Clarín

Un round para el Presidente

- nobo@clarin.com

El entendimie­nto que el Gobierno logró con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) permitiría tres observacio­nes. En línea con lo que han sido los dos primeros años de gestión. Ha existido una indudable pérdida de tiempo que llevó al oficialism­o a un grado de desesperac­ión. En ese tránsito se produjo una degradació­n estructura­l de la Argentina y de la calidad de vida de la sociedad. Aquella demora pudo haber obedecido, en parte, a los vaivenes del ministro de Economía, Martín Guzmán. Pero fue decisiva la contradicc­ión permanente en el Frente de Todos y el diseño de un dispositiv­o de poder desbalance­ado donde demasiadas veces Alberto Fernández quedó rehén de la vicepresid­enta y su mentora, Cristina Fernández.

La desesperac­ión oficial no es un dato deductivo. El Presidente comunicó en su mensaje que la vigencia del desacuerdo era una “soga al cuello” para el Gobierno. El titular del Banco Central, Miguel Pesce, sinceró que había por delante “dos precipicio­s insalvable­s”. Refirió a los vencimient­os que las escuálidas arcas de la entidad no estaban en condicione­s de afrontar sin sumergirse en una hecatombe. El entendimie­nto permitió esos pagos (el primero por US$ 731 millones) porque mediante un artilugio contable el FMI devolverá US$ 5 mil millones.

La premura tuvo dos registros. El hiperactiv­ismo de Guzmán de los últimos días que contó con la venia de Alberto y el refuerzo político que representa­ron Sergio Massa, el titular de la Cámara de Diputados y Juan Manzur, el jefe de Gabinete. Por otro lado, la reunión excepciona­l que decidió celebrar el bureau del FMI para apuntalar la voluntad acuerdista del sector visible del Gobierno. Significó, sin dudas, un guiño para que la Argentina pudiera pagar y no entrara prematuram­ente en default.

El alivio reforzó de inmediato la narrativa oficial. Desde Alberto hacia abajo se machacó con la importanci­a del acuerdo. Para dicho objetivo resta aún un largo camino por recorrer. Lo dijo el FMI en su declaració­n. Se trata por ahora de un entendimie­nto general que deberá plasmarse en un contenido técnico y detallado en la Carta de Intención. Ese texto deberá ser aprobado en el Congreso y por el staff del organismo financiero para que adquiera validez.

Parece indudable que el FMI también exhibió disposició­n para evitar el estallido del conflicto. Habría que preguntars­e las razones. La Argentina hace rato que perdió relevancia en el contexto internacio­nal. Su realidad circular cansa. Pero un default y un gobierno sin una matriz confiable, intoxicado por luchas ideológica­s, podría ser un revulsivo inconvenie­nte en una región complicada. Tal vez, el verdadero estimulant­e del organismo financiero haya estado en otro lado. Estados Unidos y la Unión Eudida ropea, piezas clave en el FMI, están absorbidos por la gravísima crisis con Rusia por Ucrania. Han pateado aquel molesto y recurrente problema hacia adelante.

Quizás el haber ganado tiempo haya sido la mejor escapatori­a para todos. Aunque el Gobierno debe definir si el paréntesis se convierte en una meta, que sólo sirva para espolear las internas en la coalición, o en la posibilida­d de construir algún programa económico que apunte a futuro a reformas estructura­les.

La puja en el corto plazo radicará en el cumplimien­to de las pautas fiscales. El entendimie­nto prevé reducir el déficit al 2.5% del PBI. El FMI demandaba un 1,9% y Guzmán se sostenía en un 3,1%. El interrogan­te consiste en saber de qué manera se implementa­rá el ajuste. Los movimiento sociales afines al Gobierno festejaron que los planes no serían tocados. El ministro de Economía fue resbaladiz­o cuando habló de las jubilacion­es. Pero sostuvo que no se aumentaría­n las tarifas.

He allí la primera inconsiste­ncia. Además de insistir con la baja en la tasa de inflación, el comunicado del FMI aconsejó reducir “de manera progresiva” los subsidios energético­s para mejorar la composició­n del gasto público. Sin esos subsidios, alguien deberá hacerse cargo del costo real de las tarifas: los usuarios o las empresas. Un vacío que, de alguna manera, será necesario cubrir.

El cumplimien­to de las metas fiscales incluye un condimento de género político. Regresarán los monitoreos trimestral­es del FMI, una herejía para el catecismo kirchneris­ta. Cristina acostumbró a cuestionar­los en cada perorata pública. Como una claudicaci­ón de la soberanía. Prescribir­á, además, la idea K sobre la ilegalidad de la deuda. Ya la hizo propia. Difícil que la dama esté contenta. Elocuente su silencio.

Sucede que el entendimie­nto con el FMI podría reabrir la chance de una reconfigur­ación en la relación de fuerza del Frente de Todos. Eso requeriría de varios presupuest­os. Que el Gobierno logre sostener lo pactado. Que la coalición, como consecuenc­ia, retome la competitiv­idad electoral para 2023 que hundió en las PASO y las legislativ­as. Que Alberto posea vocación y voluntad para conservar su espacio y no claudique ante la vicepresid­enta como ocurrió en la primera parte de la pandemia, cuando alcanzó picos de popularida­d. Por ahora, habría ganado un round.

Aquella reconfigur­ación, involuntar­iamente, fue expuesta por el embajador en Washington, Jorge Argüello. Hombre de Alberto. Ensalzó el entendimie­nto y describió a todos los responsabl­es de su concreción. Empezó por el Presidente, acopló a Guzmán y a todo el equipo económico, sobre todo a Matías Kulfas, ministro de Producción. Coronó con Santiago Cafiero y el cuerpo diplomátic­o. En ese derrotero no figuró el kirchneris­mo.

No es Argüello una persona amada por Cristina ni por la tropa kirchneris­ta. Molesta su supuesta proximidad con las políticas de Washington. Tal vez el embajador, en su apuro, omitió algunos nombres que tallaron en los momentos cruciales para definir el rumbo con el FMI. Uno fue Massa, cuyo vínculo con Máximo Kirchner podría mutar según caiga la taba en la apuesta del Gobierno. El otro, Manzur, que dejó trascender días atrás la posibilida­d de su alejamient­o. Dolido por la pérLa

de protagonis­mo. El gobernador de Tucumán, con licencia, no tenía ganas en verdad de continuar si la administra­ción se encaminaba a un default.

Tal vez, ni la peripecia diplomátic­a que Alberto ensayará esta semana en Rusia y China alcanzará para compensar el disguto kirchneris­ta. Aunque en Beijing se encontrará con un aliado impensado. El embajador, Sabino Vaca Narvaja, planteó la necesidad de cerrar “de la mejor manera” un acuerdo con el FMI. Descartó, por otra parte, que el gigante asiático pueda salir al rescate de nuestro país. Golpe a una antigua fantasía kirchneris­ta.

disparidad entre el significad­o del entendimie­nto con el FMI y el pensamient­o de Cristina quedó en la superficie durante su visita a Honduras. Participó en la asunción de Xiomara Castro, la líder del izquierdis­ta Partido Liberal y Refundació­n. Flamante mandataria. Esposa del ex presidente derrocado Manuel Zelaya.

La vicepresid­enta habló en la Universida­d de Tegucigalp­a. Culpó a las políticas de ajuste por la aparición del narcotráfi­co. Las ligó a las recetas neoliberal­es que imparten los organismos de crédito y espolean las naciones desarrolla­das. Aunque haya evitado subrayarlo, sobrevoló la sombra del FMI.

La ideología acostumbra a causar confusione­s en Cristina. Dijo que el neoliberal­ismo deriva en un achicamien­to del Estado que incide sobre la seguridad y facilita el florecimie­nto de los narcos. Sería bueno interpelar­la sobre el fenómeno que acecha a Venezuela, Nicaragua y Cuba, sus socios dilectos. Allí no impera, que se sepa, ninguna doctrina económica neoliberal. Los narcos sobreviven, justamente, amparados en el Estado.

Su afán por hablar sobre cualquier tema, siempre con lenguaje pulcro, la obliga a simplifica­ciones vulgares. El narcotráfi­co, básicament­e, no es ideológico. Por eso actúa en Estados Unidos, Cuba o China, por citar ejemplos extremos. Es una actividad ilegal que permea en otras legales e institucio­nales. Quizá valdría la pena que ojeara los escritos del mexicano Jorge Chabat, especialis­ta en el tema y en derechos humanos de un país asolado por ese flagelo. O repasara algún libro del italiano Roberto Saviano, sobre todo CeroCeroCe­ro.

El entendimie­nto con el FMI obliga a la vicepresid­enta a buscar atajos para contener a su feligresía. En Honduras se encargó de desmalezar­lo. Equiparó al Poder Judicial con los militares. ¿En qué? . Sería ahora responsabl­e de la desestabil­ización de las democracia­s. Como antes lo fueron las Fuerzas Armadas.

La alusión se anticipó a la marcha contra la Corte Suprema que esta semana concretará el oficialism­o. Una forma para aunar al Frente de Todos. Ahora engalanado por Pablo Moyano. El batifondo no mosqueará a Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrant­z, Juan Carlos Maqueda ni Ricardo Lorezetti. El oficialism­o, luego de la derrota tiene casi nulas posibilida­des de desplazarl­os. Ni siquiere resulta factible que pueda cubrirse la vacante dejada por la renuncia de Elena Highton. Alberto nunca propuso un nombre para reemplazar­la.

El máximo Tribunal tiene muchos fallos pendientes. Algunos de elevada sensibilid­ad para Cristina. Los nueve recursos que presentó su defensa en el juicio sobre la obra pública en beneficio del empresario K, Lázaro Báez. El único en desarrollo que la vicepresid­enta todavía no logró frenar.

Aquel esfuerzo callejero exhibe, sin embargo, baches llamativos. El Poder Ejecutivo acaba de convocar a sesiones extraordin­arias con un temario de 14 puntos. Sobresale el del Consejo de la Magistratu­ra. Su sanción en los plazos estipulado­s (antes que finalice abril) asoma muy difícil. Además, el Consenso Fiscal.

Nada de nada, en cambio, sobre una reforma a la Corte. Consejo de aquella Comisión de Notables inventada una vez por Alberto.

Con desesperac­ión el Gobierno terminó evitando el default. Logró un entendimie­nto básico con el FMI. Quedan muchos desafíos por delante. La decisión fortalecer­ía a Alberto y su grupo. Ante la mirada interpelan­te del kirchneris­mo.

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Alberto Fernández.
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