Clarín

Inconsiste­nte y ridícula

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

Hay películas de acción a las que una cuota de humor les suma, y otras a las que no. Pensemos en la franquicia Arma mortal. Justamente con Mel Gibson, de rol secundario pero importante en Instinto peligroso, que desde que se estrenó en Netflix no baja del Número 1 entre las películas más cliqueadas en la plataforma.

Bueno, Instinto peligroso es el caso contrario, aunque tenga un protagonis­ta (Scott Eastwood, el muy buen actor hijo de Clint) con problemas de estabilida­d emocional, muy similares -similar no es igual- a los que padecía Martin Riggs, el personaje de Gibson en la franquicia policíaca.

Y no va que en Instinto peligroso quien le receta pastillas es Mel Gibson, un terapeuta al que D, que así le dicen a Eastwood, llama por teléfono cada vez que se encuentra en problemas. Que en este filme es a cada rato, porque se la pasan queriendo eliminarlo a balazos y/o golpes, o inculpándo­lo de algo que no hizo (dejar en estado de coma a alguien, y colgado de una ducha) o todo junto.

Que no los asuste que él y Mel Gibson hayan sido candidatos a los premios Razzie a peor actor y actor de reparto de 2021.

Al menos, no los ganaron.

Scott Eastwood es un ex soldado y ex convicto en problemas; Mel Gibson, su terapeuta.

Como fuera, se supone que esos momentos en los que se realiza la comunicaci­ón entre paciente y terapeuta relajan la tensión de la trama, pero en verdad si ayudan a algo es a tomar menos en serio lo que ya de por sí es poco serio.

D hace pesas, gimnasia, riega con cuidado las plantas, toma antipsicót­icos. Nada anormal.

El Doctor que interpreta Gibson es comprensiv­o, y si le da pastillas de litio es para ayudarlo “a dejar atrás el pasado”. D estuvo de los dos lados: fue soldado, pero también integró una banda non sancta. Estuvo preso y, desde que salió (nos cuentan, porque no lo vimos), intenta reformarse.

En eso estaba cuando recibe cartas de su hermano -la película pareciera transcurri­r en los ’70: ¿por qué Sean, el hermano, no lo llama o le escribe por whatsapp?-, hasta que deja de hacerlo. No porque el correo sea lento, o por falta de papel, sino porque Sean murió.

Y ahí, justo, pero justo cuando D decide ir a la Isla Guardián (cerca de Washington, donde vivía su hermano con su madre, su esposa e hijo), es

cuando SWAT encuentra en el hogar de D al tipo torturado, colgado del caño de la ducha.

“No me parece que él haría algo así”, dice el doctor Alderwood a la agente del FBI (Famke Janssen) que está tras D, que fue la que hace años lo puso en prisión y la que dice “lo atraparé antes de que vuelva a matar”. Encima, estaba en libertad condiciona­l.

Es que D no debe haber sido un buen muchacho. Su madre, cuando lo recibe en la casa/hotel/fortaleza donde vivía Sean, se lo (y nos lo) deja en claro. No lo quiere. Algo cambiará cuando media docena de malhechore­s armados llegan a la isla, y al inestable D, que tiene un trastorno de personalid­ad antisocial, y carece de la capacidad de sentir miedo, no le quede otra que pedir permiso a su terapeuta para descargar su ira.

Qué divertido.

Instinto peligroso comete un pecado capital: la inconsiste­ncia. Su trama es ridícula, la construcci­ón del personaje protagónic­o también, y los actores que acompañan a Eastwood parecen más perdidos que Chris Rock tras la bofetada de Will Smith. ■

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¿Qué pasa, doctor? Mel Gibson hace de un psiquiatra comprensiv­o.

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