La batalla política detrás del drama de los migrantes del Mediterráneo
Tras el enfrentamiento de Italia con cuatro naves humanitarias cargadas con un millar de náufragos que culminó en la grave crisis diplomática entre Italia y Francia, una poderosa Flota Civil, como la bautizaron, de las principales ONG de ayuda humanitaria europeas, se apresta a navegar frente a las costas africanas del Mediterráneo y salvar a los miles de náufragos que buscan llegar a Europa a través del Mare Nostrum.
La mitad de los barcos navegan con bandera germana y éste es un tema altamente conflictivo. En la crisis que estalló a principios de mes, Italia bloqueó en dos puertos sicilianos a tres naves (dos con bandera alemana) y prohibió que desembarcaran a los migrantes calificados por un equipo sanitario como “sanos”. Solo los “vulnerables” (niños, mujeres, enfermos) fueron admitidos.
Los “sanos” debían permanecer en los barcos de las ONG a los que se ordenó partir y alejarse de las aguas italianas. De ellos debían ocuparse los países de bandera del buque, que eran alemanas y noruegas.
Los capitanes de los barcos se negaron rotundamente a abandonar los puertos hasta que no se permitiera a los “sanos” a desembarcar, lo que completaba el salvamento en un puerto seguro, como imponen las leyes del mar. En Italia se justificaron las medidas con la necesidad de impedir que las organizaciones humanitarias continuaran con un sistema que el nuevo gobierno de derecha considera que hace el juego a los traficantes de migrantes.
Pero Alemania defiende las embarcaciones “que dan una gran contribución al salvataje de vidas humanas en el Mediterráneo”. Al mismo tiempo, una cuarta nave con bandera noruega, la Ocean Viking, que esperaba en aguas internacionales, pidió ayuda a Francia al no recibir el permiso de desembarco italiano.
Un diálogo entre la primera ministra Giorgia Meloni y el presidente francés Emmanuel Macron concluyó con un comunicado italiano agradeciéndole a Macron su decisión de permitir que el Ocean Viking atracara en el puerto de Marsella. Los franceses se pusieron furiosos, dijeron que la conducta italiana era inaceptable.
Se encendió un grave conflicto bilateral que conmovió a la Unión Europea. A esto se agrega la posición alemana de defensa de las ONG.
Con dificultad la crisis se dio por terminada, pero al parecer no ha concluido. En Bali, Indonesia, en la cumbre del G20, Meloni y Macron no mantuvieron ningún encuentro.
El canciller italiano acudió a una reunión en Bruselas con los ministros de Defensa, donde Antonio Trajani constató la frialdad de los alemanes a sus propuestas sobre las cuestiones de inmigración, que incluían el tema de un fondo europeo de cien mil millones de euros para bloquear los viajes desde las costas africanas de los migrantes clandestinos. Hace muchos años que se evoca la cuestión del fondo, pero sin resultados.
La crisis de los náufragos sigue creciendo y pone a flote también el enfrentamiento en la Unión Europea de la mayoría fundadora con los países más conservadores y derechistas que se proclaman “soberanistas”.
Los soberanistas no quieren saber nada de repartir proporcionalmente a los migrantes que entran en las vastas fronteras europeas. Es más, el presidente húngaro Viktor Orbán, líder soberanista, alega la necesidad de “no mezclar las razas”.
Para Italia es un doble problema porque su nuevo gobierno es soberanista, con una especial relación con el húngaro Orbán. Ahora se apresta a aprobar medidas para regular los movimientos de los barcos de las organizaciones humanitarias en el Mediterráneo central.