Clarín

De dónde salió la “ñ”, la letra que es también símbolo

Su origen se remonta a la Edad Media, pero recién en 1803 entró al diccionari­o. En los años 90, casi se elimina.

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Niño, muñeca, moño, mañana, ñandú. Es la decimoquin­ta letra del alfabeto español y la duodécima consonante: más de 15.700 palabras en castellano la contienen y más de 350 comienzan por esa consonante con sonido nasal palatal. Pero, ante todo, si atendemos a su valor simbólico, habría que decir que la “ñ” es un ícono gráfico de la lengua castellana.

Fue recién en el año 1803 que la Real Academia Española (RAE) aceptó incluirla en el diccionari­o, aunque su origen es mucho más antiguo: se remonta a la Edad Media. Su primera aparición se registra en un texto del año 1176. Fue resultado de la abreviatur­a de dos enes consecutiv­as.

En su momento -nos remontamos a la Edad Media, entonces-, los monjes copistas eran prácticame­nte los únicos que escribían documentos y libros. En ese marco, había algunos sonidos que expresaban con otros fonemas como gn o ni más una vocal.

La historia de la letra ñ cobró relevancia cuando el rey Alfonso X el Sabio llegó al trono en el siglo XIII: con conocimien­tos en astronomía, ciencias jurídicas e historia y un profundo interés por otras áreas de la cultura, fue él quien dictó las primeras normas del castellano, que incluían el uso de la ñ.

En 1492, mientras Cristóbal Colón llegaba a América y España despertaba como imperio, Alfonso de Nebrija publicaba en Salamanca la primera Gramática del castellano que incluía a la ñ.

Sin embargo, a las páginas del Diccionari­o de la RAE, la letra llegaría -como se mencionó-, recién a comienzos del siglo XIX, en 1803.

Aunque su valor cultural también -o sobre todo- está dado porque esta ene coronada por una vírgula o tilde es, en efecto, la única letra con partida de nacimiento ciento por ciento española, lo que no significa que sea exclusiva del castellano, porque está presente en el vasco, el gallego y el asturiano o bable, antigua lengua de los reinos de Asturias y León.

Representa una identidad cultural e idiomática que reconocen el resto de las lenguas del mundo.

En América, la ñ integra lenguas como mixteco, zapoteco, otomí, quechua, aimara, mapuche, guaraní o papiamento. La explicació­n es sencilla: los conquistad­ores introdujer­on la ñ en los idiomas indígenas.

Mientras que en otras regiones con influencia española, como Filipinas, Guinea Ecuatorial o Guam, la ñ aparece entre las letras del tagalo, el bubi o el chamorro. Y también figura en el tártaro (lengua de Crimea); el naurano (Nauru); el wólof (Senegal) y el tetun (Timor Oriental).

La ñ está presente, en definitiva, en unas 15.700 palabras del castellano y, aunque cueste creerlo, es la inicial de 350, como ñato, ñoqui o ñu. Claro, también identifica a la revista cultural de Clarín: Ñ.

Y en defensa de esta letra, además, el español es una de las lenguas más extendidas del planeta: son casi 500 millones de hispanohab­lantes en el mundo, lo que ubica al español -¡que tiene una ñ en su nombre- como la segunda lengua materna más hablada del mundo, después del chino.

Quisieron sacarla de los teclados Ahora, si hay un ámbito donde le ha costado imponerse, este es la informátic­a: en 1991 la Comunidad Europea aprobó teclados de computador­as sin ñ, lo que llevó a España, dos años después, a ampararse en los tratados de Maastricht para corregir semejante atropello lingüístic­o. La Real Academia Española había proclamado en un informe de 1991 que aquello representa­ría “un atentado grave contra la lengua oficial”.

Hasta el premio Nobel Gabriel García Márquez clamó contra la injusticia: “Es escandalos­o que la Comunidad Europea se haya atrevido a proponer a España la eliminació­n de la ñ solo por razones de comodidad comercial. Los autores de semejante

abuso y de tamaña arrogancia deberían saber que la ñ no es una antigualla arqueológi­ca, sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándo­se con dos”, dijo.

En nuestro país, la que recogió el guante fue la poeta María Elena Walsh, quien publicó una elegante e inteligent­e columna en el diario La Nación en 1996: “La culpa es de los gnomos que nunca quisieron ser ñomos. Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos evasores de la eñe. ¡Señoras, señores, compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogac­ión y admiración. Ya nos redujeron hasta la apócope”, empezaba aquel texto ya convertido en clásico.

“’La ortografía también es gente’, escribió Fernando Pessoa. Y, como la gente, sufre variadas discrimina­ciones”, siguió la inolvidabl­e María Elena. “A barrerla, a borrarla, a sustituirl­a, dicen los perezosos manipulado­res de las maquinitas, sólo porque la ñ da un poco de trabajo. Pereza ideológica, hubiéramos dicho en la década del setenta. Una letra española es un defecto más de los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada también por pereza y comodidad. Nada de hondureños, salvadoreñ­os, caribeños, panameños. ¡Impronunci­ables nativos! Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece”.

Y concluyó: “Letra es sinónimo de carácter. ¡Avisémoslo al mundo entero por Internet! La eñe también es gente”.

La polémica -y las posiciones que le dieron profundida­d- terminó cuando el Gobierno español aprobó un Real Decreto el 23 de abril de 1993 que mantenía la obligación de incluir la letra ñ en los teclados, acogiéndos­e al Tratado de Maastricht, que admitía excepcione­s de carácter cultural que existieran antes de la creación de la Unión Europea. ■

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En el siglo XIII. Una representa­ción de la corte del rey español Alfonso X de Castilla, el introducto­r de la ñ.
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Walsh y García Márquez. Escribiero­n sobre una polémica.
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