John Carlin Prefiero ser ruso que demócrata
Estamos todos preocupados por la subida de los precios de los carburantes y tal pero, perdonen que lo mencione, existe un motivo de alarma más, digamos, primario. Los dos países que poseen el 90 por ciento del arsenal nuclear mundial, más que suficiente para acabar con la vida humana, andan muy locos. La inestabilidad mental es lo que define hoy a Estados Unidos y Rusia. La pregunta es, ¿cuál de los dos vive una mayor inestabilidad política? o ¿cuál está más cerca de la guerra civil?
La rusa Marina Litvinenko, viuda del agente de la KGB asesinado por orden de Vladimir Putin, me dijo la semana pasada en Londres que las condiciones existían en su país para una repetición de la revolución de 1917. Sospecho que Litvinenko ha sucumbido a una pizca de wishful thinking, de creer que ocurrirá lo que desea que ocurra. Pero no sé. “¿Qué pasará en Rusia?” es la pregunta del millón y nadie tiene la respuesta. La descripción que hizo Churchill de Rusia en 1939 sigue vigente: “Un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma”.
En Estados Unidos, en cambio, no esconden los trapos sucios. Los sacan, casi se jactan de ellos, a la luz del día. Así son, a nivel individual y como nación. Gente abierta, sin pudor y, en demasiados casos, sin mucho contacto con la realidad.
Como por ejemplo el público adicto a Fox News, el canal televisivo que es para Donald Trump lo que todos los canales rusos son para Putin. El jueves se inició la transmisión televisiva de las conclusiones del comité de la Cámara de Representantes que fue creado para investigar la invasión del Capitolio del 6 de enero del año pasado. De los principales canales estadounidenses de noticias, Fox News es el único que se negó a transmitirlo en directo.
¿Por qué? Por temor a exponer su público a la verdad, para no diluir la polarización de la que se nutren tanto Fox como Trump, para evitar que los devotos trumpistas cuestionen su fe, la absoluta certeza de que su vaca naranja sagrada seguiría hoy en la Casa Blanca si no fuera por “the Big Steal”, el gran robo que sufrió a manos de Joseph Biden y sus cómplices en la totalidad del sistema judicial de Estados Unidos. Fox News no quiere que se enteren del informe del comité porque Trump no quiere que vean al que fue su fiscal general afirmando que la acusación de fraude electoral fue “bullshit”, una ridiculez. No quieren que sus fieles tengan que sufrir el disgusto de oír que la insurrección sangrienta del 6 de enero fue, según la información recaudada de mil testigos, la culminación de un intento de golpe de Estado.
Trump y su gente sencillamente se negaron a aceptar la regla que todos los presidentes norteamericanos electoralmente derrotados han hecho suya a lo largo de 200 años: que te callas y te vas. El espectáculo que Trump presentó fue el de un chico pequeño que se niega a ir a la cama. Chilla a sus padres que “no, no y no”, tira su papilla al suelo y, esto siendo Estados Unidos, saca su pistola y se pone a disparar.
Hoy medio Estados Unidos consiste de chicos rabiosos cuyo hábitat político es una versión más oscura del país de las maravillas de Alicia. La otra mitad se compone de gente adulta -o, en cualquier caso, menos infantilque sigue creyendo, por ahora, en la transferencia pacífica del poder como pilar fundamental de la democracia.
El organismo investigador que provee las radiografías sociales más fiables de Estados Unidos, Pew Research, dijo hace seis meses que “la polarización partidista sigue siendo la dominante, quizá inalterable condición de la política estadounidense”. Sigue siendo verdad hoy. La situación a la que se ha llegado es esta: si tu partido pierde la siguiente elección presidencial lo sentirás como si tu país hubiera caído en manos de un régimen de ocupación extranjero.
Con lo cual, ¿guerra civil? En octubre del año pasado publiqué una columna en la que cité un par de artículos en dos revistas sobrias de Washington que advertían de la posibilidad de guerra civil. Cité también al Financial Times diciendo: “Hoy la pregunta de moda en Washington es: ‘¿Somos Weimar?’ ¿Es América, como la Alemania de los años veinte, una democracia en declive terminal?”. O sea, ¿hay guerra y dictadura a la vista?
Hoy estas mismas preguntas se siguen haciendo, pero con más insistencia entre cada vez más personas. El alarmismo se convierte en rutina. Acaban de publicarse no uno, no dos, sino tres libros en Estados Unidos que se titulan “Cómo empiezan las guerras civiles”, “Esto no ocurrirá: Trump, Biden y la batalla por el futuro de Estados Unidos” y “La siguiente guerra civil: reportajes desde el futuro de Estados Unidos”. Todos advierten de que existen las condiciones clásicas para una guerra civil, de que el país habita dos mundos radicalmente diferentes divididos entre campo y ciudad, que ha habido una reciente explosión de milicias armadas, que el lenguaje político se vuelve cada día más violento, que el concepto de “leal oposición” a ha dado lugar al odio al rival, que cuando Trump llegó al poder en 2017 uno de cada diez estadounidenses decía que la violencia estaba justificada para conseguir objetivos políticos, y que hoy es uno de cada tres.
Vista la información de la que disponemos, el presagio de Marina Litvinenko parece más aplicable a Estados Unidos que a Rusia. Vemos un indicio de ello en una camiseta popular entre los trumpistas que dice, con un doble sentido a la vez inconsciente y revelador: “Prefiero ser ruso que demócrata”.
¿Ante semejante panorama habría motivos de consuelo? En el caso de que tras una guerra triunfara el fascismo trumpista, quizá uno. Ya que habría dos dictadores psicópatas al mando del 90 por ciento del armamento nuclear quizá se llevarían bien y se reduciría la posibilidad de que el planeta Tierra acabe siendo tan inhóspito como la Luna. Ahora, si eso realmente sería un consuelo, cada uno dirá.
Cada vez más personas se preguntan en Estados Unidos si no hay una guerra civil o una dictadura a la vista.