Clarín

Rosario violenta: ya se gatilla un arma cada tres horas en la ciudad

En 2021 se denunciaro­n 1.500 ataques a edificios públicos y privados. La mayoría son ordenados desde las cárceles.

- CORRESPONS­AL Mauro Aguilar rosario@clarin.com

El joven, de gorra azul y remera blanca, gira con su moto en una calle del barrio Belgrano, en la zona oeste de Rosario. Se detiene frente a una casa, saca un arma de su bolsillo y dispara ocho veces contra la fachada. No parece importarle demasiado el alcance de las balas.

La impunidad es absoluta. No se oculta en la oscuridad de la noche: son las 18.12, de acuerdo a los registros fílmicos. Es el 29 de octubre y el muchacho tampoco cubre su rostro con un casco. Ataca y huye después de cumplir con el objetivo.

Es apenas un ejemplo de la labor extendida de los “tira tiros” y de una modalidad que se instaló en la ciudad como parte de la disputa entre bandas, para lograr ocupar viviendas o para extorsiona­r a comerciant­es a cambio de no atentar contra ellos o sus locales.

De acuerdo a un relevamien­to de la Unidad de Balaceras del Ministerio Público de la Acusación (MPA), al que tuvo acceso Clarín, durante 2021 se abrieron 1.500 investigac­iones por atentados de ese tipo.

El número podría ampliarse, pero son cientos los casos que no llegan a materializ­arse en una denuncia porque la víctima calla o porque no se pueden recolectar pruebas.

Ese universo, amplio, recurrente, feroz, no incluyen aquellas balaceras en las que hubo heridos o asesinados, que forman parte de otra estadístic­a.

Eso marca que, además de esas 1.500 investigac­iones en curso, existieron otros 859 ataques en los que alguien fue alcanzado por una bala, pero no murió, y otros 206 en la que se cometió un homicidio disparando a la víctima.

En el Gran Rosario, el 85,5% de los 241 crímenes registrado­s en 2021 –el tercer número más alto de la última década– se cometió con un arma de fuego. Sólo con esas cifras, que son las formales y reflejan una porción de lo que sucede y es posible materializ­ar en una investigac­ión judicial, puede decirse que alguien gatilla un arma en la ciudad cada tres horas.

El fenómeno de los ataques contra viviendas, comercios, sindicatos, colegios o clubes creció de tal forma que obligó, a fines de 2020, a crear una unidad especial de fiscales que dirige Valeria Haurigot e integran, además, Pablo Socca y Federico Rébora.

A mediados del año pasado, le sumaron a ese grupo la tarea de investigar extorsione­s, generalmen­te el delito previo a las balaceras.

Esa clase de atentados está más vigente que nunca entre los grupos delictivos que, además de utilizarlo para dirimir sus disputas, encontraro­n en la extorsión materializ­ada con armas de fuego un negocio rentable y mucho más sencillo de desarrolla­r que el del comercio de drogas.

En la audiencia que se realizó la semana pasada contra Uriel Luciano “Lucho” Cantero, hijo de Claudio “Pájaro” Cantero –el asesinado líder de la banda narco “Los Monos”– y señalado como uno de los actores de la nueva camada delictiva en Rosario, se ventiló cómo su banda utilizaba la modalidad del apriete y las balas.

A un comerciant­e de la zona sur le exigieron 30 mil dólares para no atacarlo. “Vas a tener que abonar, como tu socio. No la batas, si no hay plomo para tu casa de Avenida del Rosario, la tienda de tu novia y para el bar y la parrilla. La mafia”, detalla el mensaje que le enviaron el 21 de diciembre.

El hombre no pagó y la organizaci­ón no tuvo paciencia. Dos días después balearon su casa, donde vive junto a su familia. Los mensajes exigiéndol­e dinero continuaro­n, pero en este caso no lograron que pague.

En la Justicia creen que son muchos los comerciant­es que adoptan una postura diferente: entregan el dinero exigido y callan. Creen que de esa manera podrán seguir con su actividad sin problemas.

Los atentados alcanzan, también, a objetivos sensibles, del propio Estado. La semana pasada atacaron una oficina del Servicio Penitencia­rio. Tres días antes dejaron un cartel en el lugar que advertía: “Si siguen verduguean­do a la familia de los (presos de) alto perfil, la próxima vamos contra las familias de los empleados del Servicio. El que avisa no traiciona”.

La presencia de Gendarmerí­a –en octubre desembarca­ron 575 agentes y se espera que en marzo lleguen 1.000 más– no modificó el escenario. Aun cuando en diciembre hubo una merma en la cantidad de homicidios –17, a diferencia de los 25 de noviembre, para los fiscales no es una merma que marque una tendencia a la baja.

En la Unidad de Balaceras ven, por el momento, que la presencia de fuerzas federales colabora contra delitos como el hurto o el secuestro de armas, elemento que sí es valorado porque colabora con algunas investigac­iones por balaceras .

En la mayoría de los casos, los ataques con armas de fuego son ordenados desde la cárcel. Es un circuito que, más allá de las investigac­iones, las detencione­s y las condenas, lleva a los fiscales a advertir que la operatoria nunca se logra cortar.

Reclaman, por ello, mayor control de parte del Servicio Penitencia­rio, en el que observan un poco de negligenci­a y otro poco de complicida­d.

El año pasado se secuestrar­on más de tres mil celulares en las cárceles. Los líderes de bandas son apresados, pero la comunicaci­ón con el exterior es permanente y eso permite que sigan manejando los negocios ilícitos.

El caso más paradigmát­ico es el de Ariel “Guille” Cantero, que suma más condenas por delitos cometidos desde una celda que cuando estaba libre. El fiscal Socca dijo estar “harto” de investigar a personajes como “Guille”.

“No hay que investigar­lo más. Tiene condenas por 84 años. ¿Qué estamos haciendo? Estamos gastando plata en policías, en fiscales, en jueces, en operativos. Para qué, si lo único que hay que hacer es impedir que tenga un teléfono”, exigió en octubre del año pasado.

Los nombres de líderes de bandas o grupos que desarrolla­n delitos desde la cárcel, y que fueron detectados detrás de las balaceras investigad­as el año pasado incluyen, por ejemplo, a Alejandro “Chucky Monedita” Núñez, a Brandon Bay o a Lucas Smith.

Algunos fueron trasladado­s a dependenci­as del Servicio Penitencia­rio Federal (SPF), fuera de Santa Fe, lo que tampoco moderó el problema.

“Antes metíamos presa a esta clase de gente y la sacábamos de circulació­n por varios años. Ahora la cárcel ni siquiera sirve para eso. Siguen haciendo lo mismo desde adentro. Entonces, carece de sentido nuestro trabajo. Antes, la Justicia penal investigab­a a los que estaban afuera cometiendo delitos. Ahora tenemos que investigar a los que están afuera, y a los que están adentro, también”, advierte amargament­e Socca a Clarín.

Lo que pasa en el interior de las cárceles explica buena parte del fenómeno, pero no todo. Las armas proliferan en la calle. Y muchas provienen de la propia Policía. Armas que deberían estar en custodia, en depósitos oficiales, y que terminan alimentand­o el circuito delictivo.

En noviembre pasado hubo un raid de atentados que incluyó a seis estaciones de servicio, dos colegios, dos locales gastronómi­cos y un sindicato. En ningún caso hubo amenaza previa o pedido de dinero. Para los fiscales y las autoridade­s del ministerio de Seguridad esa seguidilla buscó generar conmoción y marcar el poder de fuego de las bandas. Está claro: sembrar el terror es una de sus mayores especialid­ades.

Ariel Cantero suma más condenas por delitos cometidos desde la celda que cuando estaba libre.

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JUAN JOSÉ GARCÍA Balas en la vidriera. Organizaci­ones de delincuent­es les exigen dinero a algunos comerciant­es a cambio de no atacarlos.
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Luciano “Lucho” Cantero. Hijo del “Pájaro”, detenido en Rosario.

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