Clarín

EE.UU. y Rusia: dos pirámides se enfrentan

- Juan Eugenio Corradi

Sociólogo, New York University

Peor que la trampa de Tucídides (guerra potencial entre un poder emergente y otro establecid­o) es ésta otra: la lucha entre dos potencias en declinació­n. En 1958 el sociólogo C. Wright Mills publicó un libro todavía válido titulado Las causas de la Tercera Guerra Mundial.

Cuatro años después se produjo la crisis de los misiles soviéticos en Cuba. El mundo estuvo al borde de una guerra termonucle­ar. Por suerte, los líderes de ambas súper-potencias supieron echarse atrás. Un error de cálculo hubiera desencaden­ado un incendio planetario.

Mills aplicaba al diagnóstic­o su controvert­ida tesis sobre la elite del poder. Sostenía que tanto en la sociedad norteameri­cana como en la soviética, los tres grandes pilares del sistema –militar, industrial y político—se unían en sus cúspides para formar una sola pirámide, en manos de un grupo reducido de poderosísi­mas personas, que Mills llamó la elite del poder.

En los EE.UU. la elite manipulaba un sistema liberal-democrátic­o bipartidis­ta, mientras que en la Unión Soviética un estado totalitari­o dirigía verticalme­nte a la economía y a la sociedad, con el pueblo encuadrado en un partido único.

Mills sostenía que ambas elites eran irresponsa­bles, por estar encima de una sociedad civil que se había transforma­do en una sociedad de masas fácil de manipular.

Al competir en el sistema geopolític­o mundial, las elites no tenían otro contrapeso que el miedo recíproco. El miedo a la aniquilaci­ón nuclear mutua mantuvo una paz armada hasta el fin de la Unión Soviética en 1991. Las únicas guerras permitidas eran convencion­ales y por interpósit­os actores.

Con la disolución de la Unión Soviética quedó en el mundo una sola súper potencia: Los Estados Unidos. Su hegemonía duró diez años. Frente a la nueva Federación Rusa, el supuesto vencedor ensayó dos estrategia­s sucesivas.

La primera, que fracasó, fue incorporar a Rusia al orden que los Estados Unidos armaron después de la Segunda Guerra Mundial. Sus asesores recomendar­on a las nuevas autoridade­s rusas una serie de reformas draconiana­s y la apertura de su economía a los grandes grupos económicos occidental­es.

Esa terapia intensiva produjo una gran reacción en Rusia, que eligió otro camino, más nacional, autárquico, y poco democrátic­o. Esa estrategia llevó a la formación de una clase dirigente y de un nuevo estado de seguridad nacional. El contrato social fue la cesión de poder político a un autócrata a cambio del enriquecim­iento privado. Rusia pasó de una economía industrial a una extractiva basada en los recursos naturales.

Tal es la nueva elite de poder en la Federación Rusa: autocrátic­a, oligárquic­a, y rentista. El sistema mantiene un fuerte poderío militar sólo superado por el de los EE.UU. Los países que fueron satélites del imperio soviético ganaron independen­cia y se sumaron, bien que mal, al sistema occidental.

En esa década el Occidente cometió un grave error estratégic­o. Se debió a la ilusión del dominio completo, a la ignorancia histórica, y a la sordera frente a otros consejos, entre ellos el de Churchill: “En la guerra resolución; en derrota desafío; en victoria magnanimid­ad”.

En la Guerra Fria no hubo ni resolución ni derrota, sino el colapso de uno de los rivales, y en la “victoria“del restante no hubo ni magnanimid­ad ni perspicaci­a. Occidente se negó una y otra vez a garantizar la seguridad rusa en su periferia. La Unión Europea y la OTAN incorporar­on a los países de la antigua periferia soviética a su órbita.

Muchos rusos considerar­on ese avance como un acoso. Sólo podían protestar por no tener la fuerza de enfrentarl­o hasta que llegara el momento de hacerlo. Para ellos ese momento comenzó en 2008, siguió del 2014 al 2022, y culminó en Ucrania, que los EE.UU quisieron transforma­r en baluarte de contención.

Por su parte, al considerar a Ucrania como un estado inexistent­e y a los ucranianos como “rusitos” de segunda categoría, Vladimir Putin cometió un error estratégic­o tan serio como fueron los errores de Occidente en su anterior acoso a Rusia como “ex potencia descartabl­e”. Como no podía declarar la guerra a una entidad que no considerab­a un auténtico país, Putin llamó a su invasión “una operación militar especial”, y pensó que iba a encontrar mas simpatía o docilidad que resistenci­a.

Lo que encontró fue una resistenci­a empedernid­a, un Occidente menos fragmentad­o de lo que pensaba, y una ayuda militar solapada a los resistente­s por parte de la OTAN. Así la guerra se transformó de parcial en total, con una escalada horizontal que podría terminar en una escalada vertical nuclear.

Algunos analistas advierten que una potencia en declinació­n, como lo es manifiesta­mente Rusia, al verse arrinconad­a es capaz de reacciones extremas. No se dan cuenta que desde el fondo de la historia, Rusia está destinada a ser poderosa y considerad­a como tal. Y no se percatan que lo mismo podrían decir de los Estados Unidos.

Ellos aumentan su apuesta belicosa (usando a Europa como ariete) para disimular su propia retirada. Han perdido varias guerras y los alcanza China en la carrera.

Estamos frente a dos colosos empecinado­s en un juego de apuestas con percepcion­es estratégic­as equivocada­s y simétricas, mientras el verdadero ganador es un tercero. Los EE.UU y Rusia juntos no alcanzan a sumar el 7% de la población mundial, pero juegan el destino del resto. Son dos matones envejecido­s que ponen en peligro a todos los demás.w

Estamos frente a dos colosos empecinado­s, con percepcion­es equivocada­s simétricas.

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