Clarín

Si fue la última vez, sólo hay que decir perdón y gracias

- Maximilian­o Uría muria@clarin.com

La del viernes por la noche en la Bombonera fue una jornada histórica porque sucedió el último partido de Lionel Messi en Argentina vistiendo la camiseta de la Selección. Y lo que hay que decir es simple y cursi: perdón y gracias.

El perdón, ya dado y concedido, fue breve. El círculo terminó de cerrarse con la Copa América elevada entre sus manos en lo profundo del estadio Maracaná, donde no quedaron vestigios de aquella intempesti­va renuncia en Estados Unidos, en 2016. Y aquí valdría hacer una salvedad: en su momento, Messi fue injusto. Supo decir que en Argentina lo mataban, así, en plural. No era verdad. Era minúsculo el grupo que lo criticaba con malicia, integrado por algunos provocador­es vestidos de periodista­s anhelando ser tendencia o por cobardes ocultados en redes sociales.

Y el gracias es por todo, por el fútbol, por la magia y por las sonrisas generadas. Messi logró lo que muy pocos: hizo más bello al fútbol. En un deporte en el que todo está inventado, quien trae algo nuevo es un revolucion­ario. Y lo disfrutamo­s al rosarino. Ahora, cuesta imaginarlo afuera, por eso los miles que colmaron la cancha de Boca no fueron absolutame­nte consciente­s del hito que estaban presencian­do. Acá, en el país y con la camiseta celeste y blanca, no habrá más apiladas de derecha a centro, arranques explosivos, remates con la curva exacta para que la pelota se meta en el ángulo lejano de todos los arqueros, tiros libres con el sello de Diego Maradona, controles con el ADN de Barcelona, habilitaci­ones copiadas a Xavi e Iniesta, movimiento­s ensañados por Guardiola, gambetas en una baldosa aprendidas en los potreros de Rosario.

Se fue la última función de Messi en Argentina y la imagen que regaló es justa porque se lo vio sonriente, feliz. Todo lo que dio, que fue mucho, cosechó la mejor recompensa: el cariño de los hinchas y la admiración de sus compañeros. La parte que nos tocaba de Messi se empieza a ir y el gracias será eterno. Y vale decirlo desde ahora porque, sinceramen­te, no le hará falta ganar un Mundial para quedar en la página más dorada del libro del fútbol argentino. ■

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