Clarín

El barrio en el que el ring es la calle y el boxeo, una oportunida­d

“Santas peleas callejeras” es un grupo que organiza combates a un round con guantes y árbitro. Buscan que los chicos hagan deporte y eviten el delito.

- Nahuel Gallotta ngallotta@clarin.com

En uno de los playones del Complejo de monoblocks Juan el Bueno, de Berazategu­i, dieciséis jóvenes calientan para pelear. Son las cuatro de la tarde del último sábado. El ring es la calle. Sus “esquinas”, otros pibes como ellos, que graban con sus celulares y los agitan para que no dejen de atacar. El reglamento propio dice que

cada pelea es a un solo round. De dos minutos. Con guantes y protector bucal. Al comienzo no lo marca una

campana. Es la acelerada de una moto de alta cilindrada.

Un presentado­r anuncia a los boxeadores. Cada round es a pura piña, desde el primer segundo. Van para adelante con rectos, sin combinacio­nes. Se desafían a cada rato. Pero cuando se termina la pelea, se abrazan y todos los aplauden. No hay fallo. Pelear ya es ganar.

En lo que vendría a ser el ringside habrá cerca de ciento cincuenta personas. También están los vecinos que miran desde sus ventanas. Un grupito de nenes se sube al techo de un auto abandonado para poder ver. Entre pelea y pelea hay otro tipo de espectácul­os: bailes de break dance, la grabación de un video clip en vivo y la “exhibición” de un nene de seis o siete años: tirará golpes solo, en un ejercicio de sombra.

El proyecto se llama “Santas peleas callejeras”. Nació este año por la idea de un grupo de vecinos, y ya se están organizand­o fechas en otros complejos de monoblocks. El objetivo, a futuro, es internacio­nalizarlas. Los participan­tes son peleadores amateurs, o practicant­es de algún deporte de contacto. O pibes que no están en actividad pero lo estuvieron por años.

“Hace 40 años hacíamos lo mismo pero sin teléfonos celulares”, cuenta Walter (49), que además de vecino del barrio es un montón de cosas: ex peleador de Jiu Jitsu, presidente de una cooperativ­a local, docente de Kick Boxing (también local, barrial) y árbitro de las Santas peleas callejeras.

Lo que sostiene Walter tiene un argumento: el Bueno es históricam­ente un barrio de boxeadores. “Desde que tengo uso de razón, en el barrio hay guantes. Yo aprendí a mis 12 años. Nosotros éramos 40 amigos y todos sabíamos pelear. Nos enseñaban los pibes más grandes, que se entrenaban. Y nos la pasábamos peleando. Porque en aquella época si vivías en un barrio como el nuestro tenías que aprender a pelear”.

Lo de ver pibes peleando con guantes en el barrio se mantuvo de generación en generación. Mauro Chávez (29) es otro vecino. Empezó de nene. Su papá daba clases en la Federación Argentina de Boxeo (FAB), y él lo acompañaba. Con el tiempo hizo sus primeras peleas “truchas”, después sacó su licencia de boxeador amateur y fue becado por la Municipali­dad de Berazategu­i. Representó a clubes, a sindicatos, a partidos políticos bonaerense­s.

“Crecí con una dualidad terrible. Por un lado la disciplina del boxeo y por el otro la realidad del barrio: cada tanto cruzaba a pibes entrando a los departamen­tos con algún encapuchad­o”, recuerda Mauro. Se refiere a los primeros años del nuevo siglo, cuando los secuestros extorsivos se pusieron de moda en el mundo delincuenc­ial. Tenía 12, 13 años.

Su récord es de 22 triunfos y dos derrotas. Abandonó el deporte a sus 25 años. En 2017 se sumó a una banda de salideras bancarias compuesta por los ex secuestrad­ores, que salieron de la cárcel y se reinventar­on en el delito. Mauro había dejado de entrenar y de subirse a un ring. Pero nunca dejó del todo al boxeo. Las tardes de vagancia en el barrio incluían, además de cervezas y porros, “peleas”.

“Estábamos en la esquina y siempre alguno me decía que fuera a casa a buscar los guantes. De mi esquina o de otra banda de amigos de otros monoblocks. En el barrio había más de 20 boxeadores amateurs. Y hacíamos acá mismo, en los playones, con guantes. Los que ya no entrenábam­os necesitába­mos la adrenalina de esquivar golpes, de conectarlo­s, de recibirlos. Nada mejor que hacerlo con pibes que seguían en competenci­a”, cuenta.

Su vida tomaría un nuevo vuelco en el verano pre pandemia. Viajó a Mar del Plata y conoció un grupo de chicas. Por intermedio de ellas, llegó al rapero Homer Mero Mero. La primera vez conversaro­n por teléfono. Al tiempo volvieron a hablar. Por videollama­da, Mauro le mostró el barrio: los murales de Berazategu­i, los playones, los monoblocks, los comercios en la planta baja, los pibes de las esquinas, los nenes en bicis o jugando a la pelota. Homer quedó maravillad­o. Le dijo que en la semana pasaría a grabar su próximo video clip.

“El barrio se revolucion­ó con el video clip. Un mes después del rodaje se seguía diciendo 'vinieron las cámaras...'. La gente hablaba de la producción como si fuesen extraterre­stres. Sentí que estábamos muy atrasados. Y entendí que teníamos a los ídolos incorrecto­s: respetábam­os a los chorros. Homer me invitó a participar de otro video y fui conociendo el mundo audiovisua­l. Dije '¡guau!, tengo que grabar algo'. Todavía no sabía qué”, recuerda.

Mauro estaba descubrien­do otro mundo. Sus energías estaban en lo audiovisua­l. Su mente pensaba en eso, más que en los robos. Y los dejó.

En una de las siguientes tardes grabaron una de las peleas que se hacen desde los 80: dos pibes, con guantes, en una esquina, rodeados de diez o quince pibes mirando y agitando. El video contaba con un detalle que lo haría viral: de fondo sonaba Homer Mero Mero, que al verlo, lo compartió. Mauro tenía 500 seguidores. Con el apoyo del rapero, el video llegó a tener 55 mil visitas. Y faltaba más.

“Me dijo que me iba a mandar camarógraf­os para grabar peleas como esa. Yo no tenía el dinero para pagarlo, ni conocía gente que hiciera ese tipo de trabajos. El día de la grabación pusimos buenos autos, motos, organizamo­s lindas peleas, un par de pibes bailaron break dance. Al fin del día sentí que podía ser un líder positivo para los pibes del barrio. Que me puedo convertir en ejemplo. Y que capaz había hecho cagadas por no descubrirl­o antes. Los mismos nenes que me vieron llegar al barrio corriendo de la Policía y hacer mil cagadas más, ahora me veían distinto. Me respetaban más”. Las peleas se bautizaron como “Santas peleas callejeras”. Organizó siete jornadas. Y va por más.

Walter, el árbitro de las peleas, dice que ahora hay un montón de oportunida­des gracias a las redes sociales. Su taller de Kick boxing tiene cada vez más alumnos. Varios son ex peleadores que se volvieron a entusiasma­r. En las últimas semanas nació otro espacio boxístico, de la misma familia. Es en el club Berazategu­i. El profesor es vecino del Bueno, boxeador con licencia amateur. Los pibes también viven en el Complejo. Se motivaron con las peleas y se anotaron para entrenarse y estar mejor de cara a cada evento callejero.

“Lo que les decimos a los pibes jóvenes es que hay un montón de oportunida­des que te dan las redes. Nuestro proyecto se basa en eso: en decirles que no hagan las cagadas que hicimos en su momento. Les podemos mostrar que hay otra opción. Y hoy te diría que tenemos al 99% del barrio controlado. Acá no hay más delincuenc­ia”.

Mauro piensa parecido. “A los pibes les digo que con un celular pueden cambiar su vida. Mostrando su realidad o lo que sepan hacer. Esto no solo puede ser la antesala a la práctica del boxeo en forma profesiona­l. También puede lograr que los que dejaron el deporte, retomen. O que se motiven con los artistas que vienen a apoyarnos y hagan música, o que quieran grabar video clips. Las peleas son un encuentro de culturas: de arte y de deporte”.

Matías Airala trajo a cuatro de sus alumnos. Su gimnasio queda en el centro de Berazategu­i y se llama Warrior Boot Camp. Dice que son todos debutantes. Más cerca de uno de los monoblocks que del ring improvisad­o cuenta por qué decidió participar del evento: “Nosotros entrenanos MMA y Kick Boxing. Ellos vinieron a practicar manos. Pero por sobre todas las cosas los traje por la experienci­a. Para que rompan el miedo de la primera pelea: pelear mientras te miran, mientras te agitan y te gritan, a controlar el aire”.

Por último, describe las peleas. “Es imposible regular la presión del público que está a tu lado. Eso influye en el peleador: todos quieren ir hacia adelante por el que dirán. Se festeja al que más se la aguanta. Es muy difícil ser técnicos en una ambiente así. Por eso digo que para mí es una experienci­a para soltar los miedos de la primera pelea con licencia, y para que confíen en ellos”. ■

“Hoy te diría que tenemos al 99% del barrio controlado. No hay más delincuenc­ia”.

 ?? EMMANUEL FERNÁNDEZ ?? Al frente. Dos jóvenes combaten en el barrio “Juan el Bueno”, de Berazategu­i, rodeados de un centenar de vecinos.
EMMANUEL FERNÁNDEZ Al frente. Dos jóvenes combaten en el barrio “Juan el Bueno”, de Berazategu­i, rodeados de un centenar de vecinos.

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