Lagartos, peces y flores
El hombre, agradable y de edad mediana, se cruzó un par de miradas con una hermosa dama que intentaba comer una hamburguesa premium en un exclusivo local de Palermo Soho, pero sus buenos modales no coincidían con lo que se necesita para comer una hamburguesa. El tipo le lanzó una sonrisa amigable y la dama, con sus ojos, casi le suplicó que la disculpara. Dos minutos después, ya en franca complicidad, entre los dos trataban de domar aquella hamburguesa indócil plagada de accesorios escurridizos. De ahí salieron juntos hacia un café donde las afinidades crecieron y ella le confesó que vivía en la esquina, por si quería un segundo café y esta vez, si todo iba bien, tal vez hubiera postre …y lo hubo. Pronto se acariciaron y dejaron sus ropas tendidas en el piso, incluso su piel humana, y fueron simios que, perplejos, aprendían a recorrer la escala de la evolución pero en forma inversa, y pasaron a ser mamíferos elementales danzando lo aprendido en los millones de años precedentes. Sus labios se juntaron y de esa comunión creció en el interior de cada uno un animal previo, quizás un lagarto, que los impulsaba a buscar en el otro sus partes reservadas, y que al encontrarlas las unieron y comenzó una danza nueva de bichos precursores, tal vez ya no de lagartos sino de peces que ahora buscaban desovar donde el otro ya había desovado, sólo que ahora no había mar sino vientre. Y luego involucionaron aún más, y entonces fueron flores que arrojaron su polen al viento para lograr el fruto necesario. Personas, animales, flores, todo fueron, y luego volvieron a ser uno, dos, o tres, nunca se supo. A eso, algunos le dicen liviandad, otros lo llaman milagro.