Clarín

Los fantasmas del Parque Las Heras

- Adrián Maladesky amaladesky@clarin.com

Allí donde María Elena Walsh sacaba a pasear a sus fantasmas sobrevuela­n otros menos poéticos y conviven todos los contrastes posibles. En el Parque Las Heras, pleno Palermo, sobrevive una calesita, resisten tres escuelas públicas, subsiste una parroquia, se mezclan los chicos de la escuela de fútbol con los jubilados que juegan a las cartas, se cruzan los pasea perros con los que se le animan al vóley, los que toman sol con los que le dan a la pelotita de ping pong. Muchos de ellos “prisionero­s de sus auriculare­s”, según la sutil descripció­n de la autora de Como la cigarra.

Es un pulmón verde, una plaza enorme y bella, pero la leyenda sabe que allí funcionó una penitencia­ría y que “en este lugar se fusiló a la patria”, tal como afirma una placa. También, sobre la avenida Coronel Díaz, se encontraro­n los cuerpos sin vida de Mauricio Schoklende­r y su esposa. Y ahora, en Salguero, un hermoso mural nos trae la imagen de Lola Chomnalez y es imposible no derramar una lágrima más.

Los fantasmas que paseaba la genial María Elena eran propios y en sus viajes iba y volvía de París, se cruzaba con Cortázar, Bioy o Borges, aunque es poco probable que ellos hayan caminado el Parque Las Heras.

A mis fantasmas los puedo llamar recuerdos, se lo merecen. Desde aquel potrero que invitaba a jugar al fútbol tanto como metía miedo de noche, a las tardes de mis hijos vestidos con delantales blancos, o a las horas de fútbol de los varones bajo la mirada experta de Marangoni y la amateur de mi mamá.

En estos días ni ella ni María Elena pasean nietos o fantasmas por allí. ■

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