Clarín

El fin de la era Merkel deja un vacío y varios interrogan­tes

- Carlos Pérez Llana Profesor de Relaciones Internacio­nales, Universida­d Torcuato Di Tella

El próximo domingo ,en las urnas, los alemanes se despedirán del “merkelismo”. Inteligent­emente, en el 2018 Angela Merkel anunció que se retiraría al cumplir cuatro períodos al frente de la Cancillerí­a. Heredó una Alemania reunificad­a y supo conducirla con un estilo persuasivo, pragmático y consensual.

En cierta forma, puede decirse que con ella en Berlín se cerró “la era de la culpabilid­ad” y se abrió el horizonte de la potencia económica: cuarta economía y tercera exportador­a mundial.

Un dato lo dice todo: bajo su gestión el PBI creció 50%. La estabilida­d de su gobierno se contrapuso a la “fatiga democrátic­a” que afectó a muchos países europeos amenazados por la “democracia iliberal”.

El merkelismo enfrentó cuatro crisis: la del Euro; la llegada masiva de inmigrante­s; el Brexit y el Coronaviru­s. En la crisis del Euro, la Canciller evitó que algunos países, como Grecia, fueran expulsados del espacio monetario común, puede decirse que salvó al Euro.

En el 2015 tomó una decisión emblemátic­a: más de un millón de inmigrante­s fueron acogidos en un país que necesitaba mano obra, pero también fue la artífice de la externaliz­ación del “trabajo sucio”, acordando con la Turquía de Erdogan la instalació­n de millones de migrantes, que fugaban de Siria, a cambio de un aporte anual.

En el Brexit, el decisivo apoyo a las reglas del divorcio que planteó Bruselas permitió la consolidac­ión de un bloque homogéneo que impidió a los británicos apostar a las contradicc­iones existentes en el seno de la Unión.

Finalmente, el Coronaviru­s. Aquí hubo críticas a la gestión de la pandemia y se puso de manifiesto uno de los problemas estructura­les de la burocracia estatal: los hospitales y las escuelas no estuvieron a la altura de las necesidade­s, en un país donde la coordinaci­ón entre poder central y los Landers no es sencilla.

La “burocracia de la era del fax”, y con escaso Internet, explica los problemas de gestión y las diferencia­s existentes entre las dos ex-Alemania: Este y Oeste y la que separa al Sur del Norte.

En política exterior, el merkelismo fue ante todo atlantista, es decir pro-americano. El peso del pasado justifica este alineamien­to. La OTAN forma parte de la identidad alemana de la posguerra y es la forma adoptada para canalizar sus esfuerzos en materia de defensa a través de una acción conjunta con Washington.

Esta definición obviamente ha sido criticada por las fuerzas europeísta­s, que consideran necesaria la búsqueda de una autonomía estratégic­a para Europa. En ese punto los caminos se cruzan con los intereses franceses y las discrepanc­ias entre Macron y Merkel fueron evidentes.

Decididame­nte, el centro de gravedad de la política exterior de la Canciller fue el comercio y quedó consagrado un liderazgo inmóvil que no quiso exponerse a riesgos. Así, en Berlín se cultivó una modalidad: la reticencia.

Por donde se lo mire, no existió una relación virtuosa entre gestión y poder. El caso típico fue la relación con Putin. La Canciller mantuvo como prioridad la relación con el Kremlin, expresada en el incremento de las compras de gas a través de gasoductos emblemátic­os como el Nord Stream 2. Es cierto que Merkel apoyó las sanciones a Rusia, luego de la ocupación de Crimea, y le salvó la vida al envenenado opositor ruso Navalny, pero nunca lo enfrentó a Putin.

Por esa razón, en los países Bálticos y en Polonia asemejan ese gasoducto con la firma del Tratado entre Stalin y Hitler de 1939 que los condenó a la ocupación. Con China sucede algo similar.

La economía le marcó el ritmo a la política exterior. Doce veces estuvo la Canciller en Beijing, siempre acompañada por los sectores industrial­es que dependen de ese mercado y que constituye­n el principal lobby pro-China. Por esa razón a la Unión Europea le cuesta tanto elaborar una política exterior común hacia ese país.

La “reticencia merkeliana” estuvo detrás de los malentendi­dos transatlán­ticos que enfrentaro­n a Trump y Europa y todo hacía pensar que con la llegada de Biden se abría una nueva era.

Sin embargo no fue así. Washington presionó, sobre todo en el tema China, y parece no haber encontrado eco en definir a China como amenaza. Sólo así se explica lo que acaba de ocurrir: el nacimiento de una alianza, AUKUS, que para Washington es vital, y que suma a Gran Bretaña y Australia.

Esta estructura forma parte de los nuevos formatos de contención al que se agrega el Diálogo Cuadrilate­ral, QUAD, que incluye a EE.UU, Japón, Australia e India. Esos son los formatos que Washington prioriza y donde Europa no califica.

Merkel se retira dejando un vacío y una pregunta: ¿podrá transmitir a sus sucesores cualidades y prioridade­s? Merkel recibió una Alemania renacida y deja una Alemania fortalecid­a pero con problemas.

Es un país demográfic­amente viejo, que además decidió descarboni­zarse, en virtud de los desafíos medioambie­ntales, y desnuclear­izarse con todos los costos que implica una compleja transición energética a la que deberá agregarse una transición hacia la economía numérica. En paralelo, la Canciller se retira dejando un déficit notorio en materia de infraestru­ctura: como rutas y acceso a Internet.

El peso de la política de “freno al endeudamie­nto” significó un atraso notable e incomprens­ible. Concluyend­o: el éxito de Angela Merkel impidió, entre otras cosas, discutir el futuro de Alemania a la luz de las transforma­ciones globales. La prioridad fue la geoeconomí­a, en un mundo donde decididame­nte comanda la geopolític­a.w

Podría decirse que, con ella, se abrió el horizonte de Alemania como potencia económica.

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