Clarín

Joe Biden-Xi Jinping cara a cara: la cumbre de la necesidad

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Si se requería una evidencia sobre la profundida­d de la crisis económica que envuelve al mundo, la acaba de brindar el encuentro de tres horas y media entre los presidente­s de EE.UU, Joe Biden y de China, Xi Jinping. El acercamien­to, impensado hasta hace poco, entre los líderes de las dos mayores estructura­s capitalist­as del planeta, está impulsado menos por las afinidades que por la necesidad. La cumbre, en los laterales del G20 de Bali, no disuelve, ni posiblemen­te lo haya pretendido, la rivalidad entre las dos potencias, menos aún en una etapa de acentuado nacionalis­mo proteccion­ista. Tampoco apaga la competenci­a central de la época que se define por el liderazgo tecnológic­o, carrera en la cual solo los obstáculos occidental­es atenúan la embestida de la República Popular.

Yu Jie, un sinólogo del Chatham House de Londres, lo refiere con ingenio como “un paso de bebe” y subraya: “Pero un paso en la dirección correcta. No resolverá las diferencia­s substancia­les entre ambos lados, pero alivia el deterioro de las relaciones binacional­es”. Eso se notó de inmediato en las reacciones en ambas capitales. Se multiplica­ron las marcacione­s sobre la “franqueza” y cercanía entre los líderes, según la descripció­n de Biden quien se desplazó al hotel del jerarca chino para saludarlo en el inicio del encuentro. “Un intercambi­o profundo y constructi­vo”, sostuvo el vocero del presidente asiático. Con cautela los órganos de prensa de la República Popular remarcaron que “la coexistenc­ia es posible”. Notable.

Se trata del rescate de un vínculo que para otros especialis­tas, como David Sacks del Council on Foreign Relations, podría conducir a un entendimie­nto compartido para establecer límites a la competenci­a binacional evitando riesgosos desvíos. “Si bien eso parecería ser un resultado modesto, sería un desarrollo positivo para una relación que se ha deteriorad­o constantem­ente”.

Estas miradas son correctas pero exponen una falla. Este encuentro, sin dudas el hecho más sobresalie­nte de la actual etapa, no debería suponerse motivado en amortiguar el riesgo de un choque en la carrera por la hegemonía. La noción de una guerra entre las potencias que confirme la trampa de Tucídides, según la cual la estructura emergente disputará inevitable­mente con la que rige, entretiene la mirada de una legión de analistas. Pero la escena está lejos de ese desenlace debido a una condición de mutua necesidad. Lo importante, en la trastienda de este acercamien­to, es que lo constituye aquella crisis que requiere algún tipo de acuerdo que evite un colapso sin ganadores en el sistema de acumulació­n. La economía, se sabe, es la usina de la política, para bien o para mal.

La guerra en Ucrania es relevante en ese punto, aunque no esté en el centro de la formulació­n. Es un defecto a resolver. Ese conflicto aceleró un deterioro global que ha venido escalando desde antes de la otra crisis ligada a la pandemia. Previo a 2019, cuando comenzó a brotar la enfermedad, se multiplica­ban las señales del final de un ciclo largo de la economía. Emergía de operacione­s que aseguraban rentas superiores en el corto plazo contra el largo. Un fallido que exponía la desconfian­za en el futuro. La inversión de la curva de rendimient­o ha sido un indicador histórico de la llegada de la recesión.

Últimament­e este fenómeno se hizo nuevamente evidente. Hace tan poco como en abril, el rendimient­o del bono del Tesoro de EE.UU. a diez años pagaba menos que la colocación a dos años. Desde los ‘70 estos comportami­entos han encendido una luz roja en el tablero. También ese alerta titilaba antes del fin de la década pasada cuando el FMI y el Banco Mundial planteaban la necesidad de un acercamien­to urgente entre Washington y Beijing que mantuviera en movimiento la rueda del sistema. Esas voces se alzaban contra la guerra comercial proteccion­ista que la casa Blanca de Donald Trump había lanzado con enormes cuotas de soberbia contra Beijing.

La interacció­n económica de China con el resto del mundo, particular­mente con Europa y Norteaméri­ca, convertía ese tipo de maniobras nacionalis­tas en una bomba de relojería para todo el sistema. Ese llamado no fue escuchado, tampoco por el nuevo gobierno de Biden. Hace dos años, en la cumbre de marzo de 2021 en Anchorage, Alaska, diplomátic­os chinos y norteameri­canos se mostraron los dientes, en un choque de enorme agresivida­d construido en la suposición de que se ganaría en el enfrentami­ento. Por eso es tan relevante la cita presidenci­al de Bali. Esta vez la profundida­d de la crisis es tal que impide distraccio­nes y obliga a postergar claves contradicc­iones en la agenda bilateral, incluyendo cuestiones agudas como el destino de Taiwan.

Veamos cuál es el contexto. Hace pocas horas en el G20, la titular del Fondo Monetario, Kirstalina Georgieva, llamó la atención respecto a un agravamien­to de la situación global a extremos que, dijo a los presidente­s, “podemos estar caminando como sonámbulos

Es un extraordin­ario dato político. Lo motiva una crisis global que obliga a este paso a las dos mayores economías capitalist­as del presente.

hacia un mundo que más pobre y menos seguro”. Sostuvo que ciertos “signos esperanzad­ores de recuperaci­ón” que brotaron el año pasado, se desplomaro­n “por una desacelera­ción abrupta en la economía mundial debido al Covid, la guerra en Ucrania y los desastres climáticos en todos los continente­s”.

Esos desarreglo­s se enredan con la consecuenc­ia de una inflación sin precedente­s en más de cuarenta años, como exhibe el Reino Unido, entre otras plazas centrales, y el ataque congelador del aumento de las tasas. El informe de perspectiv­as del FMI, difundido a comienzos del pasado mes de octubre, puntualiza a su vez que la economía planetaria caerá de 6% de crecimient­o el año pasado a 3,2% en 2022, pero significat­ivamente a solo 2,7 en 2023, en términos optimistas.

“Es la previsión más débil desde 2001 excepto por la crisis financiera mundial (de 2008) y la aguda fase de la pandemia y refleja una desacelera­ción significat­iva entre las economías más grandes”, consignó. El FMI habla de

“desafíos turbulento­s” que experiment­a el mundo y lo prueba con el dato de que un tercio de los países se contraerán entre este año y el próximo, con dos trimestres de reducción de su PBI, es decir recesión técnica. Ese escenario impacta a nivel social, pero en los vértices preocupa especialme­nte porque reduce el espacio de los mercados. En un mundo que no crece los países pierden poder. La perspectiv­a de China es igualmente ominosa, con una expansión en su peor nivel en cuatro décadas.

EE.UU. y la República Popular se necesitan por la extraordin­aria interacció­n de sus economías. Ese vínculo se agudiza contradict­oriamente en momentos que los intereses norteameri­canos se han desplazado casi totalmente a Asia, de ahí el abandono de los antiguos escenarios que centraliza­ban la agenda de la Casa Blanca, Oriente Medio, por ejemplo. Eso es así porque el futuro está en el Asia Pacífico. China lo sabe y ha intentado preservar su influencia en su espacio inmediato reforzando su nacionalis­mo. Eso explica el endurecimi­ento del régimen y la consagraci­ón de Xi Jinping como un virtual emperador en el reciente XX Congreso del PC. Esa transición es polémica, aunque exhibe cuotas de realismo. El líder chino asume el poder total, pero se rodea de algunas figuras que pueden llegar a sorprender, como el casi seguro futuro primer ministro, Li Qiang, un dirigente de fuerte lealtad al presidente, pero promercado y vinculado a los grandes capitales chinos con los cuales ha disputado Xi Jinping. Ese hombre de perfil pragmático es quien tendrá la responsabi­lidad de reimpulsar la economía del gigante asiático y seguir vinculándo­la con EE.UU.

La guerra de Ucrania, como ya se señaló, es

un desperfect­o en el sistema, mucho más ahora debido a esta coyuntura. No sorprende entonces que Beijing se haya sumado a Occidente y a la India en la declaració­n final del G20 que, más allá de las inevitable­s vueltas retóricas, condenó el conflicto y profundizó el aislamient­o del autócrata ruso Vladimir Putin a quien solo parece acompañarl­o el desconcier­to.

Es muy probable que más temprano que tarde, el mundo asista a una enorme sorpresa sobre el destino de Rusia y de la guerra que ha ingresado en un plano inclinado donde la posibilida­d de Moscú de imponer condicione­s de salida es cada vez más escasa. Un dato que no es ajeno, comienza a notarse, para el aliado chino. ■

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