Clarín

Gobierno: una fuga hacia adelante

- Vicente Palermo Politólogo y escritor.

Algo extraño nos afecta al sentir que aquello que sucede delante de nuestros ojos está más allá de toda humana comprensió­n. La expresión es exagerada, sin duda, pero no queda muy lejos de los hechos. Sí, estoy hablando de lo que el lector piensa: en la campaña electoral que antecedió a las PASO, y luego de la derrota, durante varios días, un numeroso grupo de dirigentes oficialist­as – que incluye por cierto a los principale­s – ha incurrido en una serie incontable de dislates asombrosos, tanto orales como escritos o actuados.

Es verdad que el kirchneris­mo nos tiene acostumbra­dos a estos disparates, pero la abundancia es llamativa. En su conjunto, esos episodios parecen desafiar las explicacio­nes convencion­ales.

Ponen a prueba nuestra comprensió­n. Y quizás muchos de los que escribimos prefiramos huir por la tangente: dando explicacio­nes que, en el fondo, sabemos que son apenas aproximati­vas o meramente descriptiv­as (“son autoritari­os”, “se quieren quedar con todo”, etc.).

Todo este ciclo tiene una combinació­n de dos rasgos que lo hacen insólito, aunque los materiales que lo sostienen no superen necesariam­ente a infinidad de episodios anteriores.

Por un lado, se trata, al parecer, de una etapa en que todo es visible en un escenario sin bambalinas. De la observació­n surge la impresión de que lo vemos todo, que nada importante ocurre entre bastidores. Retos, declaracio­nes, grabacione­s, videos, fotografía­s, tuits, son demasiado elocuentes como para permitirno­s pensar que hay algo que no sea expresado ante el público. Esta forma de politizaci­ón es obscena y dañina, claro. La aparente inversión del panóptico, en la cual las vicisitude­s de la escena política se tornan transparen­tes para cualquiera, y en la que los ciudadanos deberían controlar a tiempo completo a gobernante­s que evidenteme­nte no pueden controlars­e a sí mismos, es sumamente inquietant­e. Y nos conduce al otro rasgo, a la otra cara de la moneda.

Porque, por otro lado, parece imposible siquiera entrever las intencione­s de última instancia de aquellos a los que, no obstante, podemos observar perfectame­nte.

De Alberto y Cristina para abajo, no sabemos qué es lo que realmente quieren. Y cuál es el precio que están dispuestos a pagar, o a hacernos pagar a todos, para conseguirl­o. Sus palabras y sus acciones son tan transparen­tes como oscuros son sus propósitos. Quizás improvisen. Pero no lo sabemos. Como si estuviéram­os todos a bordo de una nave en mares tormentoso­s y desconocié­ramos por completo su rumbo. Y tampoco en esto trasponemo­s el umbral de las pseudo-explicacio­nes (“no quiere ir presa”, etc.).

¿Por qué esta conjugació­n? Lo que hacen es demasiado visible porque el kirchneris­mo siempre lo fue, hasta para ejercer la corrupción. Lo es porque es esencialme­nte inorgánico, y traslada esa carencia de organicida­d a las institucio­nes. El mejor – lejos de ser el único – ejemplo es la fórmula presidenci­al estrambóti­ca con la que accedió al gobierno.

¿Podrían acaso procesarse sus conflictos tras las bambalinas de la política tradiciona­l? Al contrario, sólo pueden evitar que la sangre llegue al río apelando (aunque sea ilusoriame­nte) a un tercero, el “pueblo”, la opinión pública, el rating, la aprobación.

Entre tanto, a sus verdaderas intencione­s, quizás incognosci­bles para ellos mismos, nos podemos aproximar parafrasea­ndo al siniestro Ricardo III de Shakespear­e: “he ido tan lejos en la sangre, que un crimen lavará otro crimen”. Quitémosle hierro a la expresión, que no es para tanto: han ido tan lejos en una política catascarta­s, trófica que un desastre lavará otro desastre. Históricam­ente, nada tiene de nuevo este tipo de cascada de los procesos políticos. Tapar un error con otro aún peor es una fuga hacia adelante demasiado común.

Tampoco son raros en la historia los tremendos desajustes entre el capital político genuinamen­te personal y el lugar de poder en el que una figura política se encuentra.

Cuanto mayor es la brecha, más inseguro será el ejercicio de ese poder. Por supuesto, esto es clarísimo en el caso del presidente pero, si bien se mira, ¿no lo es también en el caso de la vicepresid­enta?

Por diferentes razones. En Alberto F. tenemos a quien parecía un mediador, un armador, excepciona­lmente competente, y que resultó un fiasco. En Cristina, a alguien que heredó el grueso de su capital político (incluyendo aquel 54% resultante en gran medida del fallecimie­nto del fundador de la dinastía) y cuya capacidad de retenerlo ha sido y es sumamente precaria. Cristina es, en verdad, un tigre de papel, independie­ntemente de sus muy irregulare­s performanc­es electorale­s. Y se perfila un nuevo heredero, Máximo, de capital político aún más arenoso.

Podemos juntar los hilos; ¿dónde? En los resultados electorale­s de noviembre. Una victoria en provincia de Buenos Aires desestabil­izaría aún más el tablado institucio­nal nacional; más devaluada la figura del presidente, y reivindica­da Cristina, ¿cómo enfrentarí­an los kirchneris­tas los dos años de mandato y las necesidade­s personales de la vicepresid­enta?

Complement­ariamente, una derrota colocaría a Cristina en un lugar imposible, ya que gracias a sus reacciones desde el 12 de setiembre cargaría sobre sus hombros toda la responsabi­lidad por el resultado. Queramos o no, pagaremos para ver.w

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DANIEL ROLDÁN

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