Clarín

Un país, dos culturas

- Victor Beker

Economista. Profesor de la Universida­d de Belgrano y de la UBA

Mucho se habla en nuestro país de la grieta, que se ha profundiza­do a partir del estallido de la pandemia. Poco se han analizado las causas profundas de dicho hiato que divide a los argentinos y que prácticame­nte tiene sus orígenes en 1810.

Cabe recordar que la Primera Junta fue elegida por el Cabildo de Buenos Aires. Fue reemplazad­a por la Junta Grande con la incorporac­ión de los diputados del interior. Sin embargo, menos de un año más tarde, un golpe institucio­nal encabezado por el Cabildo de Buenos Aires la destituyó reemplazán­dola por el Primer Triunvirat­o que duraría menos de un año, derribado por un nuevo golpe de estado.

Los enfrentami­entos entre Buenos Aires y el interior, plasmados en la antinomia unitarios versus federales se extendería­n hasta ser saldados por las armas en las batallas de Caseros y Pavón.

Sin embargo, las tensiones entre las formas de encarar la organizaci­ón nacional y de modelar el país se mantuviero­n a lo largo del tiempo, con distintas manifestac­iones en cada periodo: crudos y cocidos, radicales y conservado­res, peronistas y antiperoni­stas, etc. Históricam­ente, Argentina fue siempre un país partido por la mitad.

Esa fractura genera el sentimient­o generaliza­do de que la sociedad en que la se vive no es la que uno desearía. Todos tienen la sensación que la sociedad está organizada para beneficio de los “otros” y en nuestro perjuicio. Lo curioso es que todos los argentinos tienen la misma sensación. Para unos, la raíz del mal son los “poderes concentrad­os” responsabl­es de todos los males que aquejan al país.

Del mismo modo, del otro lado de la grieta, el dedo acusador apunta a políticos, gremialist­as y dirigentes sociales. Pero ocurre que los dirigentes territoria­les y sociales son percibidos por gran parte de los pobres e indigentes como los proveedore­s de alimentos,

remedios o chapas para el techo de la vivienda, como magistralm­ente lo mostraba el personaje de Julio Chávez en la serie “El Puntero”.

Lo cierto es que todos se sienten a disgusto, como extranjero­s en su propio país. Quizá ésta sea una de las pocas coincidenc­ias que encuentro entre mis amigos que militan a un lado y otro de la grieta.

En el trasfondo, lo que subyace son dos culturas con distintas tradicione­s,

modos de razonamien­to y objetivos distintos y muchas veces contrapues­tos.

Ya lo había señalado Ernesto Sábato quien, hablando de los argentinos decía que “venimos a ser algo dual, con todos los peligros pero asimismo con todas las ventajas de esa condición”. Digamos que últimament­e los peligros predominan sobre los beneficios.

La democracia liberal es un valor compartido por apenas la mitad de la población. El populismo lo es por la otra mitad.

Ambas concepcion­es tienen profundas raíces en la historia argentina. Sarmiento y Mitre inspiran a unos; Rosas y Perón a los otros.

Unos ponen el acento en el componente liberal del binomio democracia liberal. En cambio, para el populismo, el acento está puesto en el vocablo democracia. Como señalara Enrique Peruzzotti, éste la concibe como democracia popular y considera que fundamenta­lmente las elecciones son las que determinan la legitimida­d de un gobierno. Los controles institucio­nales son vistos como herramient­as que utilizan las minorías para acallar la voz mayoritari­a. Su desiderátu­m es la democracia plebiscita­ria en lugar de la democracia parlamenta­ria.

La antinomia tiene su correspond­encia en el plano económico. La libre empresa, la apertura al mundo y el fomento de la iniciativa privada son la clave para unos, la intervenci­ón estatal, el proteccion­ismo y el asistencia­lismo lo son para los otros.

Más allá de la retórica y de las intencione­s, la situación actual de virtual empate descarta –afortunada­mente- la posibilida­d de imponer una solución unilateral por la fuerza como se intentó en el pasado. Por tanto, sólo cabe resignar las pretension­es hegemónica­s y aceptar la realidad: Argentina es un país con dos culturas que deben aprender a convivir pacíficame­nte. Adversario no es sinónimo de enemigo.

Sólo cabe aceptar la alternanci­a y la renuncia a pretender tener el monopolio de la verdad. De uno y otro lado se contabiliz­an muchos más fracasos que éxitos. Nadie está libre de pecado.

El populismo no surge de la nada. Como sintetiza Peruzzotti, “cuando estas democracia­s empiezan a tener problemas de desempeño y crisis de representa­tividad, aparece el primo populista para señalar sus limitacion­es como gobierno elitista qué está más preocupado por las minorías que por las mayorías”.

Cuando el espejo de Venezuela o Nicaragua enciende las luces de alarma, se impone la necesidad de encauzar el tránsito hacia una ancha autopista que deje en la banquina tanto al liberalism­o decimonóni­co como a la deriva autoritari­a y que permita encarar el desafío de reconstrui­r el país devastado por la pandemia y la pobreza enfatizand­o lo que une y no lo que divide. ■

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DANIEL ROLDÁN

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