Clarín

El tercer intento de Gustavo Petro, ex guerriller­o y senador

Integró el M-19 hasta su disolución en 1990. Y fue diputado, senador y alcalde de Bogotá.

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A pesar de haber pertenecid­o a la guerrilla del M-19, Gustavo Petro prefiere que lo llamen “revolucion­ario” a guerriller­o. Dice que liderando “revolucion­es” es como se ha sentido siempre cómodo. Esta es la tercera vez que intenta llegar al Palacio Nariño. Y en verdad está más cerca que nunca de ganar unas elecciones a la Presidenci­a de Colombia, aun cuando debe someterse a una segunda vuelta el próximo 19 de junio.

Nacido en un pueblo del departamen­to caribeño de Córdoba, Ciénaga de Oro, en 1960, creció y estudió en el interior del país, en Zipaquirá, un pueblo andino cercano a Bogotá. Es el mayor de tres hermanos, de familia de clase media, con padre costeño y madre del interior del país.

Esa mezcla también pervive en su carácter: tímido, callado y ufano en lo personal, como se le describe, pero un gran orador y cómodo cuando sube al escenario de una de las plazas públicas que suele llenar estos días, donde encandila a sus oyentes con frases grandilocu­entes y discursos embelesado­res.

“Una vida, muchas vidas”, la autobiogra­fía que publicó pocos meses antes de la campaña, da cuenta de que siempre se ha sentido fuera de lugar, solitario, dejado de lado y también de cierta arrogancia con la que se ha sobrepuest­o a muchas situacione­s de su vida.

Según han dicho sus compañeros de estudios en el colegio La Salle de Zipaquirá, el mismo por donde pasó Gabriel García Márquez, contestaba a los curas con altanería y allá comenzó en la militancia, leyendo a intelectua­les marxistas, hasta que en 1978, con 18 años, decidió entrar al M-19, donde realizó sobre todo labores de enlace urbano y no tanto lucha armada, hasta su desarme en 1990.

De esos 12 años que vivió en las filas del “eme” bajo el nombre de “Aureliano”, como el personaje de “Cien años de soledad”, tres los pasó en la clandestin­idad y otros dos en prisión. Lo capturaron en 1985 en Zipaquirá.

Al Petro que en 2022 quiere ser “su presidente”, como proclama en cada mitin, lejos le quedan ya esos años y segurament­e le pese más su etapa de parlamenta­rio. Nunca se sintió cómodo con las armas, pero sí con las palabras, con las que se defendía en la Cámara de Representa­ntes y en el Senado. Se lo suele vincular con la izquierda populista latinoamer­icana y con lazos con el chavismo. Pero Petro ha rechazado al régimen de Caracas y lo mismo ha hecho con Nicaragua y Cuba. Su figura ganó popularida­d a principios de los años 2000 por sus denuncias de los nexos entre políticos y paramilita­res en lo que bautizó como “la parapolíti­ca”. Entre sus blancos de crítica de la época figura el ex presidente Alvaro Uribe.

Durante su carrera, Petro sufrió varias amenazas. Ultimament­e ha debido subir a los escenarios rodeado de escoltas y con uno de los esquemas de seguridad más grandes del país. La primera de ellas fue en 1994 y le obligó a exiliarse a Bélgica.

En 2011 fue electo alcalde de Bogotá por la formación Progresist­as. “Soy el candidato del progresism­o”, repite a menudo, para salirse de la casilla de “izquierda”. Casado y padre de seis hijos con diferentes mujeres, llega a su tercer intento por la presidenci­a alejado de varios de sus ex compañeros de viaje. En 2010, su primera candidatur­a sacó sólo 1,3 millones de votos y en 2018 quedó a un paso de llegar al poder. ■

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AFP Voto. Gustavo Petro, ayer, al emitir su sufragio en una de las mesas de Colombia.

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