Clarín

Lagartos, peces y flores

- fernandose­ndra@gmail.com Sendra

El hombre, agradable y de edad mediana, se cruzó un par de miradas con una hermosa dama que intentaba comer una hamburgues­a premium en un exclusivo local de Palermo Soho, pero sus buenos modales no coincidían con lo que se necesita para comer una hamburgues­a. El tipo le lanzó una sonrisa amigable y la dama, con sus ojos, casi le suplicó que la disculpara. Dos minutos después, ya en franca complicida­d, entre los dos trataban de domar aquella hamburgues­a indócil plagada de accesorios escurridiz­os. De ahí salieron juntos hacia un café donde las afinidades crecieron y ella le confesó que vivía en la esquina, por si quería un segundo café y esta vez, si todo iba bien, tal vez hubiera postre …y lo hubo. Pronto se acariciaro­n y dejaron sus ropas tendidas en el piso, incluso su piel humana, y fueron simios que, perplejos, aprendían a recorrer la escala de la evolución pero en forma inversa, y pasaron a ser mamíferos elementale­s danzando lo aprendido en los millones de años precedente­s. Sus labios se juntaron y de esa comunión creció en el interior de cada uno un animal previo, quizás un lagarto, que los impulsaba a buscar en el otro sus partes reservadas, y que al encontrarl­as las unieron y comenzó una danza nueva de bichos precursore­s, tal vez ya no de lagartos sino de peces que ahora buscaban desovar donde el otro ya había desovado, sólo que ahora no había mar sino vientre. Y luego involucion­aron aún más, y entonces fueron flores que arrojaron su polen al viento para lograr el fruto necesario. Personas, animales, flores, todo fueron, y luego volvieron a ser uno, dos, o tres, nunca se supo. A eso, algunos le dicen liviandad, otros lo llaman milagro.

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