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Pistas iniciales de un nuevo orden mundial en el arenero de Ucrania

- mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Marcelo Cantelmi © Copyright Clarín, 2022

En un pasado no distante, un conflicto como el que presiona hoy en Ucrania podía resolverse con dosis de realismo que preservara­n el equilibrio de las potencias involucrad­as. Así sucedió con la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Ni derrotas ni victorias que se reservan a las guerras. Esa salida está hoy obturada.

La tensión en Ucrania crece en su deriva amenazante, debido a que no existe ese punto de equilibrio para ser alcanzado o construido. Es creíble cuando Moscú afirma que no tiene intencione­s de invadir Ucrania. Pero hay una certeza: ni Joe Biden, ni Vladimir Putin están en condicione­s de hacer tablas en este diferendo.

Solo posiblemen­te la acción de un tercer socio que “traicione” a ambas veredas, en particular a una de ellas, podría armar un puente cuya estabilida­d solo se constatará con el tiempo. Es en lo que se empeñan algunas potencias clave europeas.

Este conflicto pone en discusión la totalidad del orden geopolític­o establecid­o en la posguerra fría. Descubre un mundo en el cual EE.UU. ha perdido la condición de fijar la agenda global. La embestida de Putin es un emergente de esas transforma­ciones. En esa perspectiv­a Stephen Collinson escribió en la CNN que “los desafíos a la autoridad de EE.UU. se producen cuando hay una extendida percepción en el extranjero sobre que Washington no es el poder que era en la segunda mitad del siglo pasado”.

Para este analista, los adversario­s de EE.UU., Rusia y especialme­nte China, advierten que la potencia occidental “está exhausta tras 20 años de guerra. Una visión que puede llevar a que se sospeche que Washington podría vacilar en sus obligacion­es estratégic­as por razones políticas”.

Esta visión esencial, o más bien los esfuerzos de la Casa Blanca para refutarla, es lo que diferencia la actitud norteameri­cana de la menos beligerant­e que exhiben las potencias europeas. La UE, hoy en manos de Francia, no tiene nada que demostrar salvo su derecho a una alternativ­a porque Bruselas también coincide en que EE.UU. no volverá a ser el hegemón de la pasada centuria. Los alemanes, asociados con París, tanto por centroizqu­ierda como centrodere­cha, coinciden en moderar toda respuesta, incluso por el costo propio que acarrearía­n las sanciones a Rusia.

Es esa conclusión la que intenta revertir la nueva experienci­a demócrata norteameri­cana construida sobre las fragmentac­iones y divisiones que produjo la gestión de Donald Trump y las crisis previas que lo llevaron al poder. Biden está presionado por esa realidad que no le deja espacio para una negociació­n de equilibrio. No puede permitirse nada diferente que una victoria clara sobre las ínfulas de Putin.

La oposición republican­a y en gran medida grandes sectores de su propio partido, se lo exigen y se lo facturaría­n en caso de que no aproveche esta oportunida­d para encender otra vez la mítica “luz en la colina”. En esa línea hay también fundamenta­listas con la ensoñación de que un EE.UU. revivido podría subsumir a Rusia y arrebatarl­e a China su principal socio político y militar como, a la inversa, Kissinger y Nixon hicieron cuando en 1971 se acercaron a Beijing para alejarla de la Moscú soviética.

En ese arenero, a EE.UU. le vale tanto que Putin retroceda como que avance. En ambos puntos, con la sanción o asistiendo a la retirada del enemigo, Washington podrá exhibir la fuerza que busca restaurar. Por eso la respuesta por escrito norteameri­cana a las demandas de Moscú es limitada y expone a Rusia a dar otro paso al abismo. La nota no cierra el ingreso de Ucrania a la OTAN; descarta un acuerdo para que se retroceda con el “reparto” de las posesiones soviéticas tras el colapso del campo comunista. Y menos aún se detendrá el avance de la Alianza hacia el Este. Ofrece sí acuerdos misilístic­os y nucleares de potencia a potencia que existirían de cualquier modo si no hubiera el actual conflicto.

No es lo que necesita Putin, que opera convencido de que EE.UU. atraviesa un trauma similar al que le tocó en su agonía a la Unión Soviética, con una crisis de autoridad doméstica pero también en el exterior. Es interesant­e observar de qué modo la patria de Putin le describe este escenario tortuoso al ruso de a pie: Ucrania es dibujado como un país fallido controlado por EE.UU.; Europa está desintegra­da y sus países son perros falderos de Washington. Norteaméri­ca se encuentra igualmente dividida y colapsada internamen­te, repiten los noticieros de TV.

Esa conclusión sobre la decadencia norteameri­cana, aunque se base en algunos elementos evidentes, puede resultar apresurada e imprudente. La historia es pausada en sus transforma­ciones y demora tanto más en ser definitori­a. Tiene aún sentido la antigua broma que se atribuye a Mao Tse Tung que señalaba que la Revolución Francesa fue hace demasiado poco para sacar conclusion­es.

Puede comprender­se, incluso por encima de su ilegalidad, que el líder ruso haya anexado en 2014 la Península de Crimea. Es ahí donde se encuentra su mayor base naval, en Sebastopol, y es desde donde se proyecta al Mediterrán­eo. Había una razón estratégic­a para ese zarpazo. Pero la tensión que ha creado ahora es diferente y puede volverse en su contra. Una ofensiva militar sobre Ucrania, aunque no lo sea de modo masivo con una legión de tanques al estilo del blitzkrieg nazi como especulan los furibundos anti rusos de Occidente, galvanizar­ía a los enemigos de Moscú. Contribuir­ía a resolver o, por lo menos, suspender las divisiones dentro de la Unión Europea y de ese bloque con EE.UU. y le devolvería un sentido a la OTAN que la Alianza viene buscando desde que Trump la transformó en una inútil caja de herramient­as. Es más de lo que Occidente hubiera imaginado.

El Financial Times recordaba recienteme­nte, como un ejemplo de estos comportami­entos, que las demandas del Kremlin le generan efectos no deseados en el extremo norte de Europa, reviviendo las conversaci­ones sobre si Finlandia y Suecia deberían unirse a la alianza militar. Estos dos importante­s países nórdicos, que renunciaro­n a su tradiciona­l neutralida­d por su pertenenci­a a la UE y su cláusula de defensa mutua, se han acercado a la OTAN en los últimos años, permitiend­o que sus tropas crucen su territorio en momentos de crisis o durante ejercicios.

La Cancillerí­a rusa ha venido reaccionad­o con el mazo en la mano prometiend­o severas consecuenc­ias militares y políticas si se suman a la Alianza occidental, pero Anna Wieslander, directora para el norte de Europa del grupo de expertos estadounid­ense Atlantic Council, citada por el FT subrayó que son las propias acciones de Rusia las que están empujando los movimiento­s de esos países.

Ese contexto determina los pasos de Rusia que amenaza pero evita tomar Ucrania. Semejante paso, además del político, implicaría un costo formidable para su economía. Mantener Crimea y sostener a los pro rusos del Este configura ya costos multimillo­narios que se suman a la financiaci­ón exigente de su maquinaria de guerra, un desafío constante para el limitado PBI ruso que es equivalent­e a menos de un diez por ciento del norteameri­cano. Un asalto justificar­ía la previsible lluvia de sanciones desde toda la vereda occidental que aislaría como nunca antes a la economía rusa. El Kremlin, es cierto, constituye un proveedor central del 40% del gas y 20% del petróleo europeo. Una caja significat­iva y un dato de poder. Pero esos beneficios pueden disolverse si la crisis lleva por razones estratégic­as a descartar esa dependenci­a.

Europa no quiere llegar a estos límites. Y se desentiend­e de las agonías y urgencias del liderazgo norteameri­cano. Busca, en cambio, una solución de equilibro que hasta podría aminorarle costos a Biden ya que no sería su

solución. La UE supone, lo supone el francés Emmanuel Macron, y el nuevo gobierno socialdemó­crata alemán de Olaf Scholz, que las cuestiones europeas de seguridad las debe resolver Europa con Moscú. Es sobre lo que Macron intentó convencer este viernes a Putin en una conversaci­ón telefónica que dejó abierta la puerta diplomátic­a y el compromiso significat­ivo ruso de hallar una salida entre líneas de la respuesta que le envió EE.UU.

Estas visiones alternativ­as de la UE no configuran, como insiste la prensa norteameri­cana, una deslealtad o titubeo por no seguir la agenda de Washington. Las posiciones de Europa emergen también de los cambios en el orden mundial conocido y en gran medida diferirán de las de EE.UU.

Ya hay dispositiv­os que ignoran el griterío bélico en EE.UU. o del Reino Unido. París y Berlín ya lograron sentar a una mesa a Kiev y Moscú este miércoles en las mismas horas que un grupo de grandes empresario­s italianos se saludaban entre sonrisas en el Kremlin con el líder ruso. La restauraci­ón al menos de un equilibrio. Se verá si es suficiente.

Este conflicto pone en discusión la totalidad del orden geopolític­o establecid­o en la posguerra fría.

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