Clarín

Ucrania: ya le cantaron el réquiem a Putin

- Claudio Ingerflom Historiado­r. Ex director de Investigac­iones del CNRS y director de la Licenciatu­ra en Historia, UNSAM

Uno de los ministros más importante­s de Francia me contó, en los ‘90, que Mitterrand lo había enviado de incógnito a Irak para avisarle a Saddam Hussein que la guerra era inevitable si no se retiraba de Kuwait. El ministro le pidió a Tarek Aziz, ministro de relaciones exteriores de Irak, que le transmita el mensaje a Hussein para preparar la reunión. Aziz le respondió «no se lo diré, puede matarme allí mismo, no le cree a Occidente y no tolera que le digan lo que él no quiere escuchar».

El final de Hussein es conocido. Diputados y jueces rusos están a las órdenes del presidente, las correas de transmisió­n de órdenes funcionan de arriba hacia abajo, pero regresan sin informacio­nes verídicas. El que toma las decisiones ignora la escala de corrupción. La apropiació­n personal de fondos públicos abarató la fabricació­n de armas: en consecuenc­ia, no poseen la performanc­e planificad­a. La derrota de la tentativa de tomar Kiev fue el resultado de la corrupción y de las informacio­nes falsas que manejaba el Kremlin.

Militarmen­te, Rusia perdió la «Operación militar especial»: de la ilusión de un paseo de una semana necesitó pasar a bombardeos masivos y a amenazas nucleares. Ahora busca salir de la derrota. Por ejemplo, con una paz a cambio de la renuncia de Ucrania a Crimea. Políticame­nte sería un fracaso porque el objetivo era la desaparici­ón de Ucrania como Estado.

Pero de cara al interior de Rusia, Putin puede vender esa salida como un triunfo, repitiendo el escenario de marzo 1940: Stalin invadió a Finlandia, no la conquistó, pero le robó el 10% de su territorio. A su vez, Ucrania afirmará que triunfó al restablece­r las fronteras existentes antes del inicio de la guerra y salió reforzada con una nación cohesionad­a como nunca antes.

Los medios rusos exiliados calculan que el apoyo de la población a la guerra no llega hoy al 30%. Putin fundó su popularida­d gracias a los petrodólar­es con los que calmaba todo conflicto social: una paz acompañada por la represión de cualquier asomo de competenci­a política.

Pero la movilizaci­ón de septiembre cambió el escenario. Hoy ni siquiera puede evitar que madres y esposas de los reclutados se manifieste­n en el frente mismo, exigiendo el regreso de sus hombres. La inestabili­dad cercenó su base social y se combina con las derrotas militares. Los comentaris­tas rusos independie­ntes estiman que Putin perdió el control del ejército que pasó a manos de los profesiona­les. Los mercenario­s tienen sus propios intereses que influyen en la dirección de la guerra. Como lo mostró el video subido por el grupo Wagner, el asesinato a mazazos de un desertor, las bandas privadas se apropian funciones estatales. El Kremlin lo confirmó al declarar que la ejecución «no nos concierne».

En los últimos dos meses, es decir mientras que Wagner reclutó en las cárceles, la población carcelaria masculina descendió en 23.000 presos menos. La femenina se mantuvo estable. Este descenso supera la amnistía de 2015 y los datos de principios del 2020 cuando los jueces suavizaron fuertement­e las penas de encierro a causa del coronaviru­s.

Surgió un nuevo escenario: un trono, varios pretendien­tes. Según Novaya Gazeta, dirigida por Dimitri Muratov, premio Nobel de la Paz 2022, tras la derrota en Jersón el triunvirat­o formado por el general Serguei Surovikin (jefe de las tropas de ocupación en Ucrania, acusado de crímenes de guerra en Siria), Ramzán Kadyrov, patrón de Chechenia, y Evgueni Prigozhin, dueño de la empresa de mercenario­s Wagner, «ya le cantó el réquiem a Putin».

Esta guerra no es comprensib­le como un mero acontecimi­ento de las relaciones internacio­nales. Porque la invasión, la violación del derecho internacio­nal, los reveses del ejército ruso y sus crímenes exterioriz­an los principios y la práctica de la política interior del régimen .■

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