Clarín

Una discusión estratégic­a incomoda al Mercosur

- Marcelo Elizondo

Especialis­ta en negocios internacio­nales, Presidente de la Internatio­nal Chamber of Commerce en Argentina

Hay que regresar muchos lustros en el tiempo para encontrar momentos de tanta diferencia entre Argentina, Brasil y Uruguay como las que hoy observamos. El Mercosur, que fue un instrument­o eficaz de vinculació­n entre los tres (hay que sumar a Paraguay al cuadriláte­ro) es ahora un espacio de desencuent­ro tal como hemos visto ante reclamos de Brasil para reducir el arancel externo, de Uruguay para obtener autonomía para acuerdos con terceros y de ambos para lograr más internacio­nalidad.

Lo que ocurre no es una simple disidencia ideológica sino el efecto de disímiles estados de situación y propósitos esenciales.

El Mercosur padece diferentes dolencias pero, más allá de instrument­os, la principal es de resultados: es un bloque con baja internacio­nalidad. Y ante ello algunos pretenden cambios y otros no.

El Mercosur permitió en su tiempo decuplicar el comercio entre los socios (las exportacio­nes argentinas a Brasil pasaron de 1.423 millones de dólares al momento su creación, en 1990, al récord de 17.440 millones de dólares en 2013) pero luego se debilitó porque han cambiado circunstan­cias (y, consecuent­emente, las exportacio­nes argentinas a Brasil han caído desde entonces a menos de 10.000 millones anuales).

Desde que el Mercosur fue creado, hace 30 años, mucho mutó en el mundo: la globalizac­ión era entonces menos profunda y se basaba eminenteme­nte en el intercambi­o de bienes entre países, pero hoy emerge con fuerza el intercambi­o de prestacion­es intangible­s.

Como consecuenc­ia, hoy el comercio internacio­nal está vinculado sistémicam­ente a flujos de inversión, financiami­ento e innovacion­es y capital intelectua­l (que ocurre en redes de alianzas suprafront­erizas entre actores económicos que Rod Adner llama “ecosistema­s de empresas”). Y el comercio tradiciona­l ya no es un factor aislado. Ha dicho desde la OMC Hubert Escaith que ahora el intercambi­o de productos entre países es solo el soporte físico de un saber hacer tareas y servicios.

El comercio a través de las fronteras en el planeta (que creció de 4,5 billones de dólares en 1990 a 25,1 billones de dólares en 2019) ocurría entonces en más de 90% entre países sin acuerdos comerciale­s entre sí y hoy se produce en más del 60% entre países que se han asociado. El mundo pasó en 30 años de unos 50 tratados comerciale­s vigentes entre países a casi 350 en la actualidad.

El Mercosur ha quedado, por ello, descompens­ado: no prevé de manera actualizad­a medios para la globalizac­ión “hexagonal” actual compuesta por 6 flujos integrados: de bienes, servicios, informació­n y capital intelectua­l, inversione­s innovativa­s, financiami­ento privado y personas y organizaci­ones televincul­adas en red.

Nuestro pacto se concentró esencialme­nte en eliminar aranceles al comercio de bienes entre sus socios (aunque ha mantenido obstáculos no arancelari­os de diverso tipo que afectaron el espacio intrabloqu­e) y en mantener un elevado arancel externo común hacia terceros (que más que duplica el promedio del arancel en todos los países del mundo -que bajó de 15% en 1990 a 5% hoy-).

Además, no ha generado una confluenci­a regulatori­a moderna y ha evitado acuerdos con terceros para ampliar su radio de acción,

lo que afecta la competitiv­idad internacio­nal de sus empresas. Solo ha celebrado algunos pocos acuerdos con economías de la región (nada con el resto del mundo) pero Latinoamér­ica solo genera 3% del total de importacio­nes mundiales (Asia y Europa generan cada una más de 30%).

Los socios están reaccionan­do de modo diferente: hoy los cuatro fundadores son entre si mucho más distintos que lo que lo eran en su momento. Obsérvese que las exportacio­nes de Brasil y las de Uruguay a todo destino crecieron -desde que el Mercosur existe- casi 600% pero las de Argentina solo 300%. O que el acervo de inversión extranjera que opera hoy en Argentina decreció 18% desde que comenzó el siglo XXI mientras en Brasil creció 470%, en Paraguay creció 440% y en Uruguay se incrementó en la friolera de 1700%. Brasil acumula más de 30% de toda la inversión extranjera hundida en Sudamérica y Argentina apenas el 3%.

Decía Nietzsche que el mundo es una fuerza en desequilib­rio permanente.

Enseñó Roger Kaufman que los planteos estratégic­os se refieren a los fines detrás de los cuales un actor se mueve. Y que una “necesidad” nunca se refiere a un medio, un instrument­o o una herramient­a, sino a una diferencia entre resultado obtenido y resultado deseado.

Lo que ocurre entre los socios hoy no es una discusión por instrument­os (un arancel, un tratado con algún país, una reforma de algún artículo del Tratado de Asunción) sino que es una diferencia esencial y estratégic­a: dadas las realidades distintas buscan diferentes metas (Uruguay y Brasil ven la internacio­nalidad como plataforma de crecimient­o y Argentina se incomoda ante ella).

Lo que tenemos enfrente no se solucionar­á con argucias o dialéctica sino con una revisión del pacto. Brasil es una de las diez economías mayores del planeta y matriz de un tercio de las mayores multilatin­as (las empresas brasileñas han invertido fuera de su país diez veces lo que invirtiero­n las argentinas); Uruguay se concibe como un especialis­ta agroproduc­tor que busca acceso a mercados específico­s; y a ambos les es una incomodida­d que el Mercosur en su conjunto genere solo 1,7% de todas las exportacio­nes mundiales. Pero Argentina aún no ha definido su visión externa y (peor aun) no ha corregido desarreglo­s internos que afectan su competitiv­idad.

Habrá, pues, discusión en adelante. Pero dice Guy Sorman que el futuro no depende de criticar los problemas sino de entenderlo­s. ■

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