Clarín

El Gobierno quiere aislar a Máximo y Cristina le da otro mazazo a Guzmán

- Santiago Fioriti

Martín Guzmán había planificad­o un aumento de tarifas de los servicios públicos del 35 por ciento. Así se lo dijo a Federico Bernal, el intervento­r del Enargas, hace algunas semanas. Bernal lo escuchó con atención, como si él también fuera consciente de que frente a una inflación del 33% proyectada en el Presupuest­o -que podría ser casi del doble, según las proyeccion­es privadas más alarmantes- no pudiera pensarse en un número más bajo. Bernal solo reconoce una jefa, sin embargo. Hizo lo que se esperaba que hiciera. Fue presuroso a contarle la novedad a Cristina. “Como mucho, el aumento debe ser del 20 por ciento”, le dijo la vicepresid­enta. El intervento­r habló con Alberto Fernández y le contó las dos posiciones. El Presidente pidió acatar la orden de Cristina. A Bernal solo le quedaba hablar con Guzmán para cerrar el círculo.

—Cristina me dijo que, como máximo, podríamos aumentar un 20% y Alberto resolvió que hiciéramos lo que dijo ella —le transmitió Bernal a Guzmán.

Dicen que el ministro de Economía nunca pierde los buenos modales. Quienes protegen su intimidad -en los últimos tiempos casi al borde de colocarlo en una burbuja-, suelen decir que hay que ser un erudito en el lenguaje de los gestos para descifrar cuándo se pone nervioso. Ese día lo notaron ansioso.

—Si me mandás el aumento con el 20% te lo voy a rechazar —replicó el ministro.

Los aumentos terminaron de conocerse 48 horas atrás. Primero, la subsecreta­ría de Energía Eléctrica avisó que la luz tendrá un techo del 20% (salvo los hogares de once barrios, Vicente López y casi 500 countries) y, luego, el viernes, se difundió el monto del salto en las facturas de gas, a partir de marzo. Será de entre 19% y 20% para las casas y del 14% y 15% para las Pymes. El agua saltará un 32%.

La decisión tiene la fuerza de un mazazo para el Ministerio de Economía y para el preacuerdo con el FMI. También para la propia figura de Guzmán, a quien el cristinism­o quiere lejos del Gobierno en el cortísimo plazo. Hay un choque de planetas en el poder. Cristina pretende ir propinando pequeños empujones que lleven a Guzmán hacia el abismo. El economista no solo quiere resistir. Así como en 2018 y 2019 se reunió con varios de los candidatos presidenci­ales para decirles que tenía un plan para ser ministro, en 2023 pretende alistarse en la grilla de presidenci­ables. No es la ambición una cualidad de la que carezca.

¿Y la discusión por los subsidios? Continuará. Por ahora, Guzmán también va perdiendo esa pelea. No está prevista una reducción importante según las últimas iniciativa­s. El Estado se hará cargo del 70% de los costos en el caso del gas; y en la luz, aunque hay en marcha una estrategia de disminució­n -por la política de segmentaci­ón-, el “ahorro” será de 200 millones de dólares, frente a unos 11 mil millones que se destinaron en 2021. Guzmán no bajaría los brazos. En la intimidad dice que volverá pronto a la carga. Que debería haber nuevos retoques para satisfacer al FMI. Aumentos y quita de subsidios. Tal vez esté pensando en tomar impulso para cuando se promulgue el acuerdo en el Congreso.

Se supone que, al interceder en contra de su ministro, Alberto quiso evitar una nueva batalla con Cristina. Lo debe haber evaluado como el mal menor en días en los que el equipo económico estaba concentrad­o en las tediosas negociacio­nes con el FMI. Ni entonces ni ahora, cuando se discute en bambalinas el proyecto que llegará al Congreso, es convenient­e otra sangrienta pelea por las tarifas. Hay un antecedent­e demasiado fresco. En mayo del año anterior, por divergenci­a de miradas, Guzmán quiso echar a Federico Basualdo, el subsecreta­rio de Energía, y no pudo porque intercedió la vicepresid­enta.

Los gestos de Fernández no alcanzan. La dupla presidenci­al transita una nueva crisis. “La crisis después de la crisis”, la define un funcionari­o. Hay ministros que ni siquiera se atreven a preguntar en qué estado está la relación. No se atreven o prefieren ni saberlo. Es noticia cuando hablan por teléfono y es Alberto el que con frecuencia la produce porque él mismo lo cuenta. Quienes lo acompañaro­n en la gira por Rusia, China y Barbados se enteraron en la conferenci­a de prensa que el binomio había conversado telefónica­mente. Apenas pisó Buenos Aires, el miércoles por la noche, Fernández volvió a llamar a su socia. La conversaci­ón no fue buena. O no fue todo lo buena que Alberto esperaba.

Ella sigue maldiciend­o el entendimie­nto con el FMI. Se muestra al margen. Tiene una larga lista de reproches. Entre ellos, que Guztricar mán no consiguió reestructu­rar la deuda macrista, sino un nuevo programa; que no pudo voltear la sobretasa que pagan los países que recibieron préstamos altos (representa­n unos mil millones de dólares adicionale­s por año); que solo consiguió un plazo de devolución de 10 años, la mitad de lo que pretendían los sectores K más duros; y que se guarda para sí el contenido de las famosas “cláusulas secretas”, que Cristina dice desconocer.

En el albertismo se propaga la idea de que a la jefa del Frente y a su hijo Máximo “les cuesta cada vez más hacerse cargo de las decisiones del Gobierno” y que así será hasta el final del mandato. Sobre el diputado las críticas son peores desde que renunció a la presidenci­a del bloque en Diputados. La Cámpora pasó a estar en el ojo de la tormenta. “Se consolidan como orga, como una minoría”, cuenta un dirigente del Conurbano que se reivindica kirchneris­ta desde que Néstor Kirchner aún no había sido bendecido por la varita mágica de Duhalde.

El dirigente revela incipiente­s movimiento­s de una corriente kirchneris­ta, incluso en algunos casos mucho más cercana a Cristina que a Fernández, que ha empezado a despo

fuerte contra el camporismo. Son dirigentes que interpreta­n que aún se está a tiempo de salvar la administra­ción de Alberto con vistas a las próximas presidenci­ales. Sostienen que para eso hay que apartar a Máximo. Aislarlo. A él y a sus aliados. No sería, desde luego, tan fácil. Enfrentar al diputado es enfrentar a su madre.

El aislamient­o, por lo pronto, consistirí­a en dejarlo solo con su postura intransige­nte frente al acuerdo con el FMI. “Que quede claro que son poquitos”, dicen. La herida abierta apunta al mismo tiempo a desnudar ciertas contradicc­iones en la propia agrupación. Por estas horas, muchos albertista­s difunden que se ha retomado el diálogo con Eduardo “Wado” De Pedro (no de modo directo con Alberto, que no lo recibe a solas después de su renuncia) y resaltan que el ministro del Interior defiende el pacto de Guzmán y el Fondo.

La Casa Rosada trabaja, con la ayuda de Sergio Massa, para reducir el impacto negativo que podría tener que Máximo y los camporista­s se abstengan o que directamen­te voten en contra. “Si se abstienen y no hacen ruido, firmamos”, dicen en el oficialism­o. Cada tanto, ironizan: “A menos que Máximo quiera mimetizars­e con Milei”.

El fantasma de las espadas albertista­s es que a los camporista­s se sumen dirigentes sindicales o peronistas tradiciona­les, que por lo bajo aseguran que están meditando qué harán. “Si más de 30 diputados nuestros nos patean en contra sería un golpe demoledor, por más que la ley salga”, asumen en Balcarce 50.

Aquella corriente de kirchneris­tas opositores a La Cámpora cuenta con la entusiasta promoción de varios funcionari­os del ala albertista, a la que intentan acoplar a un actor que responde al Instituto Patria: Jorge Ferraresi, el ministro de Desarrollo Territoria­l y Hábitat, que se ha sumado a la mesa política del Presidente que componen Santiago Cafiero, Gabriel Katopodis, Juan Zabaleta y, a veces, Juan Manzur.

Ferraresi no perdona que durante el escándalo por el viaje a Cancún de Luana Volnovich y su segundo en el PAMI, Martín Rodríguez, se haya tratado de comparar esos casos con su estadía en Cuba. El entorno del ministro asegura que él sí le avisó a Alberto y que la difusión de su viaje fue parte de una maniobra de La Cámpora para apaciguar los costos de Luana y su pareja. Ferraresi, encima, había tenido un accidente doméstico en las tierras de Fidel y se enteró de la jugada en un hospital.

Volaba de bronca.

Máximo, como Cristina, no ha dicho una sola palabra en público sobre la votación. Le pidió a su gente no abandonar el hermetismo. Lo hizo el miércoles, en un asado convocado por él mismo para cerrar filas. Sucedió después de que un integrante del bloque, Itai Hagman -que no es camporista-, dijera que la idea que predominab­a entre los rebeldes era la abstención. Máximo lo llamó luego para pedirle que no hiciera más declaracio­nes. No las hubo. Ni de él ni de nadie.

El silencio se expande también en el Senado, donde manda Cristina. Alberto ha resuelto que el proyecto ingrese por esa Cámara. Aspira a que la votación sea contundent­e y se diluya la expectativ­a en Diputados. Que para entonces sea solo un trámite. El proyecto ingresará en marzo.

Falta mucho. Demasiado.w

“La Cámpora se consolida como orga, como una minoría”, dice un viejo kirchneris­ta.

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