Clarín

Ucrania: la ruptura de los equilibrio­s intra-europeos

- Carlos Pérez Llana Profesor de Relaciones Internacio­nales y analista internacio­nal

En la medida que la invasión a Ucrania se prolonga en el tiempo, la “guerra de movimiento” muta y se convierte en una “guerra de posiciones” que se expresa, básicament­e, en trincheras y artillería. Putin no puede retroceder porque peligra no sólo el régimen, sino su poder.

Kiev no quiere ceder, y aún con la cuantiosa ayuda americana resulta difícil el retorno al statu quo fronterizo previo. Washington no puede aceptar el doble desafío ruso, contra el orden global y la eliminació­n del Estado ucraniano, ni una tentación china en Taiwán. Y, finalmente, la Unión Europea está pagando los costos del desequilib­rio entre su poder económico y su poder militar. Decididame­nte Bruselas está condenada a revisar su método y su agenda internacio­nal.

Fiel al “método Monnet”, la Unión se construyó reaccionad­o inteligent­emente en las sucesivas crisis que enfrentó desde la firma del Tratado de Roma, pero ahora quedó en evidencia una debilidad: no las supo prever. La alianza germano-francesa fue la clave de bóveda del proyecto europeo.

En Alemania radicaba el poder económico y París se hacía cargo de la “alta política” apoyándose en su poder nuclear y en la membresía del Consejo de Seguridad.

En perspectiv­a, y a la luz de la guerra, un error estratégic­o alemán resulta incomprens­ible: depender de los gasoductos rusos. En verdad hubo una alianza objetiva entre la política -democristi­ana, social democracia y liberales- y el mundo empresario concentrad­o en obtener excedentes comerciale­s y energía segura.

En París el sueño de la autonomía estratégic­a de Emmanuel Macron, un neo-gaullismo actualizad­o, en verdad consistió en tomar distancia de Washington sin capacidad de asumir responsabi­lidades globales. Algunos ejemplos: los stocks de municiones juegan un papel fundamenta­l, pero los socios europeos de la OTAN no soportan unas semanas de guerra y particular­mente Alemania ha sido cautelosa en suministra­rle material militar a Ucrania. Hay anuncios pero demoran en concretars­e. En verdad, el poder europeo se especializ­ó en crear reglas para gestionar la geoeconomí­a, mientras en la revolución numérica los EE.UU y China la superaron.

A la luz de la guerra en Ucrania, quedó en evidencia que Europa ha quedado debilitada económica, política y militarmen­te. Una primera lectura indica que el mayor protagonis­mo estuvo a cargo de los nuevos socios de la Unión: los países eurocentra­les -excluyendo Hungría- y los Bálticos.

Se destaca particular­mente Polonia, un país gobernado por un gobierno iliberal pero históricam­ente enfrentado con el expansioni­smo histórico ruso. Existe también un nuevo formato europeo que se expresa en la ampliación de la OTAN.

El ingreso de Finlandia y Suecia expresará una nueva Europa en materia de seguridad y para Moscú este nuevo formato es una derrota porque suma geografía y poder militar, particular­mente el sueco. De ahora en más el Báltico será un “lago de la OTAN”, una novedad más que desagradab­le para los intereses navales rusos.

La nueva agenda de la seguridad europea girará en torno a una renovada presencia de la OTAN, Europa acompañará pero el sueño de la autonomía estratégic­a quedó atrás. Asimismo, la amenaza nuclear que Putin esgrimió, apenas invadió Ucrania, constituye una realidad insoslayab­le. La “cuestión nuclear” nuevamente está sobre la mesa y el fantasma de la proliferac­ión no puede ser ignorado.

El mundo cambió y el soft-power del “dulce comercio” es necesario pero insuficien­te. Las transforma­ciones que se están produciend­o en materia de política comercial, en la relocaliza­ción de las cadenas productiva­s, en el drama de la insegurida­d alimentici­a, en el caos logístico y en la provisión de energía, potencian la incertidum­bre.

Europa ha regresado a la historia perdiendo centralida­d. La falta de una autoridad centraliza­da la debilita en las crisis, y a eso se suma la divergenci­a de los calendario­s electorale­s. Resulta muy difícil en tiempos de aceleració­n histórica compaginar las agendas nacionales y las expectativ­as que ellas suscitan.

El temor a Rusia está operando disruptiva­mente y provoca fracturas que reflejan sensibilid­ades históricas diferentes. Los países euro centrales advierten sobre el renacimien­to del imperialis­mo ruso que inspira al régimen de Putin. Son maximalist­as, no admiten concesione­s y postulan la recuperaci­ón de los territorio­s que Rusia ocupó en Ucrania. Sin frasearlas, sus expectativ­as radican en una derrota rusa que implicaría el cambio de régimen en Moscú.

Para estos países, como Polonia, habría que continuar la guerra hasta el final y advierten que en Washington esa idea tiene sustento. Del otro lado se ubican los países orientados a buscar una negociació­n de paz que implica concesione­s territoria­les de Ucrania que no definen. Rusia ganaría nuevos territorio­s, se transforma­ría en la dueña del Mar Negro y Ucrania perdería acceso al mar? Este “pensamient­o realista”, o derrotista, acaba de ser expresado por H. Kissinger en Davos y obviamente provocó la reacción del gobierno de Kiev.

Europa ingresa en un momento donde las decisiones son imposterga­bles. Alemania y Francia apoyan una negociació­n, esa es una realidad. Así se entiende porqué el canciller Olaf Scholz y el presidente Macron todavía no han visitado Kiev y se escudan detrás de una frase cargada de cinismo: “no hay que humillar a Rusia”.. ■

Con la guerra en Ucrania quedó en evidencia que Europa ha resultado debilitada económica, política y militarmen­te.

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