Clarín

Cinco magníficos de la pintura argentina

Obras de Sarah Grilo, Miguel Ocampo, Sakai, Clorindo Testa y Fernández Muro, en una gran muestra.

- Matías Serra Bradford mserrabrad­ford@clarin.com

Primero, un poco de historia para estos cuadros, muchos de los cuales parecen pintados anteayer. En su nueva muestra, la Galería Jorge Mara homenajea y releva a la mítica Galería Bonino, que trazó un magnífico paréntesis en el arte argentino entre 1951 y 1979, exhibiendo obras de Sarah Grilo (1917-2007), José Antonio Fernández Muro (1920-2014), Miguel Ocampo (1922-2015), Kazuya Sakai (19272001) y Clorindo Testa (1923-2013).

Ya en su exposición inaugural, Alfredo Bonino presentó pinturas de Grilo, Fernández Muro y Ocampo. En 1955 el arquitecto Clorindo Testa expuso en sus salas por primera vez y se sumó a las firmas de la galería, cuyo segundo local Testa diseñaría hacia 1969. Como cuenta Juan Cruz Andrada en el programa de mano, el último en incorporar­se al plantel de Bonino fue Sakai, en 1958. Dos años más tarde, el quinteto copó el Museo Nacional de Bellas Artes en una muestra colectiva que dio pie al bautismo del “Grupo de los 5”.

Quien oficia de conserje apenas se cruza el umbral traslúcido de la Galería Mara es Miguel Ocampo y sus cinco estaciones. De 1964 y 65, pintadas como de un saque, proponen una equivalenc­ia entre trazo y rama y lo que emerge tiene carácter de urgencia. Pajonales fluorescen­tes, juncos en agua prendida, encendida. Ocampo ensaya variacione­s de romanticis­mo alemán en las pampas: una noche pintada de lejos, principios de un incendio, recreacion­es con la profundida­d en luminiscen­cia. El primer minuto del lucero del día o el último de la tarde. Un paisaje nevado, innominado. (Todo se sugiere, nada debería nombrarse en pintura). Cinco cuadros con un zócalo blanco, la base o napa subcutánea de lo visible.

Entre lo rúnico y lo pre-pop, una calma reticente reina en los gofrados y frottages sobre papel metalizado de Fernández Muro, realizados en Nueva York hacia 1967. No hay accidentes en este pintor, hay planes y propósitos. Apuesta por una geometría de plata; un inhumano formalismo argentino. El artista no se acerca al espectador, no se regala. Está ocupado en preguntars­e qué hace el brillo en la pintura. La seducción pasa por otro lado; acaso, precisamen­te, por el truco de un espejismo.

Clorindo Testa hizo obras que llevan comillas y a menudo se sitúa deliberada­mente en el borde del no-cuadro. Decidió, por ejemplo, clavar un papel vacío y arrugado sobre la tela. ¿Es la revancha y reverso de todas las ideas y bocetos que fracasaron? ¿O cubre una ilustració­n que hay debajo, la obra traviesa desconocid­a? Se impone una inmediatez mayor en Testa (por su simplicida­d), en Sakai (por su uniformida­d) y en Ocampo (por su fuerza), que en Grilo y Fernández Muro, los dos pintores más sofisticad­os y sugerentes del elenco y los que requieren y recompensa­n más tiempo.

Kazuya Sakai formula un oriente nocturno, un oriente velado en pleno anochecer, en medio del trazo hamacado de pájaros indecisos. ¿Qué vinimos a reencontra­r en Sakai? Algo ondea en la fijeza que buscan implantar los marcos. ¿Qué es lo que uno recordará de ellos en otra vida, alentado por la espesura de un rojo y negro de batalla campal? Algo colapsa y se desfonda en este trío de Sakai, que el cuarto cuadro viene a recomponer.

Son las pinturas de un solitario, ejecutadas a la vera de un bosque o un pantano. Sakai parece venir desde detrás del cuadro, desde su último fondo, más que ninguno de sus compañeros de clase.

Los óleos de Sarah Grilo, de fines de los 50 y principios de los 60, se empeñan en formas en diálogo consigo mismas. Agrupa a la justa distancia esferas y circunfere­ncias, cuadrados y rectángulo­s, que son personajes pigmentado­s de laboratori­o mudo.

La propuesta es también un homenaje a la mítica galería Bonino, que marcó una época.

Lupas verdes, azules crepuscula­res y aun nocturnos, apenas atenuados o quebrados por un celeste o un rojo. Una intensidad psicológic­a, para expresarlo de algún modo, rara vez alcanzada por lo abstracto. En dos paletas distintas -la otra, entre escarlata y carmesí, erige una ciudad abstraída, más emblocada, más habitada- estamos ante enigmas mayores, de rara y ferviente luminosida­d. Y el hechizo es doblemente meritorio porque sus colores no vibran; apenas se exterioriz­an, se designan.

Grilo busca encontrarl­es a las tonalidade­s una estructura (placentera pero no acomodatic­ia). Diagrama estudios de color: un orden para el mundo por la vía del gusto. El valor del gusto. Quizá no se sorprendía tanto a sí misma, a cambio de sorprender al espectador. Como de joven, y no solo, uno empieza a tartamudea­r ante la belleza. Pasa con una mujer, justamente: Sarah Grilo, cuya fotogenia puede apreciarse, dicho sea de paso, en la fotografía de grupo en la que los cinco cómplices observan con benigna imparciali­dad a los paseantes.

Quizá su frecuente cualidad de expatriado­s nos facilite otra posible acepción para la pintura: espacio gráfico imprevisib­le que instaura un territorio propio, soberano, libre de cualquier invasión foránea, incluso la de críticos bienintenc­ionados. ■

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FOTOS: GALERÍA JORGE MARA Formas de lo abstracto. El trabajo de Sarah Grilo.
 ?? ?? Un paisaje singular. En la obra de Miguel Ocampo.
Un paisaje singular. En la obra de Miguel Ocampo.
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Una geometría de plata. Dos piezas de Fernández Muro.

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