algo diverso de aquello por lo que se los conoce: bailar, cantar, disfrazars­e, coser, cocinar. O de un grupo de ignotos jovencitos que están que revientan por devenir famosos, boludeando todo el día y sin mayores talentos que los de mostrarse cachondos y armar roscas para ir eliminando a los demás, y las mediciones de Ibope sonríen. Una teoría (que, según ha dicho el querido Horacio Pagani, “como toda teoría, no necesita ser demostrada”) es que, más que algunos muy logrados momentos artísticos y la rareza de ver a un actor, periodista o boxeador animándose a cantar o bailar, lo que nos puede es el morbo. Que lo que todos esperan con mayor ansiedad es el momento en que los jurados les mandan pulgar arriba o abajo (en el coliseo romano, atribuimos a ese sencillo gesto del emperador la diferencia entre la vida o la muerte del gladiador) a quienes acaban de desarrolla­r su número, bailar su pieza, cantar su tango o pergeñar su provoleta. Ahí está toda la tensión, como si del otro lado de la pantalla se disfrutara o sufriera en carne cuando destratan al participan­te, lo desvaloriz­an, lo hieren hasta las lágrimas. Con primeros planos del sometido, con suspenso para demorar la sentencia, con enojos, decepcione­s y retruques. Hasta al lenguaje popular se llegó a incorporar, cuando alguien corre peligro en cualquier situación, el admonitori­o “Estás nominado”, dicho con cara de Lafauci, de Polino, de Mediavilla, de Martitegui, de expertos en humillar concursant­es. ■

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