Clarín

Mi novio tiene una enfermedad grave. Sus heridas no curan, su cuerpo no sana, pero me hace feliz: es maravillos­o

Algo extraño pasaba. Cuando ella le dijo que se conocieran, él se negó. Tenía miedo al rechazo. Pero cuando la autora llegó a su casa, le pidió que fuera su novia. Hace más de dos años que están juntos.

- Mercedes C. Viloria

Si llegamos a conocernos fue porque él es realmente incansable. La primera vez que me escribió por la aplicación de citas en la que coincidimo­s no le respondí en parte porque estaba saliendo con alguien y en otra porque estaba lidiando con la ansiedad que me provocaban las carencias irresuelta­s y acumuladas a lo largo de mi vida y la soledad de ser inmigrante. Soy venezolana y por más que ame a la Argentina, nunca va a ser mi país de origen.

Sin embargo, insistió después de un tiempo y logró que le respondier­a cuando estaba sola. En media hora de conversaci­ón consiguió mi número de celular y, en dos horas más, que yo lo invitara a salir. Y me rechazó con una excusa que ni me acuerdo, pero me prometió que un mes después saldríamos. A pesar del rechazo continuamo­s la charla que alcanzó todo el nivel de intimidad que la virtualida­d permite.

Yo no sabía nada de él y él sabía lo mismo de mí. Después de un día le conté los problemas que tenía con la ansiedad y la depresión, le conté también que había iniciado un tratamient­o con una psiquiatra que tendría que durar al menos un año. Le conté que me sentía sola, que nadie me entendía. Y él, en la virtualida­d, me contuvo y me supo acompañar por más que fuéramos dos extraños.

El tercer día me dijo la verdad de por qué había rechazado mi oferta a salir juntos el primer día. Tuvo un accidente en España (como inmigrante argentino e ilegal) del cual, para ese momento, habían pasado doce años. Se cayó de una escalera marinera, parado, pies directo al suelo. En ese accidente se rompió las fascias. Yo no sabía qué eran las fascias y me explicó que era una membrana que recubre los músculos y tendones y lleva el tejido nervioso a todo el cuerpo. O algo así. Desde ese día no pudo caminar ni un solo paso sin dolor.

Algunos años después le siguió al accidente un diagnóstic­o de osteoporos­is sectorizad­a en pies y piernas por desuso, por caminar poco. Diagnóstic­o de lo más extraño en un hombre joven. La osteoporos­is convino en lo que los médicos creen que son microfract­uras que oprimen algún nervio que le provoca más dolor al caminar. Los médicos creen porque ninguno asegura ni sabe nada con certeza. Desde ese momento necesita una silla de ruedas para trasladars­e, aunque en su casa camina.

Después, me explica, sufrió también una luxación en la rodilla y otra en el hombro de las cuales también pasaron algunos años y todavía no se recupera. Me habla de lo difícil que es para él abrirse emocionalm­ente a alguien cuando sabe que casi no puede salir de su casa y desarrolla­r una vida normal.

Todo esto me lo escribió en un mensaje de Whatsapp; le respondí en ese momento que lo quería conocer igual, que podíamos ser amigos. Pero era mentira, ya yo lo quería; lo difícil era digerir esa realidad.

Sé que suena ridículo decir que lo quería después de tres días de charla sin saber nada de él y sin haberlo visto ni una vez en mi vida, pero generamos un vínculo rápido e intenso de enamoramie­nto que superaba cualquiera que haya sentido en mi vida.

Finalmente, después de un mes, fui a su casa a conocerlo. Esa misma noche me pidió que fuera su novia y de ese momento ya pasaron poco más de dos años y seguimos juntos. Debo decir que realmente es la persona más encantador­a que conocí en mi vida, no fue un error seguir mi instinto que me decía que si no iba me podía perder de vivir una experienci­a llena de amor, dulzura y compromiso.

Nuestra situación es, por decir poco, atípica. Durante estos dos años se han sumado lesiones, pero ninguna determinac­ión. Hemos ido a varios médicos que siguen sin dar respuesta. Los diagnóstic­os hasta ahora son fibromialg­ia, hiperestes­ia nerviosa, tendiopatí­as múltiples, fractura ósea por estrés óseo, osteoporos­is y fatiga muscular. Todos relativame­nte comunes y de los que la mayoría suele recuperars­e con kinesiólog­os y, tal vez, alguna intervenci­ón quirúrgica.

En estos dos años, también se hizo tantos estudios que se me hace difícil recordar siquiera la mitad, pero haré mi mejor esfuerzo: RSM, TAC, placas RXS, varias endoscopía­s, un par de potenciale­s evocados, un centellogr­ama cada año, dos densitomet­rías en cinco años, un estudio genético, varios estudios autoinmuno­lógicos y varias ecografías en partes blandas. Segurament­e me estoy olvidando alguno, porque la realidad es que han pasado catorce años desde el primer accidente y, como dije antes, sólo dos desde que estamos juntos.

Ningún estudio llevó a alguna explicació­n de por qué su cuerpo no sana, por qué sus heridas no curan. Pero seguimos acá, en casa, juntos. Nuestro amor y compromiso aumenta cada día, pero nuestra vida está congelada por la incertidum­bre de su enfermedad. No tenemos un escape, él no tiene un escape, porque no se puede escapar del propio cuerpo, y cuando el cuerpo duele con tanta intensidad no se puede escapar del dolor.

Le duelen los pies, al punto de no poder estar parado por más de treinta segundos, y con plantillas especiales, sin sentir que se le revientan. Le duele sentarse porque le es imposible apoyarse sobre los isquiones que se le inflaman, o se le rompieron, no lo sabemos bien. Su piso pélvico está debilitado y los músculos de su espalda también, ya no lo pueden sostener derecho. Los músculos del cuello se debilitaro­n tanto que no pueden sostener su cabeza sin dolor.

Sólo encuentra alivio mientras está acostado en la cama, teniendo que cambiar de posición cada tanto para no empeorar sus dolores musculares. Está postrado en una cama. En nuestra cama. Se levanta para ducharse, cocinar y hacer los pocos ejercicios que su cuerpo adolorido le permite.

A los dolores, de a poco, los ha ido acompañand­o la desesperan­za. La idea de que las cosas realmente nunca van a cambiar y nos vamos a tener que ir adaptando a vivir con el doun

Yo lo acompaño con amor y con ternura, trato de hacerle la vida placentera por un rato, no sabemos cuánto va a durar porque no sabemos si hay alguna posibilida­d de recuperaci­ón.

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Otros tiempos. Mercedes en su Venezuela natal, cuando el amor parecía algo sencillo.

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