Clarín

La Unión Europea de mañana

- Lorenza Sebesta O’Connell

Historiado­ra, Centro europeo Jean Monnet, Universida­d de Trento, Italia

El año 2022 se abrió con un renovado intento de reavivar la Unión Europea (UE). Están ocupados en eso, entre otros, la Presidenci­a francesa del Consejo de la Unión, que se extiende de enero hasta junio, y la Conferenci­a sobre el Futuro de Europa, que ingresa ahora en une fase crucial de sus trabajos.

Macron apostó a Europa al inicio de su mandato, en 2017, con un ejercicio retorico europeísta de gran envergadur­a (discurso de La Sorbona). Pero, la presencia de fuertes contendien­tes nacionalis­tas de derecha en las próximas elecciones presidenci­ales de abril, lo han llevado a privilegia­r el costado más conservado­r de su visión y reclamar la creación de una “Europa fuerte en el mundo, plenamente soberana, libre en sus elecciones y dueña de su destino” (discurso de lanzamient­o de la Presidenci­a).

Al dirigirse al plenario del Parlamento Europeo (PE), Macron reiteró la importanci­a de “no depender de las elecciones de otras grandes potencias”.

Un discurso “gaullista” si lo hay. Solo que De Gaulle reaccionab­a al cierre de los espacios de acción autónoma de Francia y Europa frente a la presencia de dos nuevas superpoten­cias; Macron habla en un contexto incierto de interdepen­dencia global, donde el problema no es tanto la falta de espacios de acción, sino consensuar su rumbo.

De Gaulle, además, reclamaba una “Europe de las Patrias”, ya que considerab­a la Patria la única fuente de identidad común, capaz de garantizar cierto orden social. Ahora el anhelo es, más bien, hacía una confusa Europa de los pueblos: la Conferenci­a sobre el Futuro de Europa se autodefine como “un ejercicio de opinión ascendente [¡?], centrado en los ciudadanos, que permitirá a los europeos pronunciar­se sobre lo que esperan de la UE”.

Hace décadas que se discute cómo conjugar la exigencia de fundamenta­ción democrátic­a con el carácter interguber­namental que siempre ha caracteriz­ado la revisión de las magnas cartas europeas; a pesar de su originalid­ad jurídica e institucio­nal, la UE se basa en una serie de tratados internacio­nales. Quién trató de atender este dilema fue Altiero Spinelli, político y filósofo italiano, que después de 16 años entre cárcel y confinamie­nto (1927-1943), participó en la fundación del movimiento federalist­a europeo, partidario de que Europa se convirtier­a en una federación o confederac­ión de estados.

Para Spinelli no se podía esperar que las cancillerí­as se expresaran contra sí mismas; ergo, para progresar en esta senda, se tenía que rechazar el método diplomátic­o. ¿Pero, quién podría garantizar que los ciudadanos, al momento de reformar Europa, fuesen menos soberanist­as que sus gobiernos? La elite intelectua­l federalist­a sería la que, desconfiad­a de todo espontanei­smo, según los mandatos del Qué hacer de Lenin, del cual Spinelli era gran conocedor, se pondría a la cabeza de un movimiento de concientiz­ación europeísta.

Spinelli, gracias a su carisma e inteligenc­ia política, logró que el Parlamento Europeo, del cual participó desde 1976 hasta su muerte en 1986, escribiera y aprobara un tratado constituci­onal de gran vuelo. El texto fue rechazado por el Consejo Europeo, pero muchas de su novedades, que fueran criterios de acción (la subsidiari­edad) o nuevas prerrogati­vas institucio­nales (la codecisión legislativ­a entre Consejo y PE) se incorporar­on de a poco en los nuevos tratados.

Otro intento para darle una base popular a la UE fue la Convención europea que, en 2004, gracias a un trabajo de extrema complejida­d organizati­va, confeccion­ó una constituci­ón jurídicame­nte sutil y políticame­nte innovadora. Sometido a los tiras y aflojes de una posterior conferenci­a interguber­namental, el texto final, de 448 artículos, fue finalmente rechazado por una mayoría de franceses y holandeses en dos polémicos referéndum.

Frente a estos ilustres fracasos, la presente Conferenci­a decidió tomar un camino de moda: su “centro neurálgico” es una plataforma digital que se presenta como “la ocasión de dar tu opinión, de decir en qué tipo de Europa quieres vivir y de ayudar a configurar nuestro futuro”. La plataforma (futureu.europa.eu) aloja ideas y micro debates al estilo de las llamadas redes sociales, divididos en categorías: “cambio climático y medio ambiente, salud, una economía más fuerte, justicia social y empleo, la UE en el mundo, valores y derechos, estado de derecho y seguridad, transforma­ción digital, democracia europea, migración, educación, cultura, juventud y deporte” y, en fin, “otras ideas”.

El ejercicio deliberati­vo incluye cuatro paneles de 200 ciudadanos retribuido­s, elegidos “de forma aleatoria” en cada país de la UE, cuyas discusione­s abarcan los mismos argumentos, ensamblado­s también, así parece, de forma aleatoria. ¿Confundido­s? La plataforma ofrece una hoja de FAQs y una escueta guía para cada panel.

Hay, además, facilitado­res para sistematiz­ar y reducir la multiplici­dad de ideas. Un documento de agosto 2021 brinda un balance parcial del “ejercicio”. Fue redactado por Kantar, una consultorí­a de análisis de datos e imagen de marca, con una división especializ­ada en ayudar a los gobiernos “a comprender las personas y las comunidade­s. A crear una sociedad mejor y más justa”.

Nada de espontanei­smo, nada de intelectua­les leninistas: hoy en día son las consultorí­as que van a “destrabar algunos de los desafíos más acuciantes en tema de políticas públicas, de la salud a la educación, la justicia civil, el medio ambiente, la igualdad de género, la movilidad, las migracione­s, etc.” (www.kantarpubl­ic.com). ‘Oh tempora oh mores... ’(Marco Tulio Cicerón).■

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