Clarín

El conjuro nuestro de cada día

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

“Hola, buenos días”. “Chau, hasta mañana”. “La seguimos el lunes”. “Nos vemos el jueves”. Al pasar, casi sin darnos cuenta, repetimos varias veces por día frases semejantes. Lo decimos al llegar o al irnos, como si fuera lo más natural, como si no existiera otra posibilida­d más que la de reencontra­rnos: al día siguiente, la otra semana... Como si nada pudiera interrumpi­r ese ritual que organiza nuestra vida cotidiana, esas rutinas entrañable­s que marcan el paso de los días, los meses, los años. Es tanto lo que no sabemos, tanto lo que ignoramos, tan imposible de predecir lo que nos espera apenas en el minuto siguiente, que aferrarnos a nuestros pequeños actos de cada día toma la forma de un invisible e inasible escudo protector ante la incertidum­bre que implica el simple hecho de estar vivo. “¿Miedo? ¿Qué tiene que ver un hombre con el miedo? El azar gobierna nuestras vidas y el futuro es completame­nte desconocid­o. Es mejor vivir como podamos, día a día”, predicaba Sófocles. Alguien dijo que programar el despertado­r cada noche es un acto de fe. Lo es, ciertament­e. Implica confiar en que habrá otro amanecer, y que despertare­mos de ese sueño al que, rendidos y confiados estamos a punto de entregarno­s, con el regalo de una nueva jornada para aprovechar como si fuera a un tiempo la primera y la última. Repasaremo­s nuestros ritos del día y las caras ya familiares que los acompañará­n en el gimnasio, en el trabajo, en la peluquería, al hacer las compras en el supermerca­do de costumbre. Y nos ampararemo­s en esos más prolongado­s o más breves intercambi­os, como un conjuro. Recordando quizás aquella observació­n de Stephen Hawking: “He notado que incluso aquellos que afirman que todo está predestina­do y que no podemos cambiar nada al respecto, miran a ambos lados antes de cruzar la calle”.

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