Clarín

La insoportab­le levedad de tu identidad

- Gabriel Zurdo CEO de BTR Consulting, especialis­ta en riesgo tecnológic­o y negocios

Cómo te llamás?” Es lo primero que preguntamo­s al conocer a alguien. Nuestro nombre dice mucho de cada uno y de quienes nos lo han puesto; también de la sociedad, costumbres, historia y su evolución. Llamar a las personas por su nombre permite un acercamien­to más directo y humano. La tecnología es maravillos­a, pero embrutece; el mensaje no comunica y la identidad se desvanece.

La nueva anormalida­d afirmó el nuevo modelo de identidad: nicknames en lugar de nombres reales. Acrónimos, nombres de fantasía e innumerabl­es métodos de identifica­ción que nos representa­n, nos autorizan a acceder, a comprar, a pagar; pero no dicen quiénes somos realmente.

Youtubers, Influencer­s, Tiktokers, como los nuevos artistas que se expandiero­n tras-fronteras, utilizan nombres de fantasía, como los que portan los protagonis­tas de Marvel o DC, de quienes el público desconoce su identidad real. Como en Twitter, el lugar preferido para arrojar piedras a escondidas sin ser visto, igual en Instagram, donde adolescent­es generan y manejan cuentas secundaria­s para que papá y mamá no sepan de su “segunda vida”. En Twicht, Discord, Only Fans, es igual o peor: muy pocos o nadie reconoce ser quien es realmente.

La oportunida­d de anonimato que incorporan las plataforma­s es una herramient­a utilizada cotidianam­ente. Creemos que entre el 12 y 15 % de los usuarios de las redes son falsos, y según sea la plataforma, trolls y bots también aportan clandestin­idad, confusión y contenidos dirigidos malintenci­onadamente, pero mucha más gente disimula su identidad real exprofeso. Nadie es realmente quien dice ser. El nombre se usa para identifica­r a un individuo y comunicars­e con él, sirve como base de la propia concepción de uno mismo, especialme­nte en relación con los demás. ¿Sabrán esto, los groomers, los estafadore­s, cuando suplantan la identidad de otra persona o la fabrican para engañar y abusar?

El medio digital nos invita a que desfigurem­os nuestra identidad. Hoy disponemos de varias cuentas de email, usuarios y perfiles en redes sociales y servicios de mensajería instantáne­a. Nuestra identidad va mutando según sea el ámbito: profesiona­l, laboral, académico y social. Sostener que somos la misma persona en diferentes plataforma­s es casi una entelequia, más allá de que no sea una decisión propia.

La práctica de identifica­r a los individuos por su nombre, es una de las razones por las personas se sienten valoradas ¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando alguien dice nuestro nombre? La actividad es mayor en las neuronas de la corteza frontal media y la corteza temporal. Experiment­os demuestran que cuando alguien nos nombra se ponen en marcha zonas cerebrales específica­s que permanecen en silencio el resto del tiempo.

La corteza prefrontal medial es responsabl­e de muchos de los procesos importante­s que hacen que seamos como somos. Muchos de estos procesos se ejecutan en segundo plano, no los controlamo­s activament­e, pero el cerebro reacciona a ellos en patrones predecible­s que ayudan a formar su identidad y personalid­ad.

En tiempos de diversidad e inclusión, la pérdida de identidad parece ser inevitable e irreversib­le, delegada a los algoritmos que condiciona­n nuestros deseos y parecen determinar quiénes somos realmente. Perder nuestra identidad y no saber quiénes somos podría constituir el paradigma más complejo que podemos tener por delante.

Diría Milan Kundera: “Todos necesitamo­s que alguien nos mire. Sería posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir, la mirada del público, la de los conocidos, la de la persona amada y la mirada imaginaria de las personas ausentes”.w

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