En el lugar (menos) indicado
Cuanto embrujo produce la pelota. Qué pasión provoca el fútbol, ese invento de ingleses victorianos que la Revolución Industrial expandió más allá de sus orgullosas islas. Cuánto de espectáculo y de negocio se transformó el “auriedi diez” que esperamos con ansiedad adolescente el Mundial de Qatar. Sin reparar en que ese Mundial es hijo de la corrupción del FIFA-Gate. Sin advertir que se disputará en el lugar donde los derechos humanos son giladas de progres occidentales, donde el trabajo esclavo levantó los estadios y se llevó cientos de vidas de obreros golondrinas, donde la homosexualidad está prohibida y la mujer denigrada a niveles incompatibles con el avance que la Humanidad alcanzó en el Siglo XXI. Alegremente esperamos que ruede la pelota, que Messi la rompa, que Argentina sea campeón. Aceptemos la condición de termos futboleros, aceptemos nuestras debilidades, justifiquémonos con que el fútbol “es una pasión”. No importa que el Mundial sirva para que Qatar lave su imagen frente a millones de televisores. Miremos al costado. O al campo, donde las estrellas juegan y callan. Apenas han habido algunas voces de repudio. Klopp, entrenador del Liverpool fue una de ellas. Intentos de lucir leyendas de defensa del movimiento LGBT de algunos futbolistas, eficazmente frenados por los dirigentes de sus federaciones. Silencios cómplices de una prensa que es parte del juego. Y sin embargo, estaremos atentos al juego. A querer ganar. Contradicciones, desde luego. Y desmentidas. Por ejemplo a aquella frase de Maradona. Aunque lo disimulen los petrodólares todopoderosos, la pelota se mancha. Vaya si se mancha.