Clarín

Queríamos tanto a Pablo

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

No importa cuánto tiempo haya pasado. Pablo Milanés quedará asociado para siempre a un recital irrepetibl­e, cuando la democracia volvía a hacer pie en este suelo, en un CD cansado de tanto girar, y a un par de veranos tan inolvidabl­es como aquellas canciones que coreaba un estadio repleto mientras todo un país amanecía. Como un himno, o como un mantra, entonábamo­s las letras de ese dúo imbatible con Silvio Rodríguez. “Ojalá”, “Yo pisaré las calles nuevamente”, estallaban en las gargantas acá y del otro lado del río, un par de años después, cuando los vientos de libertad barrían también del “paisito” entrañable todo vestigio de la dictadura. Entonces, la dulcísima voz de Chocho, acompañado por Jorge, dos uruguayos de pura cepa - , se elevaba en la tarde esteña de ese enero del renacimien­to democrátic­o con los sones de la Nueva Trova. Eran tiempos inaugurale­s, aquí y allá, y todos los sueños parecían posibles. Soplaban vientos de cambio y esperanza allí y acá, y la urgencia de vivir no tenía que ver con un correr sin sentido para no llegar a ninguna parte sino con un hambre de libertad recién estrenada.

El mundo seguía siendo ancho, pero ya no se sentía tan ajeno. Y como telón de fondo de aquellos días luminosos y rebosantes de promesas sonaban “Yolanda”, “El breve espacio en que no estás”, “Oleo de mujer con sombrero”, “El sol no da de beber”, “Yo no te pido”, “Años”, mezclados todos con una canción de amor que se desnudaba “al tibio amparo de la 214” y un unicornio irremediab­lemente perdido.

“El tiempo, el implacable, el que pasó. Siempre una huella triste nos dejó (...) Al hacer un recuento ya nos vamos. Y la vida pasó sin darnos cuenta”, seguirá repitiendo, en su cadencia inigualabl­e, desde dispositiv­os que no saben de adioses, la voz de ese gigante que acompasó sueños, amores y despedidas. Que se fue en una madrugada del otoño madrileño, aunque siempre sea verano en su recuerdo.

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