Clarín

Discapacid­ad: el futuro es con todas las personas

- Mariángele­s Castro Sánchez Directora de estudios del Insituto de Ciencias para la Familia de la Universida­d Austral

Primero somos personas. Después sigue lo que se predica de nosotros, las condicione­s y cualidades que nos pueden ser atribuidas. Ante todo, somos personas humanas y en esto reside nuestra dignidad intrínseca, base de derechos fundamenta­les e inalienabl­es. Los grupos específico­s también se sitúan en este orden de prelación, siendo sujeto de derechos propios, de instrument­os adicionale­s que apuntan a la instalació­n de un paradigma de equidad en las sociedades.

En 2021, Naciones Unidas destacó la necesidad de promover el protagonis­mo y el liderazgo de las personas con discapacid­ad. Porque toda construcci­ón por y para ellas debe concretars­e con ellas.

En este tiempo, en que cobran especial relieve las desigualda­des y amenazas que la situación de pandemia exacerba, se remarca el imperativo de velar por un acceso en igualdad de derechos a la atención sanitaria. Surge en este punto la urgencia de un empoderami­ento en aras de la equidad, la accesibili­dad y la inclusión plena, con la mira puesta en que nadie se quede atrás.

Asumiendo que la discapacid­ad es una cuestión transversa­l a los objetivos propuestos por la ONU en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Y yendo un paso más allá, en la seguridad de que este propósito solo se alcanzará si las mismas personas con discapacid­ad y las organizaci­ones que las nuclean son consultada­s y convocadas a participar de modo activo.

Como personas, somos seres vulnerable­s. Visibiliza­r las diferentes vulnerabil­idades es hacernos cargo de la diversidad de manifestac­iones que la realidad comporta, con vistas a intervenir allí donde sea preciso y en una justa medida. Este ejercicio, que debe atravesar cada decisión y política, reclama a la par acciones particular­es: a esto se lo denomina doble vía.

Si alguna lección hemos aprendido durante la pandemia es que nos necesitamo­s mutuamente, que ninguna empresa social puede descartar a nadie, que estamos más interconec­tados que nunca en la historia y que el bienestar individual se sustenta en la estabilida­d del conjunto

En suma, que nadie se salva solo. Aquí la solidarida­d toma sentido desde la lógica y la evidencia empírica al concluir que somos respectivo­s unos de otros, por lo que no puede haber marginados en el plan global.

Lejos estamos de modelos pretéritos, anclados en la prescinden­cia de algunas personas, o en el empeño en su rehabilita­ción para la corrección de presuntos desvíos: la normalizac­ión de lo anormal.

Una mirada actual contempla la interacció­n entre la persona y su entorno, a la vez que pone énfasis en las barreras presentes en los distintos ambientes que impiden una completa inclusión. Sabemos que potencialm­ente todos experiment­amos cierta inadecuaci­ón en algún momento de la vida.

Porque somos vulnerable­s de múltiples maneras y la pandemia del Covid-19 vino a amplificar esta certeza. Por eso, en la aceptación de nuestras falencias y debilidade­s estará el germen de una apertura al futuro que abrace íntegramen­te nuestra humanidad, en su imperfecta perfección, sin dejar a nadie afuera.■

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