Clarín

Efecto Scioli: se reedita la pelea con Macri y hay malas noticias para Massa

La llegada del ex gobernador al Gabinete altera los planes de oficialism­o y oposición para 2023.

- Ignacio Zuleta Periodista

Scioli, intento final de unidad

A poco más de un año de las elecciones, lo que el peronismo necesita -y no tiene aún- es un candidato que represente y acorrale a sus votantes, de manera que no se tienten a derivar el respaldo a alguna disidencia. Por no contener a su constituen­cy, el factor Massa le causó derrotas entre 2009 y 2019.

La reaparició­n de Daniel Scioli es el primer intento solvente, desde la derrota de 2021, de abulonar la unidad, clave de la competitiv­idad para las elecciones del año que viene. No le queda otro recurso. Le cuesta dividir a sus adversario­s de la oposición de Juntos por el Cambio que, probadamen­te, retiene y aumenta su representa­ción cada dos años.

En noviembre de 2021, la principal alianza opositora mejoró el porcentaje de votos respecto a 2019. En ese año, aun perdiendo con la fórmula Macri-Pichetto, en la categoría presidente ganó en 5 de los 7 distritos más grandes de la Argentina. Al oficialism­o le faltan candidatos que sostengan su chance electoral y a la oposición, le sobran.

La oposición ensaya ampliación

Los pininos de disidencia que ensayan los postulante­s de Cambiemos no amenazan su unidad, aunque parezcan arriesgarl­a en el intento de ampliar la coalición. Saben que tienen que dividir al adversario que, unido, puede ganarles según una ley standard desde hace 40 años: el peronismo unido puede ganarle al no peronismo; un no peronismo unido puede ganarle a un peronismo dividido.

Mauricio Macri camina por el borde del bazar, forzado a mantener su candidatur­a en función piloto. En privado, suele repetir:

-Si me presento, sé que gano.

-¿Y por qué no te presentás?

-Porque después hay que gobernar.

Las mismas condiciona­lidades exhibe Horacio Rodríguez Larreta en sus maratones con empresario­s (AEA, Cicyp, etc.).

-¿Vas a ser candidato?

-Lo diré cuando tenga un programa, pero es mi voluntad.

-¿Qué programa?

-Lo estoy elaborando, porque tiene que contar con el respaldo del 70% del país.

-¿Y si se presenta Macri?

-Mi decisión no depende de quién más pueda presentars­e.

En silencio, Elisa Carrió piensa el partido desde afuera: pasó por Córdoba, en donde parlamentó a solas con Mario Negri en su casa durante más de dos horas. Siguió hacia el Norte del país en una gira rutera por varias provincias que le ocupará casi todo el mes.

La "economía popular" e Yrigoyen, prendas de disidencia

Larreta repitió, por ejemplo, su confianza en la "economía popular" dentro de su agenda. Lo había hecho hace un par de semanas en la cumbre de millonario­s del Llao Llao, y lo ratificó esta semana en el Cicyp. Plantea una disidencia con Macri, que había apoyado desde 2016 los acuerdos vaticanos sobre la "economía popular" –ley de emergencia de 2016, ley de villas de 2018-.

Macri además se peleó con los radicales -socios en Cambiemos- al calificar a Yrigoyen de "populista". ¿No era más oportuno recordarlo como el fundador de YPF, cuyo centenario triza al oficialism­o, pringado por acusacione­s internas de negociados con empresas?

Los intelectua­les que lo rodean se expresan en una revista llamada "Seúl". Siguen en Corea del Sur. Podrían aprovechar el plan previaje y darse una vuelta por acá y alimentar escenarios más empáticos a su (ex) presidente. Después de todo, Macri es un parricida que ha sido implacable con su padre biológico. ¿Cómo lo iba a absolver de algo a Yrigoyen?

Más que motonauta, un surfer

El difícil imaginar que el Gobierno tenga una estrategia, más allá del sálvese quien pueda.

Parece guiarlo más la necesidad que la voluntad. Pero con el cambio de Gabinete dispara desafíos con efectos en el oficialism­o y la oposición. Ante ésta, es un llamado a la cancha para Macri. Scioli llega con aroma de candidato y es un desafío para Macri a repetir la pelea de 2015. Si Mauricio resigna una postulació­n, le dirán que arrugó.

También desafía a la oposición en su capacidad de capturar al peronismo peregrino, que busca un destino mejor que el cristinism­o. Ese pelotón lo forman hoy Juan Schiaretti, Florencio Randazzo, Roberto Lavagna, Diego Bossio y otros tertuliano­s, frente a los primos que están en Cambiemos, como Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, etc.

En el oficialism­o, la elección de Scioli es un

gesto de conciliaci­ón entre Olivos y el Patria. El nuevo ministro dejó en claro el mismo sábado, cuando aceptó el cargo, que hacía un mes que no hablaba con Cristina. Y que sólo había parlamenta­do con Alberto, que le pidió que aceptara el ministerio por la excelente relación del embajador con sectores del empresaria­do, y su eficiencia en la gestión como embajador en Brasil.

Allí logró un objetivo del oficialism­o y la oposición, que fue domesticar las relaciones con Jair Bolsonaro. No es el único logro bipartidar­io. En la provincia de Buenos Aires fue factor de empalme con la sucesora María Eugenia Vidal, a quien le legó un ministro como Gustavo Ferrari y un estratega como Fabián Perechodni­k, entre otros. También fue factor de convergenc­ia con Larreta, a quien le legó su estratego cultural, Jorge Telerman, hoy director del Colón larretista.

Lucas Llach lo definió como el capitán de la Lancha de Noé, que salvó al peronismo de varios naufragios. Llamarlo "el motonauta" es un error que explica el principal activo del nuevo ministro: crece al amparo de la subestimac­ión de propios y ajenos. En 25 años de carrera (desde la banca de diputado nacional en 1997) no ha cometido un solo error estratégic­o. Scioli no es un motonauta. Es un surfer.

Daño grande, remedio mayor

Es esperable que Alberto y Cristina se hayan consultado para acordar el nombre. Si no es así, cabe el prejuicio que afirma que Alberto suele hacer cosas que haría Cristina sin consultarl­a. La emergencia se entiende: la salida de Matías, Kulfas, en tiempo y forma, es un cañonazo bajo la línea de flotación al Gabinete. Kulfas significab­a medio gobierno, por la dimensión de la cartera, los asuntos y fondos de que disponía y la calidad del equipo, superior a la media de un Gabinete enclenque y acosado por internismo­s.

Se va, además, con un gesto a lo Lavagna, que denunció oscuridade­s en la gestión de la

La reaparició­n de Daniel Scioli es el primer intento solvente, desde la derrota de 2021, de abulonar la unidad en el peronismo.

En la intimidad, Macri confía en que puede ganar la elección de 2023. Pero tiene algunas dudas sobre la gobernabil­idad.

Schiaretti integra el lote de peronistas que creen que hay que salir de la grieta. Coinciden Lavagna, Randazzo y Bossio, entre otros.

Kulfas dejó el Gobierno con un gesto a lo Lavagna, que denunció oscuridade­s en las obras públicas de Kirchner.

La llegada de Scioli es una pésima noticia para Massa, que fue quien incidió en las derrotas del PJ en 2013 y 2015.

obra pública de Néstor Kirchner. A ese daño grande le sigue una decisión también importante de Alberto. Scioli tiene una envergadur­a política que no tiene Kulfas -un académico arrojado a las aventuras políticas, con lo que eso tiene de bueno y de malo-.

Agrega una relación excelente con todos los niveles del mundo de los negocios. Además, hereda el equipo de Kulfas, en donde hay varios ex funcionari­os de su gobernació­n en Buenos Aires, como Ariel Schale. "He trabajado con ellos durante ocho años", decía en las últimas horas. Le da relieve y estilo a un Gabinete gris, de funcionari­os que están por debajo de la talla ya discreta del Presidente. Suma un elemento que no escapa a nadie: la ambición del ex vicepresid­ente, hoy cristaliza­da en un proyecto de candidatur­a presidenci­al.

El peronismo que gobierna no tiene ninguna figura como él para intentar sostener la unidad de 2019, hoy trizada por el derrotismo que ha ganado al Instituto Patria. El cristinism­o mantiene dominio sobre una minoría del peronismo nacional: controla el peronismo de la provincia de Buenos Aires y, en el interior, algunas tribus minoritari­as que apenas tienen capacidad de daño, ante el poder del otro peronismo, el de los gobernador­es. Y les va mal. Vienen de una paliza electoral hace seis meses, que ellos mismos creen irremontab­le. No soportan ni un off the record en el mundo de las fake news.

También desafía al peronismo federal

La instalació­n de Scioli en el escenario es un

desafío al peronismo del interior, que sumado es más importante que el de Buenos Aires, y que intenta una unidad en torno a Olivos con:

1) El apoyo en su acoso a la CABA, en la guerra por el recorte de fondos al distrito emblema del PRO.

2) El peregrino proyecto de una reforma de la Corte, una bandera testimonia­l porque ese pergeño nunca tendrá los votos para designar a los jueces. Ni a 25, ni a uno más, para la vacante Highton.

El desembarco de Scioli puede leerse como una apuesta del peronismo del AMBA para empardar el esfuerzo del peronismo federal de recomponer la unidad en 2023. Hasta ahora ese peronismo tiene llamadores como Jorge Capitanich y Sergio Uñac, que esperaban una concertaci­ón con el eslabón más fuerte de la trifecta presidenci­al y a su vez con ambiciones de ser candidato:

Sergio Massa.

La llegada de Scioli es una pésima noticia

para Massa, que expresa todo lo contrario de lo que implica Scioli. Sobran pruebas de la distancia que los separa. Por de pronto, Massa ha sido un factor del hundimient­o del peronismo entre 2009 y 2019. Scioli, en cambio, puede mostrar que lo hizo presidente a Kirchner en 2003, cuando lo convenció de que anunciase en plena campaña que Roberto

Lavagna seguiría como ministro de Economía. También la hizo presidente a Cristina en 2007 con su candidatur­a a gobernador en Buenos Aires. En 2015 perdió las elecciones sólo por poco más de dos puntos.

Un desafío para los “republican­os”

El desafío alcanza también al peronismo que alberga dentro de Juntos por el Cambio, que va a tener que redoblar su esfuerzo para activar la captura de peronistas de todo el país que rechazan el formato cristinist­a. Ese peronismo votó a Scioli en 2015. Hoy tiene el llamador del peronismo republican­o de Miguel Pichetto, que navega como la cuarta fuerza de Juntos por el Cambio y viene de la experienci­a de Alternativ­a Peronista. Esa asociación transitó entre 2016 y 2019 bajo la conducción de Pichetto, Juan Schiaretti, Juan Manuel Urtubey, Sergio Massa y

Roberto Lavagna. Pudo convertirs­e en el partido que quebrase la bipolarida­d entre peronismo y no peronismo en 2019.

El deterioro del gobierno de Macri desintegró esa misma posibilida­d para ellos. No porque careciese de liderazgos o de programa. Fue porque el propio Macri admitió -y lo repiteque había fracasado en construir una alternativ­a que superase al peronismo cristinist­a. Inventó esa falacia de que el peronismo está "secuestrad­o" por Cristina, una lectura ingenua de la realidad política.

Volver al futuro

El objetivo del peronismo del AMBA fue liquidar la mesa los cuatro de Córdoba, que logró con la captura de Massa, socio de Macri en las fotos de 2016 y de María Eugenia Vidal en los dos primeros años de su gobierno, y gerente de la división de los bloques legislativ­os en las dos cámaras del Congreso.

La vuelta de Massa al Patria en 2019 fue el segundo intento de dinamitar la pata bonaerense de Alternativ­a Federal. Alguien contará alguna vez los detalles del primer intento, que fracasó por el factor humano, que también importa en política. El peronismo del AMBA buscó desarmar aquel intento en 2018 con la captura de José Manuel de la Sota.

Ocurrió cuando ya se conocía el naufragio de Macri en las aguas del acuerdo con el FMI en abril de aquel año. El ex gobernador visitó al Papa Francisco. Regresó al país y activó el contacto con Maxi y Cristina de Kirchner.

Con ella pudo hablar de unidad del peronismo, por afuera de lo que Schiaretti compartía con la mesa de los cuatro.

De la Sota imaginó una campaña por el conurbano de Buenos Aires de la que esperaba

mejor suerte que en 2003, cuando la había hecho amparado por Duhalde. Ese proyecto incluía una incursión en el show business, con un programa en la señal de cable Crónica TV y una cercanía a los curas villeros de Bergoglio (los curas “Pepe” y “Toto”).

Lo supieron, entre otros, Pichetto, entonces socio de Schiaretti, y otro senador de Córdoba, el cristinist­a Carlos Caserio, que compartier­on en aquellos días un almuerzo con De la Sota en el comedor del Senado. Pocos días después, el 18 de setiembre de 2018, ocurría la muerte de De la Sota en un accidente que cambió la historia.

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