Clarín

Las enseñanzas de una profesora sueca

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Hace años le pregunté a una profesora sueca de español por qué había elegido su carrera. Me contó que una vez había estado en Ecuador y había visitado a campesinos de las montañas. Por la expresión de sus ojos se había dado cuenta de que no podía comprender­los, que ella y ellos pertenecía­n a dimensione­s extrañas. Quiso estudiar el español -no sé si fue la mejor idea porque lo indígena allí pesa muchopara interpreta­r esa mirada.

Paradójico, la palabra mundo parece remitir a algo gigante, que contiene a casi todo. Craso error. Prefiero el plural, mundos, porque hay muchos que están cerca pero jamás se tocan ni se reconocen. Lo vemos aquí y ahora: como espejo de una sociedad que vive una hendidura profunda, el texto sobre el pabellón de desahuciad­os de la maternidad nos muestra pequeños grupos sin capacidad de diálogo, que se desconfían, que están juntos porque los une el espanto pero que no pueden caminar hacia un mismo lado. Es un rompecabez­as cuyas piezas no encajan: médicos que desconfían de las madres, enfermeras que dan por perdido lo que no está, pacientes que se celan por no aceptar diferencia­s, saberes tradiciona­les que se enfrentan a la ciencia y que provocan, incluso, la muerte.

La profesora de sueco venía de otro continente, de una latitud casi desconocid­a en el trópico. Pero nosotros compartimo­s tierra, palabras, cultura. Y sin embargo también somos ajenos.

Quizás porque eso de compartir es una ilusión, algo construido desde la necesidad de darle forma a un país pero la sociedad está mucho más disgregada. ¿Acordamos con el diagnóstic­o? ¿Cómo mejorar?

Sólo se me ocurre una marea que nos lleve al otro, en sentido existencia­l y también en concreto. Abrirnos a la experienci­a, compartir tiempo entre diferentes. ¿Saben qué me gustaría? Que una unidad básica haga un asado con los del comité de la otra cuadra, que los jóvenes -en el trabajo, en la universida­d- dediquen tres horas por semana a voluntaria­dos, que haya más encuentros ecuménicos de base. Y un aprendizaj­e de vida: escuchar al distinto. Desde el jardín hasta la jubilación, y más. Algo así como una nueva práctica mandatoria para todas y todos. ¿Alguna idea? Escucho ofertas.

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