Clarín

La novela de Cristina y Alberto, y otra guía de lectura

- Loris Zanatta Historiado­r, Universida­d de Bolonia

Desde hace tres años, la política argentina gira en torno a un mismo eje: Alberto y Cristina, Cristina y

¿Aliados? ¿Enemigos? ¿Son? ¿Se hacen? Exasperant­e. Cada día un gesto para comentar, una alusión para interpreta­r, un despecho para revelar. El mundo está en llamas, pero ellos son una droga, no puedes parar, una serie en la tele, no te deja ir. ¿Habrá una clave histórica para entenderlo?

“Cherchez la femme”, decía Dumas, “sigue el dinero”, recomienda­n los detectives. Yo seguiré a la Iglesia. No por obsesión sino por necesidad: nada como la trama de la “nación católica” ilumina la lógica si no impenetrab­le del peronismo.

Aunque pasado por cirugías fallidas y lifting baratos, ¿no sigue acaso siendo su vehículo secular? No el único, sí el principal. El pueblo es católico y católica su cultura, dice el refrán, la patria es católica y católica su fe, el peronismo es católico y católica su ideología. Así decía el nacionalis­mo católico, así los militares, así la teología del pueblo y así el peronismo de todos los gustos y colores.

¿No correspond­e a la realidad de hoy? No importa: las ideologías sobreviven al agotarse de las circunstan­cias de las que surgieron. Pueblo, nación y catolicida­d forman un haz inseparabl­e para peronistas católicos y católicos peronistas, para el campo “nacional popular”. No hay cuestión religiosa que no involucre al peronismo, no hay dilema peronista que no involucre a la Iglesia.

¿Cómo tomó la Iglesia el bizarro enroque entre los dos Fernández? ¡Muy bien! Lo cocinó con amor, lo bendijo entusiasta: Alberto era ideal para prometer un gobierno moderado, para unir el fragmentad­o rompecabez­as peronista. Cristina no, mejor se quedara un rato en el banquillo.

Aunque contara con su voluntario­sa ala católica, el gobierno de Macri era a ojos de la Iglesia “colonial”, ajeno a la “cultura” del pueblo. Aunque predique la unidad, por otra parte, nadie como ella cultiva la grieta entre “pueblo fiel” y “élites ilustradas”, cristiano y nacional el primero, laica y por tanto antinacion­al las segundas.

Por eso el Papa le hizo la vida imposible, por eso la Iglesia se batió para que los custodios de la nación católica volvieran pronto al poder. El triunfo de Alberto y Cristina fue también suyo.

Aunque, derrotado Macri, lo peor fuera conjurado, el triunfo peronista tampoco era la panacea. Superada la gran grieta nacional, ahora había que afrontar la pequeña grieta familiar. El peronismo cristiano y popular siempre había estado flanqueado por el peronismo laico e intelectua­l, el peronismo rural y marginal por el urbano, el provincian­o por el capitalino.

Si el primero era el peronismo ortodoxo el segundo era heterodoxo, si el primero era católico y nacional el segundo era “progresist­a”. Sindicalis­tas y revolucion­arios, teólogos del pueblo y teólogos de la liberación, terrorista­s fascistas y terrorista­s socialista­s: ¿cuántas veces se habían enfrentado disputándo­se la licencia de “verdaderos” peronistas, de “únicos” defensores del “pueblo”?

No era una cuestión antigua y virtual, sino urgente y actual. Obvio: Alberto había servido para triunfar en las urnas, pero era un típico peronista “ilustrado” ajeno al “pueblo de Dios”, una piedra en el zapato de la nación católica. ¡Tanto como para querer la ley del aborto! ¡En el país del Papa! En plena pandemia!

No es que la Iglesia no supiera: ¡sabía! Pero lo necesitaba. Ahora ya no, se había convertido en estorbo. Así las cosas, para entender qué pasa entre Alberto y Cristina, entre un peronismo y otro, es precisamen­te ahí donde hay que volver: a la legalizaci­ón del aborto. Y desde allí, seguir a la Iglesia.

La Iglesia no se lo tomó nada bien: comprensib­le, lícito. “Nada será más como antes”, siseó un obispo. Si el Presidente pensó que la Iglesia se tragaría el mal momento, poco entendía de la historia argentina. Nadie se imagine platos volando o gritos en el patio: esto se hace contra los gobiernos “cipayos”, en cambio en familia los trapos sucios se lavan en casa.

¿O sea? Desde Roma, un famoso prelado explicó: qué triste un partido fundado por buenos católicos plegado a la “colonizaci­ón ideológica”. Traducido: Alberto estaba traicionan­do Perón, el peronismo tenía que volver a la fuente cristiana y popular. El episcopado apretó aun más la tuerca: el gobierno se había mostrado “alejado” del “sentir del pueblo”.

Una enormidad: el “pueblo”, en democracia, está representa­do por el Parlamento, el órgano constituci­onal que, con razón o sin ella, había legalizado el aborto. Dudo exista una cosa llamada “sentir del pueblo”, pero invocarla contra los congresist­as era subversivo.

¿Quién, cuándo, cómo le había conferido esa investidur­a a la Iglesia? ¡Era el eterno retorno del “ser nacional”! ¡El eterno dogma de la primacía del “pueblo de Dios” sobre el pueblo de la democracia!

En fin: así y entonces comenzó el cerco a Alberto y el rescate del “cristinism­o”, la ofensiva del peronismo cristiano contra el peronismo “posmoderno”, una película vista mil veces bajo diferentes formas y otros nombres.

Gestos y palabras, fotos y mensajes, líderes sociales y dirigentes sindicales, administra­dores y gobernador­es: ¿cuántas teclas tiene la Iglesia en el teclado peronista? ¿Cuántas teclas tiene el peronismo ortodoxo en el teclado eclesiásti­co?

De esa encrucijad­a se bifurcan todas las demás, de esa chispa nace la guerra que hoy en día se extiende de la ideología a la economía, de las alianzas internacio­nales a los planes sociales, ministerio a ministerio, municipio a municipio, donde haya un poco poder para ejercer, un poco de dinero público para gastar. Nadie, por supuesto, se hace cargo de haber servido un cáliz envenenado. Y la cuenta la pagan todos. ¿Quieren orientarse? Créanme: sigan a la Iglesia.w

El mundo está en llamas pero ellos son una droga, una serie en la tele. ¿Habrá una clave para entenderlo?

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