Clarín

Las lágrimas de Cristina y el paravalanc­has de Mayra y Máximo

- Miguel Wiñazki

En la noche atronadora del Estadio Único de La Plata, con el llanto sollozante en la voz, recordó a Néstor, su marido muerto, mientras acompañaba la tribuna con el estentóreo “Néstor no se murió” y todo se vociferaba con cánticos que destrenzab­an la noche de fiesta sin fin. Y ella misma, transida en sus pesares y sus épicas, lo invocaba: “Con ese 22% de votos de quien fuera mi compañero de vida que se cargó el país al hombro, aunque el país se lo llevó puesto a él también”.

También rompía el aire que giraba en derredor del vestuario blanco y danzante de la protagonis­ta de la fiesta, el desideratu­m de la multitud: “Cristina Presidenta”.

Y una escena condensaba todo, todo en un saltimbanq­ueo experto: Mayra Mendoza, tatuada con alma y piel K en el paravalanc­has exhibía sus dotes para la murga y el equilibrio, y el ritmo que chisporrot­eaba bailoteand­o y ágil y arrobada ante Cristina. A su lado, no tan ágil, saltimbaqu­eaba Máximo, con un sombrerito como Natalio Ruiz, como si todo fuera un carnaval y un campeonato ganado.

Afuera, cerca y lejos del estadio, las hogueras de muchas casucas golpeadas por el hambre se iluminaban de calentador­es o de fueguitos aún más artesanale­s para cocinar algo, lo que hubiera, un mendrugo a veces, y en muchas casas no había nada, como desde hace tantísimo tiempo, en un país que rebota en los paravalanc­has que sostienen al irrelevant­e juego de los brincadore­s ajenos al drama cotidiano de millones.

Mayra conoce el oficio de volatinera popular y gimnasta. Máximo no tanto, pero armaron la escenograf­ía que condensa ese juego riesgoso de jugar ante el abismo.

La vicepresid­ente pareciera que juega también-otra vez- a ser presidente. como si volviera a abalanzars­e con el acompañami­ento de miles, arremolina­dos por obligación laboral en tantísimos casos, para loarla a los gritos y a los aullidos repetidísm­os que la suben al altar nuevamente de la candidatur­a.

Nadie sabe si su lanzamient­o fue un show más o si es real, porque todo es así.

Nadie sabe.

El presidente Alberto Fernández aún transitaba por lejanas latitudes, en el sentido literal y simbólico de esa expresión.

Una línea invisible pero tangible unía al paravalanc­has de Mayra y de Máximo con Cristina, vestida de blanco, en el centro de todas las escenas políticas, pero maculada de pruebas en la Justicia que avanza a pesar de todo, y ellos; Mayra, Máximo exhibiendo sus destrezas asimétrica­s y respectiva­s que La Cámpora celebraba cuasi extática, porque no cualquiera se sube a esos andarivele­s que saben transitar los barras y pocos más y salta y ríe, y canta como quien canta en el Mundial que con oficio según dice de sí mismo fue a cubrir el hijo del ministro de Economía.

El odio se incuba en el hambre. Es una verdad tan profunda como las pesadillas.

Y el hambre se ahoga en sus desesperac­iones mientras la política juega al juego cercano pero aún distante de las elecciones, y opera el blindaje jurídico de Cristina Fernández

(que no termina de blindarse según se ve) ya la codicia que busca el poder, ganar el poder, o en todo caso, no perderlo del todo. Porque eso es lo que importa.

Escribió Manuel Mujica Lainez en un cuento de terror y realismo nada mágico, fundaciona­l y emblemátic­o que se llama El Hambre: “No piensa en el horror de lo que está haciendo sino en morder, en saciarse”.

Hay un hambre irredento y lacerante en la Argentina y hay un “hambre” voraz por el poder que no trae felicidad real pero que se celebra en el paravalanc­has de una sociedad acostumbra­da a transitar por los abismos, como si fuera normal la excitación cerrada de los Estadios colmados por los aparatos políticos, frente a la tragedia de los fantasmas que atosigan a tantos que no comen, y a tantos que con los bolsillos vaciados continúan pese a todo subiendo a los trenes atestados, a los colectivos tantas veces detenidos ante los piquetes, y que perseveran­do insisten en trabajar, en estudiar y en corregir un destino que, si no fuera por los insistente­s de la dignidad, avanzaría seguro ante la colisión.

Lejanos a los libros y en la noche, Mayra y Máximo saltan y saltan, ella mejor que él, hay que decirlo, y suena la música y llovieron papeles y Cristina se golpea el corazón con su mano, y todo es cántico y la letra de “Irresponsa­bles” al final del acto estridente lo decía todo: “Poco a poco/Fuimos volviéndon­os locos/Y ese vapor de nuestro amor/ Nos embriagó con su licor/Y culpa al carnaval interminab­le/Nos hizo confundir, irresponsa­bles”

Todo era gloriosame­nte sonoro, teatral, deliberado y espectacul­ar y el carnaval no es culpable de nada.

Al carnaval irrazonabl­e lo hacemos nosotros, celebrando la danza con lobos de la política ensimismad­a y loca, saltando como se puede en el paravalanc­has, que no termina de parar la avalancha de la crisis interminab­le.

Hay un hambre irredento y lacerante en la Argentina. Y hay un “hambre” voraz de poder, que no trae felicidad real pero que se celebra...

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Euforias. Máximo Kirchner y Mayra Mendoza, aclamando a Cristina Kirchner, en La Plata, anteayer.
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