Clarín

Una noche de lluvia y jazz en Manhattan

- Diana Baccaro dbaccaro@clarin.com

La trompeta es el sonido de la felicidad. Lo sentenció hace unos años Tom Harrell cuando todavía podía sostener su humanidad erguida sobre el escenario. Y esta noche de lluvia torrencial en Nueva York que anticipa la llegada del invierno hay que darle toda la razón a este trompetist­a venturoso que ahora se dobla como un garabato sobre su trompeta. Y hay que darle la razón sobre todo cuando una sale del Lincoln Center con los oídos llenos de Verdi y llega apurada y empapada al Village Vanguard, un minúsculo sótano que alumbró al jazz en Manhattan en los años ‘30. Porque si bien en el majestuoso Metropolit­an Opera el cuerpo tiembla de emoción con Don Carlo, es acá, en este legendario club de la Seventh Ave South, frente al cuerpo retorcido de Harrell, donde una entiende -y siente- aquello que él describió como la felicidad.

Nacido en Illinois en 1946, empezó a tocar a los 8 años, le diagnostic­aron esquizofre­nia a los 20 y aún hoy lleva a todas partes una libreta donde escribe sus notas a mano, porque la música -explica- es una prolongaci­ón de la vida. Como un alquimista de su materia, Harrell dice que sigue hallando inspiració­n en los sonidos cotidianos, como en el ronroneo de un motor, en el trinar alborotado de los pájaros o en el gorgoteo del agua. ¡Y vaya si en esta noche de aguacero el viejo Tom, sentado ahora junto a su quinteto y a una docena de mesas, no saca toda su genialidad de su cuerpo maltrecho! Porque los que llegan hasta este subsuelo redescubre­n que la música es también una forma de contar una historia, igual que hace un poeta con un poema. O un periodista con su nota. Tócala de nuevo, Tom.

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