El cirujano que vende pochoclo para no perder una tradición familiar
Julio César Adad (40) opera y da clases. Pero no puede abandonar el carrito que su bisabuelo estacionó por primera vez en el Parque Independencia, en 1929.
Desde que tiene uso de razón, Julio César Adad (40) pasó la infancia, niñez y adolescencia en el carrito de pochoclos de sus padres Juan José y Solange, en el Parque Independencia de Rosario, el mismo lugar donde su bisabuelo Juan, que recién llegaba de Líbano, lo estacionó por primera vez en 1929. Cuarta generación de pochocleros, Julio César sueña con que sus hijos mantengan el legado.
Cirujano especializado en traumatología y ortopedia, Adad pasa jornadas maratónicas en el quirófano durante la semana y por las noches ejerce la docencia en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario. Tiene dos hijos, Faustina (6) y Eusebio (6 meses) y está casado con Débora, médica esteticista.
"Los fines de semana el carrito de pochoclos y garrapiñadas es mi tubo de oxígeno, la conexión con mi viejo, que murió en 2001. Atendiendo a los clientes me siento otra vez un chico, aquel de 8, 9, 10 años que fue feliz".
Adad empezó a sentirse una rara avis hace pocas semanas, cuando una paciente a la que le había operado la cadera lo descubrió con el delantal y gorrito blancos con el logo de Pochoclos Adad.
"En realidad no me descubrió. Cuando yo le entregué sus pochoclos, le pregunté: '¿Cómo sigue la cadera?'. Ella me miró desconcertada primero, me veía cara conocida pero no me asociaba al lugar. Yo me sonreí y la dije que era el doctor Adad y no lo podía creer. Escribió algo en las redes que se viralizó y, a partir de allí, empecé a entender por qué sorprende algo que para mí es tan natural".
Proveniente de una familia muy humilde, con padres trabajadores sin estudios, a Adad le repiqueteó el mandato de que para ser alguien tenía que lograr el título universitario.
"Por supuesto que viéndola hoy en retrospectiva era una idea equivocada, pero en ese momento, con las carencias por las que pasaba, tenía ese concepto claro. Además de que mis viejos me incentivaban para que tuviera una profesión. Así que me puse a estudiar medicina al poco tiempo de la muerte de mi papá", reflexiona.
Adad estudiaba en la facultad toda la mañana hasta las dos de la tarde y de allí se iba al carrito de pochoclos con los apuntes y se quedaba hasta las diez, vendiendo y estudiando. Llegaba a su casa y seguía estudiando.
"Mamá me decía que no iba a aguantar ese ritmo, que buscara otra carrera menos demandante. Tenía razón la vieja, yo estaba liquidado, pero decidí darle para adelante hasta que flaqueé, empecé a dudar. Lo curioso era que las notas me respaldaban y terminé el primer año con 10 de promedio", recuerda.
Siempre en bicicleta por Rosario porque no había un peso, Adad fotocopiaba todos los libros de estudio porque no los podía comprar. "Con 20 años, y sin papá, tuve que tomar las riendas con una mamá de 40 y tres hermanos menores. Hasta que una profesora, la doctora Fernanda Troiano -la destaca emocionado- me abrazó en una etapa de incertidumbre: 'No abandones bajo ninguna circunstancia'. Ese gesto, ese abrazo fue fundamental".
Adad terminó la carrera en tiempo y forma: en 6 años, con un promedio de 8 y, embalado, siguió otros cuatro años más para adquirir la especialización en traumatología y ortopedia.
"Vivimos tiempos en los que se quieren resultados ya, de puro exitismo y yo, sin ser ejemplo de nada, quiero darles el mensaje a mis alumnos que se puede estudiar y trabajar. Con esfuerzo se consiguen cosas y cuán grato es para uno. No tiene precio, porque yo me crié en la calle, en el modesto barrio Alvear de Rosario, y la calle me enseñó, me curtió".
Cuando se recibió de médico, Adad empezó a hacer guardias médicas en Zárate y Campana y durante un año y medio estuvo sin atender el carrito de pochoclos.
Sin encontrar respuestas, empezó a sentirse mal, con inocultables síntomas de depresión. "No sabía qué me pasaba, creía que lo tenía todo: me había recibido, vivía solo, tenía mi autito. Pero no encontraba explicación al bajón que tenía, hasta que empecé a hacer terapia, cambié de psicólogo dos veces, hasta que uno dio en la tecla: me faltaba pochoclear".
Hace malabares Adad para poder hacer todo lo que le apasiona. "Tengo a mi mujer Débora, que me entiende y a la que le copa acompañarme al carrito, pero también trabaja y es mamá de un bebé. A mi hija Faustina le encanta ir al Parque Independencia, lo hace desde la cuna... Y yo amo mi trabajo de médico cirujano y ese amor me permite amortiguar el golpe de una profesión muy bastardeada", dice y subraya que por una cirugía de calcáneo le pagan 4.400 pesos y por una fractura de pie, 7.700 pesos. Todo a cobrar en tres meses.
Dice "el médico pochoclero", como le gusta llamarse, que hoy es fácil mirar a Ezeiza como única salida. "Reconozco que a mí me ha pasado. Y lo hablamos con mi mujer, miramos a nuestros hijos y nos convencemos que queremos seguir aquí en Rosario, que no está nada fácil, pero cueste lo que cueste hay que transmitir el mensaje que esforzándose se pueden lograr cosas", sostiene.
Cada vez más reconocido en el parque, Adad se encuentra además de con sus pacientes, con viejos clientes de sus padres, que saben que es un cirujano destacado y la pregunta siempre es la misma: "¿Por qué seguís en el carrito con lo ocupado que estás?".
Julio César a todos les contesta de la misma manera: "Quien olvida sus raíces pierde un poco su identidad... Yo no quería abandonar sólo porque logré un objetivo en la vida. Nunca se me cruzó en la vida y cuando lo dejé en stand-by sufrí las consecuencias".
"La semana pasada me encontré con una chica, alumna mía, que me compró unos pochoclos y me dijo: 'Con personas como vos, dan ganas de quedarse en el país'. Yo le respondí. '¿Sí? ¿Por tan poca cosa?'. Porque para mí es algo natural y mantener este noble oficio tiene un significado personal muy fuerte, que va más allá de lo económico", cierra el cirujano.
“El carrito es mi tubo de oxígeno, la conexión con mi viejo, que murió en 2001”, cuenta el médico.