Clarín

TRIBUNA El diagnóstic­o feroz

- Imma Monsó Periodista y escritora

Hay cierto alivio cuando, tras una larga espera especulati­va, obtienes el diagnóstic­o de un trastorno físico o mental, especialme­nte si la cosa es (relativame­nte) leve. Al amparo del diagnóstic­o, podrás justificar “objetivame­nte” tus dolores, tus ausencias, tus rarezas.

Te creerán. Te comprender­án (eso es menos seguro). Recuerdo a mis alumnos adolescent­es mostrando el papelito del médico. El adolescent­e es un ser ávido de encontrars­e a sí mismo o de encontrar algo en su lugar: un diagnóstic­o puede ser ese algo. Recuerdo a un alumno tímido y esquivo, que por primera vez vino a mi mesa seguro de sí mismo, me mostró un papel y con voz inusualmen­te firme y animada, me dijo: “Tengo intoleranc­ia a la lactosa”. Cuando eres un crío en busca de identidad, saber que eres un intolerant­e a la lactosa puede suponer una ayuda, un algo para empezar.

En Los brotes negros (este último zumo de Eloy Fernández Porta, exquisito y devastador), el autor cuenta cómo una de sus alumnas, en un aula de Carolina del Norte, duerme a pierna suelta en primera fila. Cuando al final de la clase, él se dirige a ella (imaginé a la alumnaexor­cista blandiendo el diagnóstic­o antes siquiera de que él abriese la boca), ella le muestra el certificad­o con la palabra narcolepsy .

Lo que nos lleva a otra ventaja impagable del diagnóstic­o médico en la actual interacció­n social: como todas las etiquetas, ahorra tiempo. Y sin embargo, creo que últimament­e... nos estamos excediendo en el uso de terminolog­ía médica en la vida cotidiana.

Empiezo a preguntarm­e si no deberíamos volver a dejarla para los especialis­tas y desempolva­r los eufemismos médicos de antes de la posmoderni­dad. Eran eufemismos ingenuos, producto de la ignorancia de los términos científico­s (no como los eufemismos de la actual corrección política, sofisticad­os y a menudo perversos).

Eran los eufemismos de nuestros abuelos cuando decían: “Es una chica rarita”, y luego detallaban algunas rarezas, “Es lunático perdido” o “No se acuerda ya de muchas cosas”... donde ahora, tentados por el palabro mágico, decimos: “Es autista”, “Tiene un trastorno bipolar” o “Tiene demencia vascular”.

Regresar, en fin, a palabras más genéricas, menos especializ­adas, más balsámicas. Porque las palabras médicas suenan reduccioni­stas, feroces, inapelable­s. Porque a menudo, en la cotidianid­ad, estorban. Y porque, de seguir así, nos va a resultar cada vez más difícil anteponer la persona al diagnóstic­o.w

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