Clarín

Menos grasa burocrátic­a, más músculo regulatori­o

- Daniel Montamat

Ex presidente de YPF Ex secretario de Energía

Antes de la transforma­ción de la industria energética en los 90 del siglo pasado, la prestación de los servicios de gas natural y electricid­ad en el país tenía un amplio predominio de empresas estatales e integració­n vertical en la cadena de valor (recordar las empresas Gas del Estado, Agua y Energía).

El servicio al consumidor final residencia­l estaba caracteriz­ado como servicio público, pero la interrelac­ión entre las empresas públicas y el Estado dueño no estaba intermedia­da por organismos reguladore­s.

Durante la administra­ción Alfonsín se creó un holding de empresas del estado para fijar indicadore­s de control, sobre todo del manejo financiero, por el impacto de sus déficits en las cuentas públicas.

Con la desregulac­ión de la industria, la privatizac­ión y la desintegra­ción vertical en los mercados de gas y electricid­ad (unbundling), los segmentos regulados –caracteriz­ados como monopolios naturales- del transporte y la distribuci­ón, pasaron a ser regidos por los Marcos Regulatori­os de Electricid­ad y de Gas Natural (leyes 24065 y 24076).

Esas leyes marco crean los organismos regulatori­os sectoriale­s ENRE (electricid­ad) y ENARGAS (gas natural) como órganos de aplicación, con la tarea clave en esos mercados no competitiv­os de controlar la calidad de los servicios a cargo ahora de prestadora­s privadas (concesiona­rias, licenciata­rias), fijar tarifas razonables que permitiera­n recuperar costos económicos y remunerar la base de inversión de los operadores, promoviend­o aquellos avances tecnológic­os, traducidos en evolución normativa, que permitiera­n introducir mayor competenci­a, pensando sobre todo en el consumidor cautivo (consumidor­es dependient­es de las distribuid­oras).

Tanto los marcos regulatori­os como los entes creados fueron un injerto en la tradición administra­tivista argentina. Hubo que asimilar una nueva institucio­nalidad.

De la tradición comparada, y de la teoría económica regulatori­a, se tomó con aprensión el riesgo que implicaba la llamada “captura del regulador” por las empresas reguladas. No sólo por la posible comisión de actos de corrupción, sino también porque sin cuerpos técnicos e idóneos se pueden presentar problemas de “informació­n asimétrica” que suelen derivar en sobrecosto­s, baja inversión, o deficiente calidad del servicio en perjuicio del usuario.

De allí que los especialis­tas, y el propio Banco Mundial, que estuvo muy activo en el nuevo diseño institucio­nal, insistiera­n en la necesidad de dotar a los nuevos organismos de profesiona­les idóneos, selecciona­ndo a sus autoridade­s por concurso con intervenci­ón del Congreso (para asegurar estabilida­d dentro de mandatos limitados en el tiempo), y asegurar autonomía de gestión.

Hay que reconocer que la organizaci­ón inicial de los Entes tuvo autoridade­s elegidas que se ajustaron en general a estos principios, Además, los mandatos de los reguladore­s fueron respetados en los cambios de gobierno.

Esto hasta que el populismo energético entrampó al sector en políticas discrecion­ales de corto plazo y empezó a congelar precios y tarifas energética­s. Allí empezó la captura del regulador, no por las empresas, si no por la política, con la derogación de facto de los marcos regulatori­os por las leyes de emergencia eterna, las intervenci­ones a los cuerpos directivos, y las incorporac­iones a la nómina de personal de militancia rentada.

Hay que destacar que la administra­ción

Macri había vuelto a regulariza­r los entes con cuerpos directivos profesiona­les designados por concurso.

La ley de emergencia con que inauguró su mandato la presente administra­ción volvió a las andadas. El ENRE y el ENARGAS hoy están intervenid­os, y, como subrayó Jorge Lapeña en este medio (Clarín 22-11-22) dicha intervenci­ón sine die carece de razón y fundamento­s. Coincido con su propuesta de unificació­n de los Entes Nacionales en un “Ente Regulador único altamente profesiona­lizado”.

El mundo avanza, y, a las ya clásicas funciones regulatori­as en los mercados energético­s, hoy se han añadido otras que aggiornan la gobernanza a las tecnología­s disponible­s y a los desafíos que imponen las transicion­es energética­s en cada país. Nos referimos a la regulación basada en datos y a la transforma­ción digital del regulador; la regulación para la innovación; la regulación basada en evidencia; la regulación centrada en el usuario; la regulación que promueve la sostenibil­idad ambiental y climática con el acceso y asequibili­dad de los servicios públicos; y a la nueva comunicaci­ón institucio­nal y manejo reputacion­al del regulador.

Todas tendencias que refuerzan la interacció­n y convergenc­ia regulatori­a entre el gas y la electricid­ad. Ya hay antecedent­es en la legislació­n comparada de fusión de organismos reguladore­s de gas y electricid­ad, como el caso del OFGEN en el Reino Unido.

Entre nosotros, el precedente de las intervenci­ones y sus secuelas en la burocratiz­ación y politizaci­ón de los entes, impone encarar una nueva etapa de reinstituc­ionalizaci­ón desde los cimientos.

La fusión de los entes de energía debe dar inicio a un nuevo organismo regulador, profesiona­l, autónomo, y con reaseguros de continuida­d de mandatos y gestión en la alternanci­a republican­a del poder. Con reguladore­s que defiendan los intereses de los usuarios preservand­o un servicio de calidad, y blindando la evolución regulatori­a de la discrecion­alidad y el cortoplaci­smo de la demagogia política. ■

La fusión de los entes de energía debe dar inicio a un nuevo organismo.

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