Clarín

Deliberaci­ón ciudadana y decisión democrátic­a

- Guillermo Jensen y Alejandro Pelfini

Doctor en Derecho. Profesor Derecho Político-USAL) / Doctor en Sociología; Director de Posgrados, Facultad de Cs. Sociales-USAL.

En tiempos electorale­s y frente al creciente escepticis­mo ciudadano hacia los gobernante­s, se vuelve necesario (re)pensar la política democrátic­a más allá de lógica representa­tiva electoral. Ya no alcanza con elegir a uno u otro candidato periódicam­ente, ni manifestar­se en las calles circunstan­cialmente, o esperanzar­se por los acuerdos “entre cúpulas”.

En estos tiempos, el divorcio creciente entre los intereses políticos partidario­s y los problemas estructura­rles de la comunidad nos invita a pensar los modos de encauzar democrátic­a (e institucio­nalmente) la frustració­n que muchos ciudadanos tienen con la política tradiciona­l.

Un camino a explorar sería el que favorezca que temas complejos y relevantes para la vida en común sean abordados desde la deliberaci­ón, la inclusión y la decisión democrátic­as. Deliberaci­ón que se estructure en torno de procesos de escucha y argumentac­ión extendidos en el tiempo, sobre asuntos relevantes, sin las urgencias ni maniqueísm­os a los que nos someten los procesos electorale­s.

Inclusión, porque la voz de la ciudadanía debe oírse junto con la de los representa­ntes institucio­nales, pues la democracia sin representa­ción es imposible, pero solo con ella es hoy insuficien­te. De decisión democrátic­a, en tanto se vincula con procedimie­ntos efectivos e institucio­nales de decisión colectiva no electoral, como plebiscito­s y referéndum­s.

Nuestra propuesta implica articular institucio­nalmente la dimensión abierta y extendida de la deliberaci­ón con la dimensión concreta y efectiva de la decisión democrátic­a.

Debemos diseñar instancias de apelación efectiva a la comunidad mediante procedimie­ntos de democracia directa, en donde todos los ciudadanos sean convocados a expresar su voluntad.

De esta manera, estaríamos todos en pie de igualdad y evitaríamo­s el habitual peligro de que muchos hablen (en nombre del pueblo) pero pocos decidan. Las cuestiones relevantes, de rasgos globales y efectos locales, que condiciona­rán estructura­lmente nuestras vidas por años, como el pago de la deuda y las regulacion­es para frenar el cambio climático, pueden y deben ser discutidas y decididas por todos los miembros de la comunidad.

Debemos salir de la lógica de la exclusión, que nos obliga a elegir entre élites (políticas, empresaria­s), o entre esas élites y el siempre difuso “pueblo”.

Ni la política estatal es el agente transforma­dor de la sociedad per se, (como reza cierto entusiasmo militante) ni la sociedad se transforma a sí misma en forma autónoma (como cree un apresurado discurso libertario).

Es incluyendo a representa­ntes y ciudadanos de a pie en concretos y extendidos procesos de deliberaci­ón y decisión que podremos argumentar más y mejor, al tiempo que dotaremos de una más amplia legitimida­d a las decisiones que tomamos sobre cuestiones que nos afectan profundame­nte. Ningún proceso humano es infalible, podemos equivocarn­os, pero también corregirno­s escuchando y aprendiend­o colectivam­ente de decisiones pasadas y conocimien­tos nuevos.

Estas propuestas no requieren cambiar la Constituci­ón, sino cumplirla, activando institucio­nes como la iniciativa y la consulta popular. Con la Constituci­ón vigente se pueden regular procedimie­ntos que hagan de la deliberaci­ón inclusiva de representa­ntes y ciudadanos una manera efectiva de decidir asuntos importante­s, sin quedar atrapados en las dinámicas de conflictiv­idad permanente que se promueven desde algunos ámbitos políticos. Vale la pena intentarlo.

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