Si quieren venir, que vengan...
Por momentos pareciera que la Argentina se encaminara a recordar lo sucedido hace cuarenta años, actuando similares comportamientos, como actos reflejos al filo de la cornisa. En el verano del del ’82, la dictadura militar, atrapada en el laberinto carcelario que había construido a lo largo de seis años, decidió “fugar hacia adelante” generando la gesta patriótica de la recuperación de las Malvinas. La comparación entre una dictadura en aprietos y una democracia resiliente, aún maltratada y mal gestionada como la que tenemos, es para rescatar que al borde del abismo prevalezca la sensatez. No es lo que esperaban seguramente las voces del oficialismo que proliferaron en los últimos días, el diputado Leopoldo Moreau o la ex diputada Fernanda Vallejos, preparando el clima para otra algarada revestida de nacionalismo antiimperialista para amortiguar o precipitar un eventual default con el FMI, incentivando patear el tablero de la negociación, con lejanas resonancias malvineras. Recordemos aquello. Cuando ocupó de prepo la Casa de Gobierno en diciembre de 1981, el general Galtieri le encomendó a su canciller Costa Méndez que resolviera de manera perentoria una negociación con Gran Bretaña que dejara en alto la dignidad nacional y le devolviera al país lo que el imperialismo británico nos había arrebatado 150 años antes. Una negociación que, claramente, tenía un final anunciado: no habría acuerdo alguno porque la decisión de recuperar las islas por la fuerza ya estaba tomada. Llegó el 2 de abril, vino la mediación de los generales Alexander Haig y Vernon Walters para buscar que sus camaradas argentinos dieran marcha atrás, pero no hubo caso: Galtieri salió al balcón y arengó desafiante: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. El elenco ultra-cristinista apeló a ese mismo juego de pirotecnia verbal beligerante. Hay una visión crítica del historial de “planes de ajuste” impuestos por el FMI y una apelación a la co-responsabilidad y el realismo en el tratamiento de la deuda externa que está en el núcleo de una negociación consistente.
Pero esta no puede ocultar la otra parte de la ecuación: la invitación a patear el tablero acentúa la debilidad, es retrotraernos a veinte o cuarenta años atrás, evocando aquella gesta malvinera que terminó de manera catastrófica. De los laberintos se sale hacia arriba, con una delicada destreza en el arte de la negociación.■