Kerr es ese genio silencioso que volvió a hacer historia en la NBA
“Sólo estoy alrededor de la gente correcta”, había dicho en la víspera del sexto y decisivo juego ante los Celtics.
Apenas Golden State se aseguró el título de la NBA, casi todas las miradas le apuntaron a Stephen Curry, el Jugador Más Valioso de las finales. Otras se posaron sobre sus escuderos Klay Thompson y Draymond Green. Muchas menos se detuvieron en Steve Kerr, el alquimista que reconstruyó al equipo y lo llevó a su cuarto título en los últimos ocho años.
Si así fue, en gran medida se debió a que Kerr, en un ecosistema plagado de ruido, estrellas y egoísmos, construyó su liderazgo desde el silencio, la reflexión y el espíritu colectivo. “Sólo estoy alrededor de la gente correcta. Si estás alrededor de súper estrellas por un tiempo suficiente, conseguirás residuos de éxito”, había explicado el miércoles, en la víspera del sexto juego ante los Celtics.
Lo que el entrenador de 56 años llama “residuos de éxito” parece más que eso. El que su equipo selló fue su cuarto título como entrenador y su noveno en la NBA, ya que como jugador había conseguido tres con Chicago (1996, 1997 y 1998) y dos con San Antonio (1999 y 2003). Es uno de los cinco hombres que lograron consagraciones múltiples en ambos roles. Los otros: Phil Jackson (dos como jugador y 11 como entrenador), Bill Russell (11 y 2) y KC Jones y Tommy
Aquel rubio base de 1,91 metros llegó a la liga más importante del planeta en 1988.
Heinsohn (8 y 2, respectivamente).
Si bien Kerr siempre se deshizo en elogios hacia su trío estelar (especialmente hacia Curry), siempre comenpor
tó que se siente más identificado con los jugadores de su equipo que habitualmente inician los partidos en el banco. Ese rol secundario fue el que le tocó cumplir en sus 17 temporadas como jugador en la NBA, en las que comenzó como titular apenas 33 de los 1.038 encuentros que disputó.
Aquel rubio base de 1,91 metros llegó a la liga más importante del planeta en 1988 tras ser seleccionado en la segunda ronda del draft de ese año
Phoenix y luego de una aceptable trayectoria en la Universidad de Arizona que le permitió integrar el equipo estadounidense que se consagró campeón en el Mundial de España 1986 y obtuvo la medalla de bronce en Seúl 1988.
Ni su primera campaña en Phoenix, las tres que siguieron en Cleveland y su fugaz paso por Orlando llamaron demasiado la atención. El cambio drástico se produjo cuando desembarcó en 1993 en los tricampeones Bulls de Michael Jordan. Allí también le tocó pasar más tiempo en el banco que en la cancha, pero fue parte importante del conjunto que logró el segundo tricampeonato para la franquicia (1996, 1997 y 1998).
En la serie “The last dance” (“El último baile”) estrenada en 2020, Kerr contó que al llegar a Chicago se propuso ser como John Paxson, el veterano base suplente de los Bulls que había tenido su momento de gloria cuando había encestado el triple ganador en el sexto y decisivo juego de la final de 1993 ante los Suns. Le tocó emularlo en 1997: tras una asistencia de Jordan convirtió el lanzamiento que selló la victoria y el título en el sexto partido de la final contra Utah.
Por entonces ya había atravesado el período más conflictivo de su relación con el astro, tan brillante dentro de la cancha como complicado para los vínculos interpersonales. En 1995, durante un entrenamiento en el que el alto nivel de exigencia habitual de Jordan para sus compañeros estaba especialmente elevado, todo terminó mal entre ambos.
Una falta muy fuerte de Jordan provocó la reacción de Kerr, quien le aplicó un golpe en el pecho a lo que el prócer del equipo respondió con un puñetazo en el rostro. Según contó el hoy entrenador, a partir de aquella pelea Jordan comenzó a respetarlo y apreciarlo más.
Tras el tercer título en 1998 el notable tirador de triples cerró su experiencia en los Bulls y se mudó a los Spurs. El paso por suelo texano fue clave para su futuro ya que, más allá de haber logrado dos títulos (el segundo, con Emanuel Ginóbili), conoció allí a Gregg Popovich, un hombre que sería fundamental en su camino.
En aquellos años Popovich vislumbró al futuro gran entrenador. “Steve era una obviedad. Hay personas que tienen una sensación intuitiva para el juego, son líderes naturales y buenas personas, se comunican bien, tienen una gran ética de trabajo y una gran inteligencia. El tenía todo eso. Era bastante fácil de ver”, contó en noviembre de 2014. No se equivocó.