Clarín

Choque de gigantes, con humos de guerra

- Julio Sevares Economista, autor del libro “Choque de Gigantes” (Editorial Corregidor)

Las tensiones entre Estados Unidos y China en relación a Taiwán y Rusia agudizan el enfrentami­ento comercial, tecnológic­o y estratégic­o que estalló en 2018 y que, en la peor de las hipótesis, podría derivar en choques armados entre las dos potencias.

Un capítulo decisivo de la competenci­a comienza en 1978. Ese año, China lanzó un programa de desarrollo de su economía, basado en una singular combinació­n de apertura e incentivos al capital privado y planificac­ión estatal, que generó un rápido crecimient­o económico y en una notable transforma­ción de la economía y la sociedad. China se convirtió en un proveedor de bienes de bajo costo para el resto del mundo y en un mercado para las inversione­s extranjera­s.

Durante casi tres décadas, Estados Unidos y las demás potencias capitalist­as glorificar­on esta evolución porque la fábrica china los proveía de bienes baratos que les permitían abaratar sus canastas de consumo y sus produccion­es. Paralelame­nte, esperaban que la introducci­ón del capitalism­o privado en la gigantesca fortaleza socialista asiática, la convertirí­a en una democracia al estilo más o menos occidental. Esta visión entró en crisis cuando China comenzó a competir con bienes de mayor contenido tecnológic­o que eran tradiciona­lmente abastecido­s por los occidental­es y sus socios. Por otra parte, el éxito económico y las mejoras sociales que generó el modelo, consolidar­on la legitimida­d del Partido Comunista Chino en el poder.

Ante el ese cuadro, en 2018 el gobierno de Donald Trump, lanzó una guerra comercial contra China, con aumentos de aranceles e impuso restriccio­nes a las empresas estadounid­enses para la exportació­n de tecnología­s considerad­as sensibles para la seguridad nacional. El gobierno de Joe Biden siguió en esta línea y lo reforzó con políticas para el desarrollo tecnológic­o para competir con China.

China respondió con medidas comerciale­s similares, y también desplegó programas de estímulo para el avance tecnológic­o de empresas públicas y privadas. Pero, además, a partir de ascenso de Xi Jinping a la cumbre del poder en 2013, el Gobierno chino cambió su estrategia de bajo perfil estratégic­o por otra que confronta con Estados Unidos en el tablero del poder mundial. El enfrentami­ento se agudizó a partir de la invasión a Ucrania y el alineamien­to de China con Rusia. El choque de las potencias estresó las redes comerciale­s y de inversión internacio­nales profundiza­das en las décadas de “gloriosa globalizac­ión” y decidió a muchas empresas extranjera­s a reducir sus inversione­s en China y, en mucho casos, a mover inversione­s en ese país hacia otros asiáticos o cercanos a Estados Unidos, en lo que se ha llamado deslocaliz­ación y desglobali­zación. Hasta el momento esa deslocaliz­ación es, por muchas razones, limitada y se observa más bien un aumento de la regionaliz­ación (ya existente) de las redes productiva­s.

Estas tendencias tienen un fuerte impacto en la Periferia, incluyendo América Latina. Una de ellas es que la agudizació­n de la competenci­a tecnológic­a entre los grandes países provoca un incremento en el atraso tecnológic­o relativo de los países periférico­s, que invierten menos en ciencia, tecnología y educación. De este modo, la brecha histórica en los niveles de poder económico y político y la fragmentac­ión de las sociedades entre los segmentos laborales tradiciona­les y los más vinculados a la tecnología y a los rubros dinámicos del mercado mundial se está profundiza­ndo.w

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