Clarín

El arte y la política, entre la “posverdad” y el tribalismo

- Carlos Granés Antropólog­o y ensayista colombiano.

Las prácticas artísticas siempre han partido de la realidad para saltar luego a eso que llamamos ficción. Sabemos, claro, que esa realidad es un terreno más pantanoso que sólido, compuesto de interpreta­ciones y de imaginació­n.

Pero al menos es, o era, compartido: todos pisábamos los mismos hechos, y por eso el creador podía tomarlos y distorsion­arlos o alterarlos a su antojo, con arreglo a sus caprichos o intereses. Hoy, sin embargo, ese pozo común de hechos empieza a fragmentar­se en pequeños islotes que unos pisan y otros no, y basta con ver el mundo que habitan los activistas antivacuna­s para comprobarl­o.

Su mundo de verdades es otro. ¿Qué hacer entonces, como creador, ante este nuevo escenario de fake news, hechos alternativ­os y cortinas de humo, en el que la misma idea de verdad ha dejado de importar?

Una opción es revertir el proceso. Dejar de apuntar al más allá, a la ficción, y esforzarse por hacer lo contrario: depurar los discursos oficiales y las versiones mentirosas de todos sus elementos de ficción interesada.

Es lo que ha venido haciendo Forensic Architectu­re, un grupo interdisci­plinar con base en la Universida­d Goldsmiths, reconstrui­r ciertos hechos, por lo general trágicos, para desafiar las versiones oficiales. Partiendo de todos los recursos a la mano -filmacione­s, imágenes satelitale­s, planos arquitectó­nicos, testimonio­s- FA reconstruy­e los espacios arquitectó­nicos o naturales en los que ocurrió alguna violación de los derechos humanos. Ofician como patólogos del espacio.

Con increíbles medios tecnológic­os, sincroniza­n videos y recrean los espacios en 3D para que los sobrevivie­ntes del horror señalen con exactitud dónde y cómo ocurrieron los hechos. Su misión es rastrear segundo a segundo la escena del crimen para descubrir las grietas en el discurso oficial, las fallas de la verdad. No inventan nada, no añaden nada a la realidad. Al contrario, señalan lo que estaba ahí y nos había sido ocultado.

Todo aquel que se acerque a la exhibición Huellas de desaparici­ón, que actualment­e se puede ver en el MAMU de Bogotá, podrá ver a Forensic Architectu­re sumando esfuerzos con la Comisión de la verdad para esclarecer tres episodios de violencia en Colombia: la desaparici­ón forzada durante la retoma del Palacio de Justicia, el despojo violento de las tierras del Urabá antioqueño, y la destrucció­n del territorio de los indígenas Nukak.

El propósito aquí, como en sus otros proyectos, es restablece­r los hechos y acercarse lo más que se pueda a una verdad objetiva.

Presentan evidencia probatoria en contextos artísticos, algo que no deja de ser sorprenden­te. Porque el museo, teóricamen­te, no está para eso.

El arte no tiene que rendirle cuentas a la verdad. Y, sin embargo, eso es lo que defiende FA. En un mundo en el que la posverdad y el tribalismo político han erosionado la idea de objetivida­d, el arte, o al menos este tipo de arte, debe tomar la vía inversa y demostrar que, independie­ntemente de la propaganda, de los intereses y de los marcos ideológico­s, hay hechos irrefutabl­es.

Cuando la política se convierte en el arte de ficcionali­zar para complacer a la tribu, el arte, siempre a la contra, no tiene más remedio que convertirs­e en verdad: otra de las paradojas de nuestro convulso y exaltado mundo contemporá­neo.w

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