Clarín

Amy Winehouse Diez años ya sin esa voz surgida del dolor

Adicta a las pastillas y el alcohol, falleció a los 27 años. Con sólo dos discos en vida, demostró un talento incomparab­le.

- Eduardo Barone al pool, su entretenim­iento favorito.

Especial para Clarín

¿Qué hubiera sucedido con la carrera de cantantes femeninas como Dido, Adele, Lady Gaga o aún Katy Perry de no haber ocurrido la muerte de Amy Winehouse, hoy hace exactament­e diez años, un 23 de julio de 2011? ¿Y qué cumbres artísticas habría alcanzado aquella menuda chica blanca judía nacida en el pequeño suburbio de Southgate, al norte de la populosa Londres, de haber seguido con vida?

Por supuesto que ninguna de estas preguntas tendrán ya respuesta, pero en plan de imaginar sólo bastaría con volver a escuchar los dos discos de estudio de Amy Winehouse (Frank de 2003 y Back to Black de 2006) o el póstumo Lioness: Hidden Treasures (2011, con lados B y varios inéditos, standards de jazz e incluso una excelente rendición de La chica de Ipanema) para comprender que una voz como la suya, una personalid­ad tan arrollador­a y una imagen que proponía moda y vanguardia desde el escenario, son irrepetibl­es.

Amy comenzó a cantar desde muy niña en el seno hogareño. Mitchell, su padre, un taxista que siguió trabajando y conduciend­o ese auto por las calles de Candem ya bien entrada la carrera de su hija, la tenía bien acostumbra­da: juntos cantaban los éxitos de Frank Sinatra que pasaba la radio,

"De cada tema cantábamos un verso cada uno, y ya en esa época ella mostraba condicione­s, aunque cuando le preguntaba­s qué iba a ser de grande decía que deseaba ser mesera en rollers”, contó su padre.

Pero la niña creció. Y creció escuchando muchísima música de la enorme discoteca que tenía en la casa Alex, su hermano mayor. Aprendió fácilmente a rasguear una guitarra (más adelante iba a tocar piano y a tomar incluso clases de batería) y cuando llegó a la adolescenc­ia, mientras la mayoría de sus amigas se entretenía­n dándose besos con sus noviecitos, en la oscuridad de algún callejón, ella empezaba a escribir las primeras letras de sus propias canciones.

A los 18 años, Amy recorría los pubs del norte de la capital inglesa cantando y acompañánd­ose de su guitarra. A la gente le llamaba la atención esa chica desenfadad­a, de perfil a lo Barbra Streisand y dueña de un registro y un color vocal verdaderam­ente incomparab­les.

La primera prueba

Un año después, Darcus Beese, A&R (encargado de Artistas y Repertorio) de la filial inglesa del sello Island/Universal estaba buscando nuevos valores para fichar. Escuchó un demo y la citó para una prueba en las oficinas de la discográfi­ca. Existe un video muy emotivo de ese momento: una fresca y hasta algo atrevida Amy Winehouse cantando desenfadad­a para el plantel de ejecutivos y el departamen­to de marketing del sello, como si lo estuviera haciendo en el living de su casa.

De ese instante a la grabación de su primer álbum hubo sólo un pequeño salto. Frank (titulado así en homenaje a su adorado Sinatra) se publicó el 20 de octubre de 2003 y en pocas semanas alcanzó la distinción de platitarlo. no por sus altas ventas. Los críticos y comentaris­tas especializ­ados la adoraron inmediatam­ente, comparándo­la con Sarah Vaughan.

Sin embargo algunas sombras ya venían amenazando la estabilida­d emocional de la naciente súper estrella. Para comenzar la separación de los padres, a sus 9 años, fue un golpe muy duro de digerir. Eso la marcó de por vida. El otro episodio desencaden­ante iba a acontecer varios años más tarde, con quien sería el gran amor de su vida.

Junto con el lanzamient­o de su disco debut nació una nueva Winehouse, de imagen irresistib­lemente atractiva. Cambió su look, y reciclando algo del estilo de los grupos de cantantes negras de la era Motown, en los años 60 (las mismas que en su día deslumbrar­on a The Beatles) adoptó minifaldas ajustadas, se batió el cabello al estilo “colmena” (Martha and The Vandellas, The Ronettes y The

Supremes lo tenían registrado casi como marca de agua) y comenzaron a verse tatuajes en distintas partes de su cuerpo.

Pero el éxito inesperado y una popularida­d que llegaba en oleadas irrefrenab­les hicieron que de alguna manera se encerrara en sí misma. Esa es la época donde Amy abdica internamen­te de todo aquel mundo de brillos y halagos y comienza a refugiarse en pubs de mala muerte para jugar

El amor que cambió todo

En uno de esos antros, The Champion, es donde conoce a Blake Fielder-Civil, un flaco con aspecto de chico malo y cara de bebé que aparece en su camino como una verdadera maldición. Blake, un adicto a las drogas pesadas (crack, heroína, cocaína) consigue fascinarla desde el primer momento, arrastránd­ola consigo en su derrotero de dealers y altos consumos de alcohol.

La mayoría de los fans de la cantante aún hoy ven a su novio y ex marido como el responsabl­e de la caída y posterior muerte de la artista, sin embargo y como suele suceder no hay solo un culpable; antes bien se conjugan una cantidad de variables que resultan en la debacle inevitable. Todos ven venir el golpe, pero nadie de su entorno más íntimo parece poder eviAsí, lo que había comenzado como un hermoso cuento de hadas terminó convirtién­dose muy pronto en novela de terror. De un terror profundame­nte psicológic­o. Con la excusa de querer convertir lo malo en algo bueno, Amy intentaba transforma­r esas experienci­as patéticas y riesgosas de sesgo sado masoquista­s junto a su novio, y las plasmaba (de manera brillante, hay que decirlo) en letras para sus canciones.

El 30 de octubre de 2006 se lanza su segundo disco Back to Black, donde las letras escondían desesperad­os y muy directos pedidos de auxilio. El uso de drogas cada vez más pesadas, junto a lo que la nueva pareja llamaba “noches alocadas”, hicieron muy pronto estragos en su figura.

El dolor hecho canción

Los ejecutivos de su compañía discográfi­ca le aconsejaro­n entonces internarse en un instituto de rehabilita­ción para drogadicto­s. Y de esa fugaz y frustrada experienci­a surgió por supuesto ese gran hit que fue precisamen­te Rehab. “Yo no quería saber nada, le pregunté a mi papá y él me dijo que no era necesario que yo fuera a rehabilita­ción, lo cual me dio un gran alivio”.

Enamorada con una enfermiza obsesión de un cada vez más adicto y desbordado Blake Fielder-Civil, Amy contrajo matrimonio el 18 de mayo de 2007 en una ceremonia secreta en Miami. A pesar de las fotos sonriendo y mostrando sus anillos ambos estaban cayendo estrepitos­amente en una espiral descendent­e sin fin.

De golpe, el rostro de la cantante pasó de la sección de música y de las tapas de las revistas especializ­adas a los grandes titulares de los semanarios amarillist­as. En tres oportunida­des fue nominada a los Premios Ivor Novello, el reconocimi­ento musical más importante en el Reino Unido. La primera vez lucía joven y esplendoro­sa. En la segunda edición su presencia causó preocupaci­ón hasta en el jurado, y en la tercera ni siquiera llegó a presentars­e... ¡a una ceremonia que históricam­ente se celebra al mediodía!

Su padre terminó recibiendo el premio por ella, y tuvo que aclarar que la salud de su hija no estaba tan mal como aseguraban algunos periódicos. Pero la realidad era bien otra.

La gota que colmó el vaso se produjo cuando unos paparazzi capturaron a la pareja saliendo en un estado calamitoso del Hotel Sanderson, a la luz del día, en pleno centro de Londres y solo a tres meses del casamiento.w

Yo no quería saber nada. Le pregunté a mi papá y el me dijo que no era necesario que hiciera rehabilita­ción y fue un gran alivio”.

De chica le preguntaba si iba a ser cantante y me decía que no, que prefería ser mesera en rollers”, contó su padre.

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Puro soul. Como pocas artistas, rindió tributo a las voces negras que marcaron el pop a través de Motown.

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