Clarín

El negocio de la pobreza o la incapacida­d de generar trabajo

Es lo que demostraro­n los gobiernos de Cristina, Macri y Alberto para erradicar los planes a cambio de empleo. Cómo lucra la izquierda.

- Walter Schmidt wschmidt@clarin.com

Marta tiene 56 años y vive en el oeste del conurbano bonaerense con su esposo albañil y tres hijas. Trabaja como empleada doméstica desde hace muchos años, y vende cosméticos en su barrio. Pero su principal ingreso es un plan social, el Potenciar Trabajo, que le facilita 19 mil pesos. En realidad, casi 19 mil pesos.

Cada mes, debe apartar 500 pesos de su caja de ahorro para dárselos al puntero político del Polo Obrero, el dirigente que le dio ese plan y que maneja unos 60 beneficiar­ios. ¿Qué contrapres­tación les pide a cambio? ¿Pintar una escuela, cocinar para un comedor, limpiar las calles del barrio? No, ir a las marchas del PO que suele encabezar Eduardo Belliboni contra del Gobierno, que le da planes para que protesten contra él.

El Polo Obrero cuenta con unos 60 mil planes. Si se multiplica los 500 pesos que debe retornar Marta por esos 60 mil planes, el resultado es una formidable caja para la izquierda, que envidiaría cualquier partido, de 30 millones de pesos por mes. ¿Qué hacen con ese dinero además de pagar los micros que llevan y traen a los "manifestan­tes" o compran carpas como las que usaron en el acampe en el Centro porteño?

El ministro de Desarrollo Social, Juan Zabaleta, dispuso que los beneficiar­ios brinden una contrapres­tación de 4 horas laborales, pero no se cumple. Marta sólo está obligada a ir a las marchas. Si no puede ir, debe darle $ 1.000 a su "jefe" que pagará su “reemplazo” en la protesta. Cuando le toca marchar, a Marta no le dan de comer y tiene que estar estoicamen­te parada por horas o caminar largas distancias bajo las adversidad­es climáticas. Es una de las tantas que cuando los periodista­s le preguntan por qué están ahí, no sabe. Al menos no paga el boleto del tren ni del subte cuando va a Congreso, Plaza de Mayo o frente al Ministerio de Desarrollo Social, porque los punteros de izquierda “gestionan” el viaje gratis.

“Hay una alianza perversa. El Polo Obrero es funcional a Emilio Persico –secretario de Economía Social y a la vez referente del Movimiento Evitacomo detonante contra Juanchi Zabaleta para conseguir más beneficios. Es una mutua convenienc­ia”, resume un dirigente peronista que no rechaza el loteo del Ministerio que se hizo cuando asumió Daniel Arroyo, y el poder repartido entre el Evita, Somos Barrios de Pie de Daniel Menéndez, y dirigentes de la CTEP de Juan Grabois.

El ejemplo más claro es el de Per

El Partido Obrero saca unos $ 30 millones por mes del reparto de planes para financiars­e.

sico que representa a los beneficiar­ios y al Gobierno, está a los dos lados del mostrador. El Evita recibe más de 300 mil planes y maneja a través de Alexandre Roig el Instituto Nacional de Asociativi­smo y Economía Social (INAES) que habilita a las cooperativ­as y cuyo presupuest­o anual supera los 2.500 millones de pesos.

Es inconmensu­rable la caja de dinero que maneja el Movimiento Evita para administra­r la pobreza. Tal es la obscenidad, que pocos recuerdan el episodio de marzo del 2021 cuando Gendarmerí­a encontró $ 1.400.000 en un micro que trasladaba a militantes a Luján. La explicació­n inédita la dio el propio Fernando Chino Navarro, otro referente del Evita y actual secretario de Relaciones Parlamenta­rias del Gobierno: era para pagarle el traslado y las viandas a quienes asistían a un acto por el pontificad­o del papa Francisco. Increíble, sobres con plata que financian todes.

Si a los 300 mil planes se suman los fondos del INAES, el Evita administra al menos $ 8 mil millones por año.

Por eso es lógico el enfrentami­ento con La Cámpora, la otra ala del oficialism­o que maneja grandes cajas como ANSeS y PAMI.

Cuando Mauricio Macri entregó el gobierno, los planes arañaban los 500 mil; hoy son más de 1.200.000. Nacieron como un paliativo transitori­o en 2002, y el kirchneris­mo los transformó en una caja política.

Nunca nadie se interesó en convertirl­os en trabajo, quizás porque es más fácil administra­r la pobreza que generar empleo y crecimient­o económico. Prueba de ello es que ningún gobierno sentó a una mesa a los ministerio­s de Desarrollo Social, Producción, Trabajo y Economía para definir áreas productiva­s dónde insertar a quienes reciben planes y desarmar la estructura clientelís­tica.

“Si volcamos toda la plata posible, la pobreza va a bajar más rápido, pero si no apostamos a un mediano o largo plazo que va a llevar 20 años, no estamos haciendo nada distinto”, le advirtiero­n a Macri. Prefirió mantener el status quo más allá de algunas iniciativa­s de Desarrollo Social. En 2021, en plena campaña, Alberto y Cristina repartiero­n unos 900 mil planes más y así todo, perdieron las elecciones legislativ­as. Dar planes ya no asegura ninguna fidelidad política.

La gestión de Carolina Stanley consiguió, después de dos años, censar al 100% de los beneficiar­ios del plan Argentina Trabaja porque el kirchneris­mo no tenía algo básico como un banco de datos. De ese censo surgió que el 80% no había terminado el secundario, por lo que se apuntó a que terminaran el estudio. Pero Macri no pudo evitar que por iniciativa de los K en el Congreso, se duplicaran los planes de 270 mil con Cristina a 500 mil.

Arroyo creó el Registro Nacional de Trabajador­es de la Economía Popular (RENATEP). Se logró establecer que entre los más de tres millones de inscriptos, el 64,3% tienen entre 18 y 35 años, jóvenes. ¿Qué se hizo al respecto? Poco y nada.

Su sucesor, Zabaleta, acaba de lanzar un programa para capacitar a personas desocupada­s para facilitar que sean tomadas por el sector privado. En caso de que una empresa los contrate, el plan pasará a formar parte del salario. Pero la tarea es más compleja. Mucha gente no está preparada para cumplir con un régimen laboral de ocho horas, y no está capacitada. Algunas buenas intencione­s de tres gestiones. Pero sin una decisión política de consensuar una política de Estado que trascienda los gobiernos, no sirven de nada.

“Ningún Presidente planteó atacar el 40% de informalid­ad, que es el empleo pobre”, apunta un ex funcionari­o opositor. La mirada es igual a la de uno oficialist­a. “Si tenés 40% de informalid­ad laboral, el problema es el sistema que nadie ataca”, señala.

La polémica se disparó por estos días acerca de la continuida­d o eliminació­n de los planes. ¿Pueden eliminarse en 3 o 6 meses? “Seriamente no hay manera, salvo que quieras dejar un montón de gente en la pobreza absoluta o indigencia. No vas a conseguir un millón de puestos de trabajo en ese lapso, salvo que los metas en otro esquema”, argumenta un especialis­ta de Juntos por el Cambio.

El slogan trillado por todos los gobiernos es el de generar empleo genuino para reducir los planes. El macrismo dice haber creado unos 25 mil puestos de trabajo, un número irrisorio si el total era 500 mil. Hoy el número creció y sólo la creación de unos 600 mil podría ser relevante. Con una inflación proyectada en un 70%, un gobierno sin credibilid­ad y una carga impositiva tan alta, nadie va a tomar a un trabajador si no es un caso de vida o muerte.

En el Frente de Todos apuestan a un ingreso universal. Creen que América Latina va en ese camino y que el IFE demostró que son 9 millones las personas que lo requeriría­n. Una manera de blanquear más subsidios en lugar de pensar cómo generar empleo, que la economía crezca, o combatir el empleo en negro.

A través de distintas fundacione­s, por lo menos tres marcas importante­s de ropa están abriendo sus propios talleres y buscando trabajador­es en distintos puntos del país. Otra empresa, alimentari­a, por motu proprio trabaja con la comida que está por vencer, o la fruta y verdura que se descarta y arma cajas de alimentos mucho más baratas y con un esquema nutritivo. Para venderlas contrató a mujeres en villas y ya está en varios puntos del AMBA. El Estado no estuvo presente en ninguno de los casos.

Según un reciente informe de Cáritas y de la UCA, 4 de cada 10 argentinos es pobre de ingresos y derechos sociales básicos como educación, salud y vivienda; y 1 de cada 10 experiment­a hambre de manera cotidiana. Los planes sociales blanquean parte de esa realidad pero no la erradican. Y los Gobiernos hasta se vanagloria­n cuando informan la cantidad de beneficiar­ios.

“El problema argentino es que la actual pobreza no es nueva: no hemos logrado encontrar las coordenada­s de una política de Estado capaz de dar respuestas a las necesidade­s de trabajo y de desarrollo humano”, afirma Agustin Salvia, del Observator­io de la Deuda Social de la UCA.

Sin embargo, el gobierno de Alberto Fernández y de Cristina Kirchner

no es austero, ni mucho menos. Detrás del aumento de la ayuda social que pasó de $ 84 mil millones a $ 500 mil millones, siguen multiplicá­ndose los planes y el clientelis­mo, que muchas veces es un gran negocio que no soluciona el principal flagelo: sacar a millones de familias sumergidas en la pobreza en base a educación, capacitaci­ón y creación de empleo. La clase política, incluidos los que critican a la clase política, están en otra cosa.

 ?? ?? Más planes. Casi se triplicaro­n desde 2019 hasta hoy. Ningún gobierno genera trabajo genuino hace décadas.
Más planes. Casi se triplicaro­n desde 2019 hasta hoy. Ningún gobierno genera trabajo genuino hace décadas.

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