El lujo de leer a Katherine Mansfield
Acaba de publicarse, por primera vez en español, “Sopa de ciruela”. Y se reeditaron sus “Diarios”.
Hay escritoras y escritores que van edificando su obra a partir de los libros que van publicando y logran insertarse en un mercado de visibilidad. Ponerse en circulación es un modo de sostener una presencia, una figura de autor. Otras voces configuran un territorio personal desde una orilla menos evidente, más errática y desde una perspectiva en absoluto planeada: libros chiquitos, anotaciones inconclusas, cuadernos apilados, papeles dispersos, esquelas privadas.
Están por afuera de los caminos centrales y a pesar de esto logran constituirse como escrituras necesarias para comprender algo de lo humano y el devenir del tiempo. Esto nos lleva directamente a la escritora neozelandesa Katherine Mansfield (1888-1923).
Unos pocos volúmenes de cuentos publicados en vida (Preludio, Je ne parle pas français, Felicidad y La fiesta en el jardín). Se suman sus cuentos dispersos en diversos medios, muchísimas notas (más de 120 reseñas), un libro de poesía (conocido de forma póstuma), sus cartas, un Diario canónico (editado -y manipulado- por su marido: John Middleton Murry) y sus papeles dispersos.
Todo este material –que parece frágil y caótico pero esa es su virtud y se vuelve poderoso– es notable y extraordinario como solo pueden serlo las escrituras que logran capturar una esencia en un momento histórico y pueden vencer el paso de los almanaques.
Mansfield se veía a sí misma como una artista de la palabra (luchó toda su existencia para intentar conquistar ese terreno) y trabajaba sus cuentos como artefactos que tuvieran una trascendencia: ya sea por la temática (referidas a una época tan particular: el paso del siglo XIX al XX, las consecuencias de la Primera Guerra Mundial),
el lenguaje elegido, sus observaciones precisas, la bellísima sutileza en la que era una maestra.
La reciente reedición de sus Diarios (Chai Editora; $2.880) y la salida de Sopa de ciruela (Eterna Cadencia; $3.500), un material variadísimo hasta ahora nunca traducido al español, resignifican su literatura y muestran cómo trabajaba una de las voces más atractivas de comienzos del siglo XX en lengua inglesa. Son dos libros que, en muchos sentidos, abren las puertas de su laboratorio y de su diván.
Había nacido en Nueva Zelanda (donde hoy es una autora canonizada) el 14 de octubre de 1888 y murió de tuberculosis (contra la que batalló toda su existencia) en Francia el 9 de enero de 1923.
Casada con John Middleton Murry, es él quien se hace cargo de todo lo que había dejado la autora. Unos meses después de su fallecimiento, Murry comienza a publicar los inéditos y a reeditar sus libros (incluso alguno que la autora no autorizó en vida).
En 1957 saldría la versión definitiva de sus Diarios y la polémica ya estaba desatada hacia el rol de Murry al “moldear” la imagen de Katherine.
Ahora, la publicación de Sopa de ciruela tiene un objetivo claro en este sentido: “Restituir a Mansfield de cuerpo entero, incluso en su fragmentariedad, revocando sus zonas borradas y negadas”, escribe la traductora Eleonora González Capria.
Estos textos muestran una diversidad atractiva de espacios (jardines, países, cafés, etc.) por donde la autora pasea su mirada mordaz, compleja, nunca en paz porque parecía intuir que su tiempo era limitado. Reflejan el poder visionario que siempre se apreció en Mansfield. Por esto, también, se genera un vínculo tan fuerte con la nueva edición de sus Diarios. En ellos, se desplaza por varios países buscando trabajo, buscando independencia, buscando vivir de lo que ama, pero es el cuerpo el que siempre la pone sobre aviso. Está interesada en el amor (fue muy libre en ese sentido), la familia y la época que le tocó vivir. Pero sobre todo quiere ser una escritora.
Mansfield sigue entre nosotros y esa es nuestra suerte. ■