Volvió mejor, sangrienta y entretenida
La cuarta temporada levanta la puntería con subtramas, nuevos personajes y el crecimiento de otros.
“No me lastima / ¿No quieres sentir cómo se siente?”, canta Kate Bush en
Running up That Hill (1985), algo así como el leit motiv de esta cuarta temporada de Stranger Things, un bienvenido salto hacia adelante que profundiza la historia de Eleven y sus amigos, y no se queda empantanada, como se temía tras la temporada 3.
Un salto adelante o hacia arriba, o hacia abajo, porque el Upside Down
está muy presente en los siete episodios del Volumen 1. Los dos capítulos restantes que la complementan vendrán más adelante.
Y vaya que el final del capítulo 7 viene con sorpresas, revelaciones varias y nos dejan con ganas de que esas cinco semanas que faltan para el viernes 1ro de julio pasen rápido.
Hay tantas subtramas que por momentos cuesta hasta enumerarlas.
Hay personajes como Eleven (Millie Bobby Brown), que ya vimos que perdió sus poderes y está con la familia Byers, o sea Joyce (Winona Ryder), Jonathan (Charlie Heaton) y Will (Noah Schnapp) viviendo en Lenora Hills, en California; otros en Hawkins -bah; el resto-; y alguno perdido en alguna prisión rusa. Pero pronto tanto en el pueblito donde se inició la serie y en la patria del vodka, las historias se diversifican, los personajes se separan y las acciones se agigantan.
Los hermanos Duffer, Matt y Ross,
han hecho bien en tomarse su tiempo -pandemia de coronavirus mediante- para concebir cómo seguiría la historia. No es que no la tuvieran en la cabeza, pero el armado y la ilación de tantas situaciones cambiantes hablan de una dedicación y un esmero full time.
A no confundirse, que Stranger Things sigue siendo un entretenimiento adolescente y nadie ha perdido el sentido del humor ni siquiera cuando enfrenten situaciones de vida o muerte. Muerte: los Duffer parecen haber madurado, si cabe, junto a sus personajes, que ya no son niños de escuela primaria, sino adolescentes. Como tales, apelan más al slasher, el género de terror acunado en los ’80.
Las historias se bifurcan, pero hay algo que las une: Vecna, ese ente endemoniado que habrá que ver qué relación guarda con el Otro Lado, el Laboratorio, Eleven o vaya uno a saber con qué o con quién.
“¿Qué hiciste?”
Y la pregunta ronda a Eleven, que a los primeros minutos del primer Episodio recibe en el Laboratorio la intrigante inquisición de Papá (Matthew Modine), muchos años antes de lo que veíamos en la primera temporada. Ella está rodeada de cadáveres ensangrentados de sus “hermanos” numerados.
Eleven, ¿es un monstruo o una superheroína, como la define Mike (Finn Wolfhard)?
Varios personajes asumen roles más importantes aquí, desde Max (Sadie Sink), que lamenta la muerte de su hermano Billy, o Nancy (Natalia Dyer), la periodista, o Robin (Maya Hawke), que trabaja con Steve (Joe Keery). El círculo se ha agrandado.
Por otro lado, los personajes adultos (Joyce, Jim Hopper -David Harboury hasta Murray -Brett Gelman) van por su lado, uno más serio o jugado a la acción, el otro par más virado a la comedia.
Hay algo en estos siete episodios que elevan las ganas de ver más. El motivo es fácil de distinguir: hay pasión en lo que se está contando, hay enriquecimientos en la trama, no se gira sobre lo mismo y no se siente, como en la temporada 3, que nos servían la comida -el programa- recalentado en el microondas.
Aquí, no. Hay varias constantes que consiguen la aprobación, como la utilización estilística del color rojo, las bienvenidas referencias a la cultura pop, desde las videocaseteras a latas de Mountain Dew, preguntas sobre qué es Internet y, por supuesto, la inclusión de la música ochentosa.
Hay uno que, desde que se lo escucha en el primer episodio (y vuelve en varios, por necesidades de la historia), no los abandonará hasta la última imagen del episodio 7 (el más largo de todos, de 98 minutos).
Es Running Up That Hill, de Kate Bush. Y esperen a ver cómo el director Shawn Levy lo reutiliza en el episodio 4 (Querido Billy), el mejor capítulo, me atrevería a decir, no sólo de esta temporada, sino de toda la serie.
Hablando de terror, por eso se explica la aparición de Robert Englund (de Pesadilla en lo profundo de la noche) como cierto personaje, cuando esta temporada tiene puntos de contacto con la saga de Wes Craven. Y no sólo por el slasher y los adolescentes acosados por cierta entidad…
También hay guiños, o afanos, a Minority Report, con un personaje, femenino, de pelo corto o rapado en un tanque. ¿Se acuerdan de Agatha, en el filme con Tom Cruise y Samantha Morton? Aunque la película de Spielberg cumpla veinte este año, y en Stranger Things se respire más aires ochentosos.
En fin, que Stranger Things quizá haya llegado en el momento oportuno para que Netflix deje de sangrar suscriptores. Tiene con qué entusiasmar, y habrá mucho más para descubrir hasta que llegue la quinta y última temporada. ■