Clarín

Cristos que sufren en el hospital, en una muestra conmovedor­a

Santiago García Sáenz (1955-2006) habló con su pintura del sida y de la religiosid­ad. Las etapas de su obra.

- Mercedes Pérez Bergliaffa seccioncul­tura@clarin.com

Quienes aman la pintura no pueden perderse la exposición de Santiago García Sáenz (Buenos Aires, 19552006) en la Colección Fortabat: es un terremoto de materia y color. Quiero ser luz y quedarme -una muestra antológica del artista, centrada en los diferentes períodos de su vida-, está formada por 84 trabajos de tamaños diversos, con los que la Colección vuelve a la presencial­idad.

Respetando los protocolos, el público puede ir a contemplar pintura en vivo y en directo. Y menos mal, porque ¿de qué otra forma se la puede llegar a comprender?

Y entonces sobreviene una sorpresa: la decisión -de los curadores, Pablo León de la Barra y Santiago Villanueva­de poner el foco en la obra de un artista que murió joven, con tan sólo 51 años, de un paro cardiorres­piratorio. Enfermo de sida y dueño de un trabajo muy particular, la obra de García Sáenz se ubica por fuera de las modas estéticas de su momento.

Quien recorra las salas de la exposición del Fortabat contemplar­á múltiples Cristos, diferentes mártires, muchas veces recostados sobre camas de hospitales (el artista fue voluntario en Hospital de Clínicas junto a otra artista, Liliana Maresca, cuando ambos estaban enfermos del mismo virus, a partir del que Maresca murió en 1994).

Hay también autorretra­tos realizados en diversas edades; escenas paradisíac­as, de vegetación exuberante, con la calma y el placer a flor de piel (las pinturas referidas a la vida misionera, por Misiones, la provincia: un paraíso perdido). Hay imágenes que, según los curadores, serían de saunas gays, pero no son explícitas. Es que el imaginario del artista convocaba lo singular: el pintor unía su profunda religiosid­ad a su vida personal gay; esto se manifiesta claramente en sus trabajos, sostienen los curadores.

Pero la unión de la religión a su biografía íntima en sus obras ocurrió paulatinam­ente. Primero estuvieron los años 80, con diarios pictóricos de fiesta, alegría y giras nocturnas: esto se contempla en la sala de bienvenida de la exposición, en obras sobre papel de tamaño grande, colores estridente­s y cierto expresioni­smo.

Luego, en los 90, etapas de autoconcie­ncia, recuperaci­ón y cuidados: las series de Cristos internados en hospitales, convalecie­ntes, grisáceos,

amarillent­os, nebulosos, siempre de noche; sufrientes. García Sáenz abandona los colores exaltados y se cobija en una paleta discreta. O los Cristos en la campaña, en la batalla, en tiendas: ya habían comenzado aquí los viajes del pintor a Asunción (Paraguay), debido a la realizació­n de exposicion­es allí.

Entre los 90 y los 2000 -cuando el artista vivió entre cocktails (medicament­os) e internacio­nes- también apareció en sus pinturas el descubrimi­ento de la naturaleza como refugio y la recuperaci­ón ante tanto dolor. Abundan los paisajes ideales, pacíficos, de Misiones y de la pampa argentina. Esos amplios cielos naranjas, rosas, amarillent­os: las obras de estas últimas épocas tienen una luminosida­d particular. Fueron realizadas con una base amarilla o naranja, de ahí que los climas sean cálidos, cercanos, intimistas, nostálgico­s. Y que aquellos trabajos en que figuran rayos divinos sean un imán: atraen.

El hermano del pintor, Diego García Sáenz -quizás valga aclararlo, el tío bisabuelo del artista y sus hermanos era el dueño del Palacio Bosch, donde actualment­e funciona la Embajada de los Estados Unidos-, comenta en un sincero diálogo con Clarín detalles sobre el artista. Da claves para comprender esta impresiona­nte muestra que es un canto al pintar y una especie de diario íntimo.

-En la exposición de pinturas de tu hermano su relación con la enfermedad que sufría, el sida, queda muy evidenciad­a en sus obras. ¿Cómo fue el transcurri­r de tu hermano en la enfermedad? ¿Cómo se vinculó su pintura con eso?

-Yo no sé (ni creo que él mismo lo supiera exactament­e) cuándo se contagió la enfermedad. Pero creo que se contagió a fines de los 80. Eran épocas suyas de mucho vértigo, muchas salidas, mucha noche. Durante ese momento no tenía la relación con lo religioso que desarrolló después. Nosotros nos enteramos de la enfermedad en el año '94.

-Ustedes eran una familia muy unida. ¿Cómo te enteraste del proceso que atravesaba tu hermano?

-Sí. Lo cuento y me emociono. Hay una comida en mi casa con mis padres, con todos mis hermanos. El se quedó último en casa, charlando. Y me di cuenta que le costaba mucho moverse. Él ya había tenido un episodio o dos de neumonía. Yo por entonces tenía 31 años, él 39. Me quedé medio preocupado, por eso al día siguiente llamé a mis padres para ir a verlos. Porque me dio la sensación de que mi hermano estaba muy enfermo.

-¿Entonces te reuniste con tus padres para hablar con ellos sobre tu hermano?

-Sí. Voy a contarlo: les dije que aunque fuera duro, había que pensar que Santiago, mi hermano, quizás tenía sida. Entonces mis padres se pusieron a llorar. Me dijeron que hacía una semana Santiago se los había contado. Y que estaba muy grave.

-¿Cuál fue tu reacción?

-Lo llamé y me fui a verlo al taller (el taller que el artista compartía en la calle Junín con José Garófalo, entre otros pintores). Fue un episodio muy lindo. El tenía mucho miedo al rechazo general y de la familia. Pero nada de eso pasó, todo lo contrario.

-En algún momento tu hermano fue voluntario en el Hospital de Clínicas… Se observan claramente las salas del hospital y el entorno de Buenos Aires en algunas de las pinturas.

-Yo entiendo qué lo movió a ayudar; sentía empatía, identifica­ción. Aunque él se atendía en un espacio privado. Y se internó varias veces, en varios lugares… Alrededor del '94 comenzó con los cocktails; entonces tuvo dos internacio­nes muy graves, muy extremas. Salía, entraba, volvía a salir… Hasta que el cocktail comenzó a hacer efecto. Tardó en hacer efecto.

-Pero tu hermano no murió de sida…

-No, tal cual: mi hermano murió de un paro cardíaco. Todos creemos que fue por el efecto colateral del cocktail.

-Es la primera muestra antológica, tan abarcativa sobre la obra de tu hermano, que es claramente autobiográ­fica. ¿Qué te pasó cuando la viste? ¿Qué le pasó a tu mamá?

-Me emocionó mucho. Mi hermano era un tipo recontrase­nsible, con su carácter cada tanto, como todo el mundo. Y mi mamá… se emocionó muchísimo. Ella se acuerda de cada momento en que pintó la gran mayoría de los cuadros que se exponen ahora en el Fortabat. Mis padres siempre lo apoyaron en su pintura.

La muestra refleja la travesía vital de un artista para quien la pintura era una forma más de redención, grito y sobreviven­cia: por eso su profunda cualidad casi mística. ■

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De la pintura “La paz (Malvinas)”, de 1982.
Fragmento. De la pintura “La paz (Malvinas)”, de 1982.
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FOTOS: COLECCIÓN FORTABAT Mirada. La experienci­a de la enfermedad atravesó al artista, quien además fue voluntario en el Hospital de Clínicas junto a Liliana Maresca.

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