Clarín

La onda de liquidar a las metáforas

- Horacio Convertini hconvertin­i@clarin.com

“No paré de llorar... ¡literal!”, dijo Luis Novaresio al salir del Registro Civil luego de celebrar su casamiento. Tal vez haya temido que lo creyeran un exagerado o, peor, un mentiroso, y por eso agregó la palabra “literal”, una muletilla propia de esta época y, en especial, de los jóvenes, que la usan a cada momento y por cualquier cosa.

Me animo a decir que hace diez años nadie remataba un relato diciendo “literal”, a modo de garantía hipotecari­a. A lo sumo, se recurría a un “te juro”, pero se lo utilizaba con un carácter distinto: jurar implicaba apartar la posibilida­d de la mentira convocando, para ello, cierto sentido del honor.

Literal alude al lenguaje. Te cuento las cosas tal como ocurrieron, palabra por palabra, no me aparto un ápice de la realidad. Lo que hacemos, entonces, es alejarnos todo lo posible de cualquier figura retórica. Si quiero decir A, tengo que decir A, alto y fuerte, para que no queden dudas, especialme­nte en estos tiempos de amplificac­ión de lo dicho vía redes sociales, porque el riesgo es que se me malinterpr­ete y esto me transforme en carne de bullying o cancelació­n.

Cuentan la siguiente anécdota de Jorge Luis Borges: un día va al banco a consultar el saldo de su cuenta. La cajera le da una cifra aproximada, pero le pide unos segundos para verificarl­a. “No quiero decirle una cosa por otra”, se disculpa la muchacha (que aspira a ser literal no por moda sino por la imposición de su trabajo). Borges, entonces, se vuelve hacia su acompañant­e y le dice: “Caramba, esta chica acaba de asesinar a la metáfora”. Como tantos, hoy en día.

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