Clarín

La sonrisa de un chico y aquella pelota de tientos

- Ernesto Jackson

ejackson@agea.com.ar

La canchita de tierra firme y reseca, estaba a metros de un camino vecinal, también de tierra. Hacían de arcos cuatro pilitas de matorrales. Y la pelota de goma ya estaba recontra pinchada. A punto de partirse. Y, entonces, chau picado. Recuerdo que fue una tarde, por las cuestas de Portezuelo o de Totoral, en la hermosísim­a Catamarca. Los chicos jugando, necesitado­s de alegrías de cualquier tipo, que les mejore las rutinas en medio de tanta soledad y carencias. Por suerte, entre lo que llevaba en mi baúl para regalar, además de libros, estaba aún esa pelota de cuero, número cinco, usada pero muy bien cuidada. Apenas me detuve a un costado, una decena de chicos, algunos de ellos descalzos y con los pies muy curtidos, me rodearon como para explicarme todos al mismo tiempo, que jugaban los que tenían remera contra los que tenían el torso descubiert­o. Nunca imaginaron camisetas para dos equipos. Sus rostros se me grabaron. Sus miradas luminosas, inocentes, hambrienta­s de un futuro mejor, también. Cuando les di la pelota de cuero, ya todo era una fiesta. Para entonces, desde un rancho bastante alejado, se acercó un hombre, arriero de cabras. Me saludó con una humildad inmensa y agradeció la alegría con la que había llenado esa tarde de los changuitos catamarque­ños. De vuelta en la ruta, me vino aquel recuerdo de mi primera pelota de fútbol, de cuero marrón oscuro... con tiento. Tenía una cámara con un pico que salía entre dos gajos. Se la inflaba y ese pico, doblado, quedaba debajo de los gajos, que finalmente se cerraban con tientos de cuero, ayudado con una aguja de colchonero. La felicidad está en los pequeños grandes momentos si los vivimos con pasión y solidarida­d.

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